Nuestros orígenes e historia: el hilo ininterrumpido del comunismo revolucionario.

El 23 de noviembre de 2024, la sección italiana de la Internacional Comunista Revolucionaria lanzó el Partido Comunista Revolucionario. Hacemos un llamamiento a todos los militantes comunistas críticos con el estalinismo para que se unan a nosotros en la tarea de construir el partido. El siguiente artículo fue escrito por Alessandro Giardiello en el período previo al lanzamiento del PCR, con el fin de ofrecer un resumen de nuestros orígenes e historia.

¿Qué proponemos? Nada menos que el derrocamiento del sistema capitalista y el establecimiento del comunismo; una sociedad sin clases, sin opresión de género, nacional o religiosa, capaz de aprovechar los recursos necesarios para curar un planeta cada vez más enfermo.

En otras palabras, luchamos por una sociedad basada en las necesidades de las masas y no en los beneficios de una pequeña minoría. Para lograr este objetivo, es necesario abolir la propiedad privada de los medios de producción y la existencia de los Estados nacionales, que se han convertido en un obstáculo absoluto para el desarrollo de una sociedad pacífica y armoniosa.

Para ello, nos basamos en las contribuciones políticas y teóricas de Marx y Engels —las ideas que inspiraron la Revolución de Octubre— y en la escuela de estrategia revolucionaria representada por los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, celebrados cuando Lenin aún vivía.

También nos inspiramos en la lucha librada por Trotsky contra el estalinismo, primero formando la Oposición de Izquierda y luego fundando la Cuarta Internacional.

Por razones que explicaremos en este texto, después de que Trotsky fuera asesinado por un sicario estalinista en 1940, la nueva Internacional resultó inadecuada. Solo reconocemos su congreso fundacional de 1938, y en particular su manifiesto político, El Programa de Transición, que fue redactado por el propio Trotsky.

Tras la muerte de Trotsky, junto con muchos de los líderes de la Oposición Rusa en los gulags de Siberia, o a manos de matones estalinistas, la Cuarta Internacional no contaba con los cuadros con la experiencia necesaria para hacer frente a la nueva situación política.

El camarada Ted Grant fue el único que lideró una batalla contra las desviaciones de líderes como Pablo, Cannon, Mandel, Maitan, Pierre Frank, etc. Por lo tanto, haremos referencia a muchos de los trabajos de Ted Grant, recopilados en Il lungo filo rosso, publicado por nuestra editorial en 2007. Esos documentos, artículos y contribuciones políticas representan una gran cantidad de ideas que estamos absolutamente decididos a hacer realidad en el nuevo partido y la nueva Internacional.

Algunos en el movimiento nos llaman «grantistas», otros, más genéricamente, trotskistas, marxistas o marxistas revolucionarios. No nos oponemos a ninguna de estas etiquetas. Las hacemos nuestras. Pero preferimos llamarnos comunistas. Esta fue la misma decisión que tomó Ted Grant hace 80 años, en 1944, cuando llamó a su partido Partido Comunista Revolucionario.

El estalinismo usurpó el término «comunista» y lo desacreditó a los ojos de millones de proletarios. Hoy también, el régimen chino sigue llamándose a sí mismo «comunista» y se adorna con una bandera roja y una hoz y un martillo. Pero ha restaurado el capitalismo y basa su poder en la explotación desenfrenada del proletariado chino, que no es tan diferente de la explotación que Engels describió hace 180 años en La situación de la clase obrera en Inglaterra.

Ted Grant, la WIL y el PCR

El fundador de nuestro movimiento, Isaac Blank, conocido como Ted Grant, era un joven sudafricano que se mudó a Londres a los 21 años con la clara intención de unirse al movimiento trotskista. Había leído los periódicos trotskistas estadounidenses que se vendían en una librería de izquierda en Sudáfrica y llegó a apoyar sus ideas, lo que continuó haciendo durante toda su vida. Como le gustaba decir a Ted Grant: «Cuando ciertas ideas se te meten en la sangre, nunca te abandonan».

Cuando llegó a Londres en 1934, él y su grupo de 30 camaradas comenzaron inmediatamente a construir las fuerzas del marxismo revolucionario con el incansable entusiasmo que le caracterizaba. En 1938, sin embargo, se negaron a aceptar el diktat impuesto por James Cannon, entonces secretario del Socialist Workers Party (SWP), la sección estadounidense de la Cuarta Internacional. Cannon llegó a Gran Bretaña con el objetivo de imponer una fusión de los tres grupos trotskistas diferentes que existían en Inglaterra en ese momento (más uno en Escocia) sin una base política de principios.

