La revuelta de los suburbios franceses
La causa inmediata de esta rebelión fue la muerte de dos jóvenes que huyendo de otra redada policial se refugiaron en una central eléctrica. Más allá de este trágico incidente, el alcance y el extraordinario vigor de este movimiento sólo se puede explicar por los efectos del desempleo, la pobreza, la discriminación social y racial, acumulada durante décadas. También es una reacción al cinismo de esa clase parasitaria y corrupta que se sienta en la cumbre del “orden republicano”, que diariamente muestran su desprecio por la “chusma de los suburbios” y cuya mentalidad reaccionaria está perfectamente representada en el lenguaje provocador, desdeñoso y agresivo de Nicolás Sarkozy.
No se han escatimado esfuerzos para estigmatizar las revueltas y ocultar las verdaderas razones subyacentes tras esta furia. Los alborotadores se supone que son gamberros, criminales e incluso idiotas manipulados por jefes de bandas. En realidad no tienen nada que ver con eso. Lo que está ocurriendo es una insurrección de la juventud, no de los jóvenes iluminados, sino de los oprimidos, los más pisoteados y los jóvenes más desesperados. ¿La burguesía está conmocionada por sus métodos? ¿Estos jóvenes no son lo suficientemente “civilizados”? Si se quiere encontrar la explicación a sus métodos rudos (según los gustos de la burguesía) se encuentra en el hecho de que la mayoría ha crecido en la miseria, ¡por no mencionar la brutalidad policial!
¿Alguno de estos jóvenes no ha sido víctima de la pobreza o la discriminación? Es lógico que estén llenos de odio. Sin embargo, contrariamente a lo que han escuchado con frecuencia, el odio no siempre es una cosa negativa. El odio puede ser una poderosa palanca de la emancipación humana cuando va dirigido contra la injusticia de este demoníaco sistema.
Desde el punto de vista de los militantes comunistas y sindicalitas, se puede decir mucho de los métodos utilizados por estos jóvenes. No son los métodos del movimiento obrero. No podemos aprobar la destrucción de escuelas, guarderías, empresas o incluso vehículos. Pero estas actividades están en la naturaleza de este tipo de movilización. Antes del surgimiento de las primeras organizaciones sindicales en el siglo XIX hubo muchos casos de trabajadores desesperados destruyendo fábricas y máquinas, o atacando indiscriminadamente la propiedad. Pero los jóvenes de los que estamos hablando no conocen el mundo laboral, incluso muchos de sus padres están excluidos de él. En muchos de los barrios la tasa de paro está próxima al 40 por ciento. Entre los propios jóvenes muchos desaprueban estas acciones, pero a diferencia de los trabajadores que tienen organizaciones y la autoridad para tomar decisiones colectivas, estos jóvenes no tienen ninguna organización que los detenga o controle.
Pero la actitud del gobierno y los medios de comunicación hacia esta destrucción es totalmente hipócrita. Derraman lágrimas de cocodrilo. Comprendemos perfectamente la rabia de los trabajadores y las familias que están sufriendo debido a esta destrucción. Estos trabajadores y sus familias no tienen nada que ver con las causas sociales de estas revueltas. Ellos también son víctimas del capitalismo. Pero es necesario decir una cosa: incluso aunque estas revueltas continuasen durante otros doce meses, no conseguirían destruir tantas empresas, empleos o servicios públicos como el vandalismo de los otros hooligans vestidos con traje y corbata, los que pertenecen a la MEDEF (patronal) y la UMP (Unión del Movimiento Popular).
De Villepin y Chirac han pedido la restauración del “orden”. De Villiers también ha defendido el orden e incluso ha recomendado el envío del ejército para sofocar la rebelión. ¿Pero de qué tipo de “orden” hablan? Es el orden de una república que está corrupta hasta la médula, basada en la estafa y la corrupción. Es un orden donde un pequeño número de grandes capitalistas someten a toda la sociedad a su sed de beneficios y poder. Es un orden donde los jóvenes supuestamente deben aceptar pasivamente su suerte, donde los trabajadores deben estar sometidos a las leyes del mercado, donde los ricos son más ricos mientras la pobreza y la precariedad se generalizan. La hostilidad implacable de Sarkozy hacia los “suburbios”, presentados alegremente como un terreno abonado para el fundamentalismo islámico, para los criminales e incluso los terroristas, es sólo la otra cara de su hostilidad hacia los trabajadores de SCNM (Société Nationale Marítime Corse Méditerranée), la RTM o cualquier grupo de trabajadores que intenta luchar contra las privatizaciones y la regresión social.
