Salvador Seguí: héroe de la clase obrera

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Se cumplen cien años del asesinato a manos de agentes de la patronal del dirigente anarcosindicalista Salvador Seguí, uno de los personajes más importantes en la historia del movimiento obrero de nuestro país. La vida del “Noi del Sucre”, como se le conocía cariñosamente, está entretejida con una de las etapas más convulsas y trascendentales del obrerismo catalán y español, en los estertores del régimen de la Restauración.

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Además de su importancia histórica, la vida y obra de Seguí están repletas de enseñanzas para las nuevas generaciones de revolucionarios. El mejor homenaje que podemos rendir al Noi es estudiar su trayectoria con una mirada crítica y, fortalecidos por las enseñanzas de las generaciones pasadas, llevar la lucha por una sociedad más justa que él no pudo acabar hasta su conclusión.

Seguí y el auge de la CNT

Salvador Seguí i Rubinat nació en el pueblo de Tornabous, en L’Urgell, en 1887, pero a los dos años su familia emigró a la capital catalana, donde el Noi del Sucre se curtiría como dirigente obrero. La Barcelona de aquella época, motor económico del Estado, era una forja de revolucionarios. En su fase expansiva a comienzos del siglo XX, la industria catalana, con un carácter relativamente atrasado y fragmentario, proletarizaba a las viejas clases artesanas y sometía a la joven clase trabajadora catalana a duras condiciones de explotación y precariedad, tarea para la que contaba con el apoyo represivo del Estado de la Restauración. Estas tormentosas relaciones laborales dejaban poco espacio para las corrientes reformistas que dominaban el obrerismo en países vecinos y que los dirigentes del PSOE pudieron desplegar en Madrid. El anarquismo, influyente en Barcelona desde los tiempos de la Primera Internacional, se consolidó en la primera década del siglo XX como la fuerza hegemónica del obrerismo catalán, proceso jalonado por la ola de huelgas de 1902-1903, la creación de la federación sindical Solidaridad Obrera en 1907, la insurrección de 1909 contra la guerra en Marruecos (conocida, injustamente, como la “Semana Trágica”), y la fundación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) a finales de 1910.

Seguí empezó a trabajar como aprendiz de pintor a los diez años, aunque su vida laboral, como la de muchos otros de su generación, estaba marcada por la precariedad, la incertidumbre y el desempleo y las dificultades para consolidarse como obrero cualificado. En su adolescencia, se sumergió en los márgenes más extremistas del anarquismo barcelonés, participando en el grupo de afinidad Fills de puta, de orientación nietzscheana radical. Se labró un nombre con sus elocuentes intervenciones en las tertulias del Café Español y también en las calles de Barcelona, enfrentándose a los republicanos demagogos de Alejandro Lerroux que se disputaban con los anarquistas el apoyo del proletariado. Estas batallas le valieron su primera cárcel en 1907. Ahora bien, su intervención en la vida sindical de la ciudad templó su intransigencia, y en vísperas de la Primera Guerra Mundial ya se perfilaba como un importante dirigente en el ramo de la construcción. Más allá de su capacidad retórica y su carisma, el Noi del Sucre destacaba ante todo por sus dotes de organizador. Estas habilidades prácticas le auparon a la dirección de la Confederación Regional catalana de la CNT en 1916.

En efecto, Seguí fue una de las figuras clave en la reorganización de la CNT en 1916-1918, años clave para este movimiento. En 1916, la CNT era todavía pequeña y frágil, y seguía resintiéndose de la represión a la que fue sometida tras la huelga general de 1911. En 1916 no era sino una plataforma muy laxa de sindicatos, la mayoría de ellos de Barcelona y sus inmediaciones. Fue Seguí quien, al frente de un equipo de militantes que compartían su mentalidad práctica (Pestaña, Viadiu, Piñón, Pey, Rueda, Quedames, etc.), se lanzó a la tarea de transformar la CNT en una poderosa organización de masas. Estos esfuerzos se vieron acicateados por la coyuntura económica de estos años. España se mantuvo neutral durante la Primera Guerra Mundial, hecho que permitió al capitalismo español exportar a ambos bandos y desalojar a la competencia extranjera del mercado interno, generándose un boom industrial sin precedentes. Sin embargo, la neutralidad vino acompañada de una espiral inflacionista que actuó como un látigo para la lucha obrera.