Las maniobras burocráticas de Cannon y otros líderes de la Cuarta Internacional contra Ted Grant y su grupo se explican ampliamente en The History of British Trotskyism, que los lectores pueden encontrar en Il lungo filo rosso, y que también ha sido publicado por nuestra editorial en inglés, Wellred Books.

En resumen, la organización fundada por Ted Grant, Jock Haston y Ralph Lee, la Liga Obrera Internacional (Workers International League - WIL), al no aceptar las maniobras burocráticas de Cannon, se vio excluida del congreso fundacional de la Cuarta Internacional en 1938.

En ese congreso, la mezcolanza creada por Cannon, que tomó el nombre de Liga Socialista Revolucionaria (RSL), fue reconocida como la sección oficial de la Cuarta Internacional en Gran Bretaña. Precisamente porque estaba plagada de numerosas diferencias políticas, se vio cometiendo todos los errores políticos posibles durante la Segunda Guerra Mundial, aplicando la posición de Lenin sobre el derrotismo revolucionario de una manera formalista y sectaria. Durante la Segunda Guerra Mundial, estos caballeros se encontraron haciendo campaña en torno al lema: «la victoria de Hitler es el mal menor» en las fábricas y lugares de trabajo. Esta era una posición absurda que estaba en conflicto con la que Trotsky, en su exilio en Coyoacán, México, había elaborado en la «política militar proletaria».

La política de Trotsky consistía en unirse a los ejércitos aliados (formados por reclutas), luchar contra la jerarquía militar exigiendo la elección de oficiales y el control de los trabajadores y los sindicatos sobre las condiciones de los soldados, y hacer propaganda abierta de las ideas del comunismo, la nacionalización de los medios de producción, el derrocamiento de la burguesía, un gobierno obrero y la conducción de una guerra revolucionaria contra el ejército de Hitler.

Mientras que la RSL, la sección oficial de la Cuarta Internacional en Gran Bretaña, rechazó la línea de Trotsky, la WIL (al que ni siquiera se le concedió el estatus de sección simpatizante) realizó una labor extraordinaria en el ejército británico. Como dijo Ted Grant, nuestros camaradas, aunque «hijos ilegítimos de la Cuarta Internacional», fueron los únicos que llevaron adelante la política militar trazada por Trotsky.

El resultado fue que, mientras que la RSL se desintegraba, la WIL se fortalecía organizativa y políticamente hasta el punto de que, en marzo de 1944, pudo anexionarse lo poco que quedaba de la RSL y fundar el Partido Comunista Revolucionario (RCP). El RCP fue reconocido como la sección británica de la Cuarta Internacional... pero las maniobras de los líderes de la Cuarta, impulsadas por el resentimiento y la política de prestigio, no habían hecho más que empezar.

Las causas de la degeneración de la Cuarta Internacional

Tras el final de la guerra, los nuevos líderes de la Cuarta Internacional continuaron repitiendo como loros la perspectiva desarrollada en 1938 por Trotsky en El Programa de Transición:

«La situación política mundial del momento, se caracteriza, ante todo, por la crisis histórica de la dirección del proletariado..

«La premisa económica de la revolución proletaria ha llegado hace mucho tiempo al punto más alto que le sea dado alcanzar balo el capitalismo. Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer. [...]

«La IV Internacional declara una guerra implacable a las burocracias de la II y de la III Internacionales, de la Internacional de Amsterdam y de la Internacional anarcosindicalista, lo mismo que a sus satélites centristas; al reformismo sin reformas, al democratismo aliado a la G.P.U., al pacifismo sin paz, al anarquismo al servicio de la burguesía, a los "revolucionarios" que temen mortalmente a la revolución. Todas estas organizaciones no son promesas del porvenir sino supervivencias podridas del pasado. La época de las guerras y de las revoluciones no dejará ni rastros de ellas.».

Estas palabras, absolutamente correctas en 1938, dejaron de ser ciertas tras la guerra. Los líderes de la Cuarta Internacional, en lugar de hacer un análisis concreto de la situación concreta, se aferraron a las palabras de Trotsky. La realidad era que la guerra había producido acontecimientos nuevos e imprevistos que ni siquiera un revolucionario del genio de Trotsky podría haber previsto.

