La victoria de Lula, del PT, frente al candidato de la derecha (aunque la prensa burguesa se empeñe en calificarlo de "socialdemócrata"), Alckmin, del PSDB, ha sido aplastante. Fueron 58 millones frente a 37 millones de votos, un 60,83% del electorado frente al 39,2%. Más de 20 puntos de diferencia. El candidato del PT fue mayoritario en 20 de los 27 estados y en 4 de las 5 regiones en las que está dividido el país. En relación a la primera vuelta Lula recibió 12 millones de votos más, un cifra que supera en dos millones los votos obtenidos conjuntamente por los dos candidatos de la izquierda que no pasaron a la segunda vuelta, Heloísa Helena y Cristovam Buarque, ambos ex dirigentes del PT.
La primera vuelta, aunque Lula rozó la mayoría absoluta y la suma de los votos de las candidaturas de la izquierda alcanzase un muy significativo 58,13%, estuvo marcada por el repunte de la derecha en relación a las encuestas y a la primera vuelta de las anteriores elecciones presidenciales. Sin embargo, conforme se acercaba el día 29 de octubre la distancia se fue haciendo mayor. Alckmin ni siquiera consiguió retener los votos de la primera vuelta y Lula superó tanto en votos como en porcentaje los resultados los resultados de hace 4 años, superando lo que ya era un record histórico.
¿Qué ha pasado? La derecha se queja de que Lula tuviese éxito en vincular a su candidato a las privatizaciones de la época de Cardoso y al peligro de acabar con las ayudas a las familias más pobres. Mientras la derecha y la prensa consiguieron que el "debate" se centrase en la corrupción y en los escándalos el viento soplaba a favor de Alckmin. Pero cuando el discurso de Lula se escoró un poco, aunque parcial y tímidamente, hacia un discurso con elementos más de clase, las cosas empezaron a cambiar.
La "bomba atómica" que no se lanzó
Según el periódico Folha de Sao Paulo, la cúpula del PT, ante un eventual éxito de la política de acoso y derribo de la derecha tenía un plan B, una "bomba atómica", en palabras del artículo, consistente en "venezolanizar" la campaña, apelando a un discurso de "enfrentamiento entre pobres y ricos". Ese "plan" no se llegó a aplicar porque la acusación de "privatistas" fue suficiente para asestar un golpe a la derecha.
¿Qué revelan estos hechos? Que la manera de hacer frente al peligro de la derecha no es el "giro al centro" sino apelando a los profundos sentimientos de transformación social y de odio de clase de las masas trabajadores de la ciudad y del campo. El problema de los dirigentes del PT es que el acercamiento a este discurso es inversamente proporcional al programa y a las perspectivas que desean.
Poco antes de la primera vuelta Lula se quejaba de que los ricos lo atacasen a pesar de haber conseguido más beneficios que nunca. Ese tipo de llantos no sirvieron para nada. Como tampoco la idea de centrar los debates en la "ética". Cuando las cosas se pusieron algo complicadas tuvieron que cambiar el discurso y preparar la mencionada "bomba atómica", por si las cosas se ponían aún más feas en el último momento. Según un artículo de balance de Financial Times "el tamaño del liderato del presidente está directamente relacionado con la vehemencia con la que él y sus ministros atacaron las reformas liberales promovidas por el gobierno anterior, del PSDB. Envalentonados por la responsabilidad social, algunos ministros, la semana pasada, empezaron a considerar la flexibilización de la ley de responsabilidad fiscal, uno de los más importantes pilares de la política macroeconómica del PSDB".
Segunda legislatura turbulenta
¿Qué pasará en la segunda legislatura? De entrada, la manera con la que el PT tuvo que hacer frente a la ofensiva sobre la derecha dificulta la puesta en práctica de toda una serie de contrarreformas sociales iniciadas en los últimos cuatro años. Los dirigentes del PT hubiesen preferido una victoria "en frío", sin calentar a su base social, para seguir aplicando una política "realista" que tanto ha beneficiando a los más ricos. A mediados de la primera legislatura el gobierno tuvo que aparcar una serie de contrarreformas que de aplicarse podrían haber encendido la chispa de la movilización social, como se entrevió con la reforma de las pensiones. Pero la segunda legislatura no augura un escenario más tranquilo, sino todo lo contrario.
Si continúa con la actual política económica, heredada del anterior gobierno, el margen para grandes cambios sociales es nulo. Algún ministro del PT ya ha anunciado el "fin de la era Palloci", en referencia al ministro de economía que simbolizó la dura política de recortes al servicio del FMI. Pero el único cambio efectivo para satisfacer las enormes demandas sociales, acumuladas durante décadas, chocan necesariamente contra lo que es intocable para la oligarquía brasileña: mano de obra barata, especulación financiera y grandes latifundios.
Todos los elementos de tensión social que se vislumbraron en la primera legislatura se expresarán con plenitud en la segunda.