Los sindicatos únicos

La CNT, con sus métodos radicales de acción directa, de disciplina militante y de huelgas solidarias, se convirtió en el azote de la patronal catalana, quebrando con frecuencia su intransigencia y conquistando importantes mejoras para sus afiliados. Su órgano de prensa, Solidaridad Obrera, pasó a ser un diario en 1916. Las finanzas de la CNT fueron reorganizadas y profesionalizadas, así como sus estatutos, para favorecer su expansión. Ahora bien, la principal reforma organizativa que Seguí y sus hombres preconizaron fue la del sindicato único de industria, llamado a substituir a las viejas asociaciones de oficio, ligadas al artesanado tradicional. Diferentes sectores asumieron este modelo organizativo en 1917, hasta que fue adoptado oficialmente por la CNT catalana en su congreso de Sants de junio y julio de 1918. En en vez de fragmentar el mundo sindical en una pléyade de profesiones, ahora los sindicatos habían de organizar a todos los obreros de una misma industria, bajo una dirección centralizada. Esto facilitaba la acción huelguística a gran escala, como la CNT pondría de manifiesto en la primavera de 1919 en la huelga de la Canadiense. Esta huelga general asumió tal magnitud que llegó a plantear la cuestión del poder, mostrando la capacidad de la clase obrera de organizar la sociedad sin patronos ni ministros ni generales.

Al promulgar el sindicato único, Seguí se opuso a la mentalidad particularista de las viejas organizaciones de oficio. Para estos sindicalistas, el anarquismo ofrecía una justificación ideológica de su orientación estrechamente corporativa, gracias a su énfasis en la autonomía y la descentralización. Esta actitud había sido desfasada por el desarrollo industrial de estos años. La fusión de los sindicatos de oficio en poderosas organizaciones de industria reflejaba mejor las realidades de la clase obrera en Cataluña y España, cuyas condiciones de vida y trabajo, al socaire de la industrialización y de los avances técnicos, se habían ido homogeneizando.

Seguí también se enfrentó al núcleo duro del anarquismo barcelonés, que desconfiaba de los sindicatos y que, en la medida en que intervenía en ellos, trataba de imponer una visión sectaria a sus afiliados. El Noi argüía que los sindicatos deberían ser organizaciones amplias que integrasen al grueso de la clase obrera por encima de las divergencias ideológicas y de las diferencias nacionales o religiosas. Seguí siempre se consideró un anarquista, pero para él el anarquismo debía ser la orientación general de los obreros conscientes que dirigían los sindicatos, y no un dogma impuesto a los afiliados. El sindicato era el músculo y el anarquismo el cerebro, como dijo en una de sus más célebres conferencias madrileñas en 1920. Aunque Seguí pudo arrinconar a la corriente sectaria del anarquismo en 1916-1918, a partir de 1919 ésta pasó al contrataque. Para finales de 1920, cuando Seguí fue deportado a Mahón, la versión más intransigente del anarquismo se había apoderado de la CNT.

La preocupación de Seguí por la unidad obrera le llevó a romper otro tabú del anarquismo: promover la colaboración con la UGT socialista, hecho que se materializó en la huelga general conjunta de diciembre de 1916, en la participación en la huelga revolucionaria de agosto de 1917 y en el pacto contra la represión del otoño de 1920. Esta política de frente único era totalmente correcta, puesto que la división sectaria del movimiento obrero entre un bloque socialista y otro anarquista conducía a la impotencia y a la desmoralización. Seguí debe ser recordado como el mejor organizador que ha tenido nunca el proletariado de Cataluña y España. Por este motivo, fue odiado por la patronal y el Estado. No sólo veían en él a un peligroso agitador, sino también a un obrero autodidacta que había sido capaz de construir un movimiento de masas disciplinado y centralizado, y que pudo plantear un pulso al Estado durante la huelga de la Canadiense en la primavera de 1919.