Así fue como Pablo, Cannon y sus camaradas, a pesar de que la realidad iba en una dirección completamente diferente, continuaron defendiendo una línea «catastrofista». En esencia, predijeron un futuro de crisis precipitadas y permanentes para el sistema capitalista, cuya consecuencia serían enfrentamientos inminentes entre las fuerzas de la revolución y la reacción, encarnadas en la formación de nuevas dictaduras bonapartistas. La posibilidad de una estabilización del capitalismo y el surgimiento de democracias parlamentarias burguesas no se les pasó por la cabeza.

Ted Grant fue el único líder trotskista en Europa que planteó esta última hipótesis, un detalle que omiten muchos de los sesgados llamados «historiadores» de la Cuarta Internacional, que fingen ignorar este pequeño detalle.

Pierre Frank, en su libro de 1979 sobre la historia de la Cuarta Internacional (La Cuarta Internacional: la larga marcha de los trotskistas), ni siquiera menciona la existencia de la WIL o del RCP, a pesar de que el RCP fue la sección más importante del movimiento trotskista en Europa durante la guerra.

El mismo enfoque deshonesto lo muestra Livio Maitan, uno de los principales líderes de la Cuarta Internacional, quien en uno de sus libros afirma lo siguiente:

«Entre los líderes políticos y economistas de inspiración marxista, nadie, al menos que nosotros sepamos, previó a finales de la década de 1940 o principios de la de 1950 el prolongado auge que involucraría a los países capitalistas durante aproximadamente un cuarto de siglo, superando todos los precedentes históricos». (L. Maitan, Tempeste nell’economia mondiale, DataNews 1998, p. 11).

No solo finge no recordar las posiciones de Ted Grant, sino que, fiel a su estilo, es bastante indulgente con los errores que él y sus compinches cometieron:

«Según la hipótesis que seguimos considerando como muy infundada, habría sido posible un rumbo y una perspectiva diferentes. [...] No hubo ningún malentendido por nuestra parte del giro involutivo marcado por los acontecimientos de 1948. [...] Sin embargo, tendíamos a relativizar estas evaluaciones, planteando la hipótesis de una cronificación del estancamiento y la fragilidad económica, por encima del equilibrio de poder en evolución en la arena política. En este sentido, hubo parcialidad, una insuficiencia sustancial de nuestro análisis». (L. Maitan, La strada percorsa, p. 167-168).

Maitan era un maestro en interpretar errores flagrantes con consecuencias devastadoras como errores menores.

Para ser justos, posiciones similares a las del RCP británico también fueron defendidas por una minoría del SWP estadounidense, liderada por Felix Morrow y Albert Goldman, aunque con argumentos menos consistentes (en parte por razones objetivas relacionadas con la persecución que sufrieron los trotskistas estadounidenses a manos del aparato estatal).

A Ted Grant y a los camaradas del RCP les tocó liderar la batalla contra la degeneración de la Cuarta Internacional tras el final de la guerra.

He aquí algunos pasajes clave. En marzo de 1945, en un texto titulado El cambio de la correlación de fuerzas en Europa y el papel de la Cuarta Internacional, Ted Grant modificó la perspectiva de Trotsky de 1938 y la que había elaborado en junio de 1942 en Preparación para el poder:

«La contrarrevolución del capital en sus primeras etapas, asumirá una forma «democrática» en un corto período de tiempo tras el establecimiento de un gobierno militar. La burguesía combinará la concesión de concesiones ilusorias con represalias y represiones contra las fuerzas revolucionarias.

«La revolución que se avecina en Europa no puede ser otra que la revolución proletaria. Sin embargo, en sus primeras etapas es inevitable que las viejas organizaciones del proletariado logren ponerse a la cabeza de las masas. [...]

«Es posible, sobre la base del apoyo prestado al imperialismo mundial por el estalinismo y el reformismo clásico (y este es uno de los factores objetivos a tener en cuenta), que el imperialismo mundial pueda lograr, durante un período, 'estabilizar' los regímenes democráticos burgueses en ciertos países».