Esta rebelión se enlaza con la que se está preparando dentro de la clase obrera francesa. Es un desafío al movimiento sindical, a los partidos socialista y comunista, que no deben ignorar este movimiento tan importante. Si nos hacen elegir entre estos jóvenes valientes, combativos y desafiantes a pesar de sus errores debidos a su inexperiencia política y su falta de organización y los duros representantes del capitalismo que han enviado a la CRS contra ellos, no tenemos problema en decidir de qué lado estamos.
Cuando François Hollande (un dirigente del Partido Socialista Francés) se niega a pedir la dimisión de Sarkozy, con el pretexto de que no quieren alentar las revueltas, lo único que consigue es dar ánimos a Sarkozy. Pero la dimisión de Sarkozy no es suficiente. Debemos exigir la dimisión de todo el gobierno, es decir, la convocatoria inmediata de elecciones parlamentarias.
Los jóvenes no necesitan discursos moralizantes, sino un programa de acción audaz y revolucionario, que se oponga implacablemente al capitalismo. Las revueltas “ciegas” como la que estamos presenciando no sólo son el resultado directo del callejón sin salida del capitalismo, también son fruto de quince años de fracaso de los gobiernos de izquierda, desde 1981, en los cuales los representantes del PSF y el PCF se contentaron con aprobar algunas reformas menores pero que no cambiaron en nada el carácter rapaz y reaccionario del capitalismo. El último gobierno de la izquierda incluso puso en práctica un programa de privatizaciones a gran escala, que Chirac, Raffarin y de Villepin simplemente han continuado desde 2002.
Hoy, nuestra tarea como comunistas es explicar pacientemente a cada joven, trabajadores, desempleado y pensionista, que el capitalismo significa regresión social permanente, que no se puede revertir esta tendencia mientas los bancos y las grandes empresas sigan bajo el control de los capitalistas. Debemos extender nuestras manos en solidaridad a estos jóvenes en rebelión, explicarles que ninguna revuelta de este tipo, no importa lo grande y extendida que sea, será capaz de resolver sus problemas. Debemos invitarles a organizarse con nosotros, a preparar consciente y seriamente la lucha para derrocar al capitalismo.
Los representantes del capitalismo suministrarán las porras, el gas lacrimógeno y las esposas necesarias para el “restablecimiento del orden”. Pero no pueden resolver ninguno de estos problemas que afectan a estos jóvenes. En realidad, estas revueltas terminarán. Pero las causas permanecerán. Ente los jóvenes que hoy hacen frente a la brutalidad de la CRS, encontraremos un gran número de luchadores por la causa del socialismo, en la medida que les hablemos con un lenguaje que puedan entender, un lenguaje revolucionario.
En última instancia, lo que se está preparando es una revolución. El sistema capitalista es absolutamente incapaz de satisfacer las necesidades de estas personas. Su existencia es incompatible con las conquistas sociales del pasado. Sus representantes atacan a la clase obrera, los parados y los pensionistas. El desempleo, la incertidumbre y la miseria irán en aumento. Cuando Villepin habla de aliviar el “sufrimiento” de la juventud, el gobierno y la MEDEF están lanzando un nuevo ataque contra el subsidio de desempleo. La revuelta en los suburbios franceses es una expresión concreta de las profundas tensiones que existen en el seno de la sociedad francesa. Estas revueltas son una prueba más -junto con muchos otros factores- de que Francia ha entrado en una época de profunda inestabilidad social, en el curso de la cual los trabajadores de este país se enfrentarán al desafío de poner fin al capitalismo.