Fuera del cuartel general del PSOE en Madrid había un mar de banderas rojas y seguidores contentos ante las noticias de la victoria electoral del Partido Socialista. Con un 96 por ciento de los resultados, el Partido Socialista Obrero Español había conseguido el 43,7 por ciento de los votos, que representan 169 escaños en el Congreso, un aumento de cinco respecto a 2004, pero no consigue los 176 necesarios para la mayoría absoluta. El PP consiguió el 40,1 por ciento, lo que se traduce en 153 escaños, seis más que en 2004.
El PSOE consiguió una decisiva victoria en las elecciones generales después de una campaña encarnizada y acalorada donde el PP (Partido Popular) movilizó a las fuerzas de la reacción, utilizando un lenguaje que era reminiscencia del período previo a la Guerra Civil en los años treinta. La Iglesia Católica, ha sido también un jugador importante en esta campaña de desestabilización, organizando manifestaciones callejeras masivas contra el gobierno socialista y su primer ministro José Luis Rodríguez Zapatero.
Como resultado, se ha producido una profunda polarización entre las clases y un abismo insalvable entre la derecha y la izquierda. Esta polarización social y política no deja margen para el centro y ha aplastado despiadadamente a los partidos más pequeños. Los perdedores indudables fueron los partidos más pequeños, confirmando la naturaleza bipartidista de la política española. ERC, el partido independentista pro-catalán, perdió cinco escaños, quedándose sólo con tres.
Izquierda Unida, el frente electoral organizado por el Partido Comunista, recibió el peor resultado de su historia, quedando reducido a sólo dos escaños, uno de los cuales conseguido junto a una pequeña organización de izquierdas catalana. Así que en realidad IU sólo ha conseguido un escaño con su propia bandera, en Madrid. Ha sido un golpe duro, pero que era totalmente predecible.
Durante años, los dirigentes del PCE han abandonado la política e ideología comunistas, quedando reducidos a un pálido reflejo reformista del PSOE. La historia demuestra que si hay dos partidos reformistas con una política similar, los trabajadores votarán al partido más grande y el pequeño tenderá a desaparecer.
La noche pasada los trabajadores españoles cerraron filas para bloquear el aparentemente irresistible avance de la derecha, que en el Estado español tradicionalmente está identificada con al oscuro pasado de la dictadura de Franco y el fascismo. La memoria del pasado planea de modo inquietante sobre la sociedad española, la clase obrera se movilizó para derrotar a las fuerzas de la reacción. Y lo han conseguido. Las sombrías caras de Rajoy y otros dirigentes del PP la noche electoral eran una admisión elocuente de esta situación.
La campaña electoral se vio agitada en el último minuto por el asesinato de un político, un atentado que fue obra de la organización separatista vasca ETA. La derecha se ha aprovechado continuamente de las tácticas terroristas de ETA para atacar al gobierno socialista por su "debilidad" y exigir más represión.
Sin embargo, en esta ocasión no funcionó su táctica. La clase obrera española no se dejó desviar de su objetivo por estas tácticas alarmistas. En realidad, el brutal asesinato de Isaías Carrasco, un trabajador y ex - concejal socialista que fue disparado dos días antes de las elecciones, provocó un ambiente general de repulsión y simpatía hacia los socialistas, que se reflejó en el gran número de votos que el PSOE ha conseguido en Euskadi. El PSOE ahora es el partido más votado en Euskadi.
Una situación similar se ha podido ver en Catalunya donde los socialistas han arrasado en Barcelona, Girona y otras zonas importantes. En la tradicionalmente roja Andalucía, los socialistas han conseguido también una victoria contundente.
El PP nunca se ha reconciliado con su derrota en las pasadas elecciones en marzo de 2004, cuando el PP de Aznar fue despojado del poder después de los atentados sangrientos en Madrid, en los que murieron 191 personas y 1.800 resultaron heridas. Ellos se consideraban los dueños naturales del gobierno y estaban convencidos de que conseguirían echar en esta ocasión a los socialistas. Pero estaban muy equivocados. Al ver el peligro del regreso de la derecha, los trabajadores decidieron votar masivamente. La participación fue de un 75 por ciento. "¡Es increíble!" me decía un veterano sindicalista: "La gente estaba entusiasmada. Había cola para votar".
No puede existir ninguna duda de que la razón principal de este entusiasmo era el derecho de derrotar al PP. Muchas personas que tradicionalmente votaban IU votaron al PSOE por este motivo. La idea general era: Zapatero no es lo mejor de todo, pero debemos apoyarle frente a la derecha. En su primer mandato Zapatero llevó a cabo algunas medidas progresistas, como la retirada de las tropas de Iraq, la introducción de reformas sociales, incluida la legislación sobre matrimonios del mismo sexo, cedió más poder a las regiones autonómicas españolas. Ahora promete ampliar las reformas sociales, crear 2 millones de empleos, aumentar el salario mínimo y el permiso de maternidad, ampliar la red de trenes de alta velocidad.
Sin embargo, los socialistas se enfrentarán al peor de los climas económicos posibles. Los diez años de espectacular crecimiento que presenciaron la creación de nueva riqueza y 600.000 empleos al año han llegado a su final, la economía española está aún más expuesta que el resto de las europeas a la recesión económica mundial y a la caída de los precios inmobiliarios. Zapatero se enfrentará al aumento del desempleo, una inflación que es el doble que la europea, una crisis en la industria de la construcción, que ya está afectada por la crisis global del crédito. Después de crecer la economía estos cuatro años a un ritmo del 4 por ciento, ahora los analistas prevén una caída al 2,5 por ciento este año.
La política del reformismo no puede resolver los problemas fundamentales de la clase obrera. El nuevo gobierno sufrirá una presión aún más feroz de las grandes empresas, la Iglesia y la derecha para que abandone sus reformas y aplique una política de recortes. Zapatero no ha conseguido la mayoría absoluta que esperaba. Ahora los dirigentes del PSOE tendrán que negociar con los partidos regionales más pequeños para poder conseguir una mayoría. Los nacionalistas burgueses presionarán más a Zapatero para que abandone sus reformas y gire a la derecha. Por otro lado, la base socialista y los sindicatos presionarán para que haga una política en interés de la clase obrera. El PSOE se encontrará entre dos piedras de molino.
La polarización entre las clases se intensificará. El crecimiento del Estado español se ha conseguido en parte gracias a los cinco millones de inmigrantes que han llegado al país durante los últimos diez años, ahora forman el 10 por ciento de la población. Estos serán los primeros afectados por el desempleo. El PP, que en su periferia tiene elementos abiertamente fascistas, ha realizado una propaganda descaradamente racista.
Durante la campaña, Rajoy jugó con los temores de los inmigrantes parados absorbiendo los subsidios de desempleo, la sanidad, etc., del país, se lo dijo a Zapatero en los debates televisados, el primer debate en quince años, donde le acusó de la "avalancha" de inmigrantes. Esta es una advertencia del tipo de demagogia racista que la derecha utilizará en el próximo período en un intento de dividir a la clase obrera. La cuestión nacional también continúa. El asesinato de Carrasco subrayó el hecho de que el conflicto en Euskadi no ha desparecido. Como en los años treinta, seguirá como un elemento más de desestabilización, turbulencia y violencia.
Source: El Militante