Al año siguiente, en Economic Perspectives 1946, escribió:

«La Cuarta Internacional solo se desacreditará a sí misma si se niega a reconocer la inevitable recuperación, y desorientará a sus propios cuadros, así como a las grandes masas, al predecir una depresión permanente y un ritmo lento de recuperación en Europa Occidental, cuando los acontecimientos están tomando una forma diferente».

La polémica continuaría en agosto de 1946 con el texto Democracia o bonapartismo en Europa: respuesta a Pierre Frank:

«Frank intenta equiparar todos los regímenes de Europa occidental con el "bonapartismo". Sus generalizaciones van incluso más allá: defiende que han existido regímenes bonapartistas en Francia desde 1934; que es imposible tener otra cosa que no sean regímenes bonapartistas o fascistas hasta que el proletariado llegue al poder en Europa. Esto, si queréis, en nombre de la "¡continuidad de nuestros análisis políticos durante más de diez años de la historia francesa!" Esta autocomplacencia reduce la teoría a abstracciones amorfas, a errores episódicos y encubrimientos inevitables, convirtiéndolas, de este modo, en un sistema. Eso no tiene cabida en la Cuarta Internacional.

El compañero Frank mezcla indiscriminadamente los términos democracia burguesa con bonapartismo, sin explicar los rasgos específicos de ninguno. Habla, de manera intercambiable, de "bonapartismo", "elementos de bonapartismo" y compara las libertades democráticas con "un régimen que se puede definir correctamente como democrático". El lector tiene que buscar en vano una definición de su "régimen democrático" ideal que se distinga de la democracia burguesa real. Niega la existencia hoy de los regímenes democráticos en Europa porque "literalmente no tienen cabida".». [...]

«El PCR británico ha caracterizado los regímenes de Europa occidental (Francia, Bélgica, Holanda, Italia) como regímenes de contrarrevolución con forma democrática.. [...]

«Los acontecimientos en Italia han demostrado la extraordinaria capacidad de previsión de Trotsky. La burguesía se ha visto obligada a desechar al rey y los traidores estalinistas-socialistas han desviado la revolución proletaria hacia los canales del "estado democrático y parlamentario".».

Las condiciones para un nuevo ciclo ascendente del capitalismo y un auge económico se establecieron con la derrota de los procesos revolucionarios de 1943-45 en Grecia, Italia, Francia y Bélgica (la responsabilidad de desviarlos hacia callejones sin salida recayó en los estalinistas); la destrucción de las fuerzas productivas y la aniquilación del excedente de mano de obra durante la guerra; además de un gigantesco flujo de inversiones estadounidenses en Europa a través del Plan Marshall.

Esto tuvo el efecto político de que, al haber más espacio para que los reformistas llevaran a cabo parte de sus programas, permitió que los socialdemócratas y los estalinistas ganaran terreno. Además, los estalinistas se beneficiaron del enorme prestigio del que gozaba el Ejército Rojo tras su victoria contra los nazis en Stalingrado. No fue una coincidencia que los partidos comunista y socialdemócrata se convirtieran en partidos de masas. Este proceso tuvo la misma base más o menos en todas partes, con diferencias obvias según el país.

Durante todo un período, todo esto impidió el desarrollo de la Cuarta Internacional. Solo encontró una base de masas en dos países del mundo, ambos semicolonias: Bolivia y Sri Lanka.

En una entrevista con marxist.com en 2004, el camarada Ted Grant, refiriéndose a los líderes de la Cuarta Internacional, dijo:

«Era una perspectiva totalmente ultraizquierdista. Pensaban que la revolución estaba a la vuelta de la esquina. Intentaron negar que había una recuperación económica, cuando estaba perfectamente claro. Hablaban del colapso económico. Nosotros decíamos que, todo lo contrario, por varias razones (que más tarde expliqué en mi documento ¿Habrá una recesión?) habría una recuperación económica, aunque ninguno de nosotros pensaba que fuera a ser tan prolongada como fue.

«Por esa razón durante un período sólo podríamos conseguir resultados modestos. Era principalmente una cuestión de formar a los cuadros, preservar nuestras fuerzas, ganar a uno o dos, quizá pequeños grupos acá o allá, y prepararnos para cuando cambiase la situación.

«Pero Mandel, Pablo y compañía no aceptaron los hechos. Negaban la posibilidad de la democracia en Europa y pronosticaron regímenes (dictatoriales) bonapartistas. Nosotros nos opusimos a esta locura señalando que había un gobierno laborista en Gran Bretaña y que los partidos comunistas estaban en los gobiernos de Francia e Italia -aplicando por supuesto una política contrarrevolucionaria-. Pero como explicamos se trataba de una contrarrevolución con un disfraz democrático. Ellos no comprendieron nada de esto.».