Los límites del sindicalismo

Seguí tenía razón en preconizar la unión de toda la clase obrera en poderosas organizaciones industriales, por encima de las rencillas ideológicas y de las suspicacias sectarias. Los sindicatos son las organizaciones más rudimentarias de los trabajadores, y están llamados a luchar por sus reivindicaciones económicas inmediatas. Esto exige la máxima unidad y la organización más amplia posible, que integre también a los sectores más pasivos y conservadores de la clase obrera. Pero este carácter amplio de los sindicatos también muestra sus límites como arma revolucionaria. Difícilmente pueden salir de los estrechos cauces de la lucha económica. El intento de los anarquistas radicales de lanzar a la CNT en una vía insurreccional en 1920-1921 condujo al resquebrajamiento de sus organizaciones y ahondó las divisiones en el seno de la clase obrera, lanzando a su sector más pasivo y temeroso a los brazos de los llamados Sindicatos Libres, dominados por carlistas reaccionarios y aliados a la patronal y al Estado.

La clase obrera no sólo necesita sindicatos poderosos que unan a toda la clase, sino que también necesita un partido revolucionario que agrupe no a la masa obrera, sino a sus destacamentos más combativos y decididos, y que no se preocupe sólo por las demandas económicas inmediatas, sino que interpele a todos los sectores explotados de la sociedad, plantee reivindicaciones políticas y, sobre todo, que alce la bandera de la transformación revolucionaria de la sociedad. A su vez, en una coyuntura revolucionaria como la que atravesó España en 1917-1919, se vuelven necesarias organizaciones de masas de otro tipo, que agrupen no sólo a los trabajadores de una determinada industria, sino a toda la masa oprimida (campesinos, amas de casa, soldados, intelectuales, pequeños propietarios, etc.). En la Rusia revolucionaria, este papel lo jugaron los soviets, o consejos, de obreros, campesinos y soldados. España también necesitaba sus propios soviets, habida cuenta sobre todo de que el proletariado industrial era una pequeña minoría de la población de una España todavía eminentemente agraria.

Seguí intuía estos problemas, pero por desgracia no sacó las conclusiones necesarias. Los límites del sindicalismo se expresaron en su acción política de manera contradictoria. Por un lado, su tesón por proteger las conquistas materiales y organizativas de la CNT le llevaron a adoptar posturas un tanto conservadoras. Así pues, la Confederación Regional catalana que él dirigía reaccionó ante el cierre patronal de la industria barcelonesa en el invierno de 1919-1920 de una forma un tanto pasiva y fatalista, en contraste radical con las tomas de fábricas que protagonizarían los obreros italianos un año más tarde. El “lock out” catalán fue un punto de inflexión para la CNT y para la revolución española en su conjunto. Fue una victoria para la patronal que marca el inicio de la contraofensiva de la reacción. Habiéndose convertido en el eje exclusivo de su estrategia, sin ninguna otra arma en su arsenal, la defensa de los sindicatos empujó a Seguí a una moderación creciente ante el embate del Estado y la patronal y al pesimismo paralizante. Esta moderación se expresó en su postura ante la revolución rusa, que siempre consideró con suspicacia. El encorsetamiento sindical del pensamiento de Seguí condujo a este tipo de reflexiones fatalistas:

"¿Qué habría pasado, qué pasaría ahora mismo, compañeros y amigos, si la revolución triunfante en toda Europa – aceptemos esa posibilidad – llamase a casa nuestra, a nuestra propia puerta? Decídmelo vosotros a mí. No estamos preparados, no tenemos organización; incluso tendríamos que decir a la burguesía: “No, nosotros no queremos aceptar esta responsabilidad; esperad un momento; esperad que nos orientemos…” Así nos tocaría actuar. ¿Por qué? Porque nosotros no estamos preparados, porque no estamos lo suficientemente organizados, porque no sabemos nada, con algunas excepciones, de estas cosas, prepararnos para estas cosas, porque todas las ideas, absolutamente todas, triunfan cuando hay capacidad de organización; pero cuando sólo hay sacrificio y lucha, pura y exclusivamente, el sacrificio de la lucha sin esta capacidad y esta organización no sirven de casi nada, compañeros y amigos". (Salvador Seguí, Escrits, p. 48).