Los líderes de la Cuarta Internacional, como Mandel, Pablo y Cannon, negaron la realidad durante al menos 15 años. Hubo quienes fueron aún peores: Pierre Lambert, uno de los líderes de la mayoría de la sección francesa que fue expulsada de la Cuarta Internacional en 1952, continuó negando que hubiera habido algún desarrollo de las fuerzas productivas a lo largo del siglo XX hasta el día de su muerte en 2008.

Mientras tanto, el Ejército Rojo estaba formando estados inspirados en la URSS (que llamamos estados obreros deformados o bonapartistas proletarios) en toda Europa del Este. En 1949, los estalinistas chinos, liderados por Mao, tomaron el poder.

Pablo llegó a la conclusión de que la burocracia estalinista estaba desempeñando un papel revolucionario y no contrarrevolucionario, como había afirmado Trotsky. La tesis que Pablo desarrolló a principios de la década de 1950 fue que la burocracia estalinista, de ser una «excrecencia parasitaria», como la había llamado Trotsky en La revolución traicionada, se había convertido en una etapa legítima en el camino hacia el socialismo, una transición que duraría siglos (¿Hacia dónde vamos?, enero de 1951).

Este análisis tuvo el efecto inevitable de provocar una reorientación abrupta hacia la burocracia estalinista. Tácticamente, recurrieron al «entrismo profundo» en los partidos comunistas.

Además, se hicieron ilusiones sobre el régimen de Tito en Yugoslavia, que consideraban un estado obrero relativamente sano. En respuesta a esto, remitimos al lector a la carta escrita por Jock Haston a los líderes de la Cuarta Internacional.

Pablo y Mandel argumentaron, tras la muerte de Stalin en 1953, que se abría un período de «autorreforma» del estalinismo.

Pablo declaró que el estalinismo y el nacionalismo pequeñoburgués podían desempeñar un papel progresista en la transición del capitalismo al socialismo. Esto llevó al POR (la sección boliviana de la Cuarta Internacional) a apoyar al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) en la revolución boliviana de 1952, lo que llevó al proletariado a la derrota. Las tesis del III Congreso Mundial de la IV Internacional, celebrado en 1951, hablaban abiertamente de dar «apoyo crítico» al MNR en su capítulo sobre Bolivia.

En este contexto, Ted Grant se opuso a las tácticas entristas de la Cuarta durante la década de 1940. Esto, junto con todas las demás divergencias mencionadas anteriormente, llevó a la segunda expulsión de Ted de la Cuarta Internacional en 1950 a manos de Gerry Healy, que se había convertido en la marioneta de Pablo dentro del RCP en Gran Bretaña y había tomado el control burocrático del partido.

De la escisión de 1953 a la expulsión de 1965

A finales de 1953, Cannon lideró una escisión de la Cuarta Internacional para formar el Comité Internacional de la Cuarta Internacional. A este se unieron Healy en Gran Bretaña, Lambert en Francia y, más tarde, Moreno en Argentina.

Cannon atribuyó la escisión a la adaptación de Pablo al estalinismo. Esta adaptación ciertamente no puede negarse. Pero Cannon la había apoyado totalmente hasta ese momento. De hecho, toda la dirección de la Cuarta, incluido Healy y Lambert, había apoyado la línea del Tercer Congreso de 1951.

La verdadera razón de la escisión de Cannon en 1953 tenía mucho más que ver con su método organizativo, que llamaríamos del ordeno y mando. Según Cannon, la dirección internacional no debía inmiscuirse en los asuntos internos de la sección estadounidense y debía apoyar siempre las posiciones de la mayoría del partido.

Cannon sospechaba que Pablo compartía y apoyaba activamente las posiciones de la minoría en el SWP estadounidense, liderada por George Clarke, quien fue expulsado más tarde en noviembre de 1953. Esta fue la verdadera razón de la escisión.

Cannon siempre había estado animado por la idea de que la sección estadounidense fuera la «sección líder», es decir, que el SWP liderara la Cuarta Internacional. Sin embargo, en esto se vio limitado por la represiva Ley Voorhis, que impedía a los partidos políticos estadounidenses pertenecer a organizaciones internacionales.

De hecho, el plan de Cannon fracasó y el Comité Internacional no celebró un solo congreso en diez años. En 1963 se reunificó con la Cuarta Internacional, volviendo a la nave nodriza, pero no sin antes que su antagonista Pablo fuera marginado por la dirección internacional.

En 1956, Ted Grant y sus camaradas formaron la Liga Socialista Revolucionaria (RSL). Conocían a Cannon y a Healy demasiado bien como para dar la más mínima credibilidad a su ruptura. Sin embargo, la salida de Healy de la Cuarta dejó a la Internacional sin una sección en Gran Bretaña. Se hizo un llamamiento para que la RSL se convirtiera en la sección oficial. Pero a estas alturas, Ted Grant no solo no había logrado resolver sus diferencias con la dirección, sino que estas se habían ampliado. Ahora no confiaba en Mandel, Maitan y compañía.

Sin embargo, en discusión con los camaradas, se decidió que la RSL, al estar internacionalmente aislada, tenía poco que perder. No se podía descartar que, al librar una batalla de oposición en la Cuarta, pudieran encontrarse con militantes valiosos en otros países.

En el VI Congreso de la Cuarta Internacional en 1961, el camarada Ted Grant lideró un contraataque durante el debate económico y presentó enmiendas importantes a casi todos los puntos del orden del día.

Esta batalla culminó en el VIII Congreso en 1965, donde Ted presentó un documento alternativo llamado La revolución colonial y la disputa chino-soviética.

Este documento tenía como objetivo combatir las ilusiones maoístas, castristas y guerrilleras que estaban empezando a abrirse camino en la dirección de la Cuarta Internacional.

Como resultado de ese debate, Ted Grant fue expulsado de la Cuarta Internacional por tercera y última vez.

En su último libro, Livio Maitan distorsiona una vez más los hechos. Leamos esta obra maestra de la hipocresía:

«En lo que respecta a Gran Bretaña, el congreso decidió no reconocer a ninguna de las dos organizaciones como sección, lo que provocó la escisión del RSL, cuyo líder más conocido era Ted Grant, también representado en el congreso por Peter [Taaffe]. El RSL daría lugar más tarde a la tendencia «The Militant», destinada a desempeñar un papel destacado en la izquierda laborista. Personalmente, debo admitir que subestimé la capacidad de Grant para construir una organización sustancial. Tenía buenas relaciones personales con él, pero me impacientaba su costumbre de citar puntillosamente a Trotsky en casi todos los discursos y me alegraba verlo llegar a las reuniones con una maleta llena de libros y documentos». (L. Maitan, Per una storia della Quarta Internazionale, p. 171-172).

Maitan habla de una escisión, pero está bastante claro que al no reconocer a ninguna de las organizaciones británicas, el Octavo Congreso estaba de hecho expulsando a la que había sido la sección británica oficial desde 1957: la RSL, la organización de Ted Grant.

En La revolución colonial y la disputa chino-soviética, se puede ver un anticipo de los desacuerdos que surgieron más tarde sobre el tema de la guerrilla rural durante el IX Congreso de 1969.

Ted Grant escribió ya en agosto de 1964:

«Aquellos compañeros que acaban de descubrir al campesinado y al semiproletariado, e incluso al proletariado rural como la principal fuerza revolucionaria en estas revoluciones coloniales, no han comprendido el verdadero significado del papel que estas clases han jugado. Donde el proletariado está dirigido por un partido revolucionario consciente, la pequeña burguesía urbana y rural, bajo la firme dirección del proletariado, puede apoyar la victoria de la clase obrera y la instalación de su dictadura revolucionaria, es decir, en el sentido de la dictadura del proletariado, utilizando la expresión de Trotsky, "de acuerdo con lo establecido"...

«De este modo, estas clases pueden jugar un papel clave como tropas de reserva de la revolución, pero el punto definido de la revolución sólo puede ser la conciencia revolucionaria de la clase obrera industrial». (La revolución colonial y la disputa chino-soviética)

La responsabilidad de las desastrosas tácticas guerrilleras, que costaron la vida a muchos jóvenes trotskistas en Argentina y otros países, debe atribuirse en primer lugar a Maitan, que dirigió la Cuarta Internacional en América Latina, y en segundo lugar a Mandel, el principal líder de la Cuarta Internacional tras la salida de Pablo en 1965.