Claramente, el aventurismo que aquí denuncia es un riesgo para el movimiento revolucionario. La forma de evitar las aventuras, sin embargo, no es a través del conservadurismo sindical, sino saliendo de los márgenes estrechamente económicos y construyendo una organización política, que plantee un programa de lucha revolucionaria ascendente y con diferentes consignas y tácticas.

En efecto, Seguí expresó esta necesidad de diversificar los métodos de lucha, pero, nuevamente, de forma distorsionada. A partir de 1922, entró en negociaciones con las izquierdas republicanas, con personajes como Eduardo Barriobero o Marcelino Domingo, y, en vísperas del asesinato de Seguí, se llegó a especular que llegaría a algún tipo de pacto con ellos. Ciertamente, la “resolución política” que él promovió en la conferencia de Zaragoza de la CNT en junio de 1922 parecía apuntar en esa dirección. Estos dirigentes, aunque revolucionarios honestos, tenían poco músculo social y una orientación política bastante confusa. No eran sino ratones al lado de la poderosa CNT. Sin embargo, Seguí se vio impelido a buscar una inteligencia con ellos porque la CNT encaraba problemas políticos insoslayables (en primera instancia, la lucha contra la represión) que difícilmente podía abordar en términos sindicales. De nuevo, lo que faltaba era un partido revolucionario de la clase obrera, pero la ideología anarquista de Seguí opacaba esta conclusión.

Mártir de la clase obrera

El “lock out” catalán de 1919-1920 fue el pistoletazo de salida para una verdadera contrarrevolución, que tendría como colofón el golpe de Estado de Primo de Rivera y el establecimiento de una dictadura militar en 1923. En noviembre de 1920, el General Martínez Anido devino gobernador civil de Barcelona, con el apoyo decidido de la patronal catalana. Con la ayuda de Miguel Arlegui, jefe de policía de la ciudad, desató una oleada de represión sin cortapisas legales que buscaba la liquidación física de la CNT. Otros gobernadores civiles en centros industriales como Vizcaya o Zaragoza adoptaron métodos parecidos. Los anarquistas trataron de enfrentarse a esta represión a través de la lucha armada y de un endurecimiento de las huelgas, enzarzándose en una batalla desesperada pero heroica contra el Estado. En diciembre, declararon una huelga general que fracasó y, además, ahondó la división de anarquistas y socialistas, ya que la UGT se recusó de apoyar el movimiento.

Miles de militantes fueron encarcelados, cientos deportados a provincias lejanas, y varias decenas fueron asesinados por la policía o por las bandas del Sindicato Libre. Esta organización, encabezada, como decíamos, por carlistas, contaba con el mecenazgo de la patronal y de Anido. Ahora bien, se ganó también el apoyo del sector más desmoralizado de la clase obrera, impacientado ante la prolongación inconclusa de las luchas sociales y soliviantado por la actitud sectaria y violenta del anarquismo radical. Así, la CNT fue diezmada y empujada hasta la práctica desaparición. Sólo en el verano de 1922, cuando el gobierno conciliador de Sánchez Guerra relajó la represión, se verificó una recuperación relativa de la CNT. Seguí y otros dirigentes cenetistas salieron finalmente de la cárcel. El descrédito del anarquismo extremista también permitió que Seguí y su equipo de militantes pragmáticos recuperasen su protagonismo y se lanzasen a la reorganización del movimiento.

Los esfuerzos de Seguí y sus camaradas dieron fruto y para comienzos de 1923 la CNT daba muestras de vigor, pudiendo reconstruir sus sindicatos y dirigir varias huelgas. Los Sindicatos Libres se vieron irremediablemente desplazados por los anarcosindicalistas. Esto colocó a Seguí en el punto de mira de la patronal y de los Sindicatos Libres, cuyos pistoleros le asesinaron el 10 de marzo de 1923, junto a su camarada Francesc Comes, mientras caminaban por el Raval. Caía un gigante del proletariado catalán. Él dio los primeros pasos hacia la organización revolucionaria de la clase obrera, pagando por ello con su vida, ¡completemos nosotros la tarea que él inició!

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