En toda la IV se vivió una verdadera fiebre castrista. Había grandes expectativas en torno a la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), formada en Cuba en 1967, con el objetivo de promover la lucha armada y el establecimiento de nuevos estados socialistas.

Las concepciones tercermundistas y foquistas fueron incorporadas por los líderes de la IV, que olvidaron todas las enseñanzas de Trotsky sobre el tema.

El mismo Moreno que, en 1973, escribió un documento ferozmente crítico contra la guerrilla rural (Un documento escandaloso), había dado, en años anteriores, un apoyo acrítico y total a las concepciones foquista, como se discute en este artículo crítico del camarada Francesco Giliani.

Compare las palabras claras de Ted Grant en La revolución colonial con lo que Moreno escribió ese mismo año:

«Nuestra admiración, respeto, reconocimiento hacia ellos, como jefes del proceso revolucionario latinoamericano, no tienen límites. En el caso de Fidel Castro no hemos dudado en considerarlo junto con Lenin y Trotsky, uno de los más grandes genios revolucionarios de este siglo.». (N. Moreno, «Dos métodos para la revolución latinoamericana», Estrategia, nueva serie, 1964).

¡Pura adulación! Castro no correspondió a tal generosidad de juicio: no solo persiguió a los activistas trotskistas en Cuba, sino que en su discurso en la Tricontinental en enero de 1966 declaró, ante representantes de movimientos revolucionarios y de liberación nacional de 82 países diferentes de África, Asia y América Latina, que la Cuarta Internacional era «repugnante y nauseabunda» y se había convertido en «un vulgar instrumento del imperialismo y la reacción».

Contrariamente a las grandes expectativas que los líderes de la Cuarta habían depositado en ella, la OLAS nunca fue un instrumento para la extensión de la lucha armada. La muerte del Che Guevara en Bolivia, en una acción que no dudamos en calificar de desesperada, puso fin a cualquier ambición foquista del régimen cubano, que ahora comenzaba a mirar hacia la URSS de Jruschov.

La verdad es que los líderes de la Cuarta Internacional habían perdido totalmente la fe en el potencial revolucionario del movimiento obrero en Europa. Este proceso culminó justo cuando la clase trabajadora en Europa estaba mostrando su carácter revolucionario, con mayo del 68 en Francia, el otoño caliente en Italia y los otros grandes movimientos del proletariado industrial en toda Europa.

La Cuarta Internacional había demostrado una vez más su total inadecuación. Volver a un programa trotskista era imposible. Ted Grant y los demás camaradas decidieron darle la espalda de una vez por todas, y nunca volvieron sobre sus pasos. El balance de esa experiencia se recogió en el texto de Ted de 1970, El programa de la Internacional, que afirma:

«El análisis de este documento muestra que durante 25 años, el USFI [Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional] ha ido dando tumbos de un error a otro. De una política equivocada a su opuesta, y luego a un nivel más alto de errores de nuevo. Esta es la marca de una tendencia completamente pequeñoburguesa. En lo que respecta a este grupo, al menos a sus máximos dirigentes, esto se ha vuelto orgánico. Toda la perspectiva ha sido moldeada por los errores de un cuarto de siglo, y se ha convertido en parte integrante de sus métodos de pensamiento, de sus hábitos de trabajo y de toda su perspectiva. Incluso dignificar esta tendencia llamándola centrista sería un cumplido».

El objetivo de Ted se convirtió en construir una nueva Internacional basada en las ideas auténticas de Lenin y Trotsky.

En 1964, Ted Grant fundó el periódico Militant y comenzó a construir una organización que, a través de una hábil combinación de trabajo independiente y entrismo en el Partido Laborista, logró crecer significativamente.

En las décadas de 1960 y 1970, las condiciones para el entrismo estaban madurando en toda Europa. En Gran Bretaña, en 1970, los camaradas tomaron por primera vez el control de las Juventudes Socialistas del Partido Laborista (LPYS). Más tarde, crecieron hasta influir en numerosas agrupaciones y circunscripciones del Partido Laborista. La táctica tuvo tanto éxito que, en la década de 1980, nuestra organización lideraba el ayuntamiento de Liverpool y contaba con tres diputados a nivel nacional (Terry Fields, Dave Nellist y Pat Wall).

El control de la LPYS nos permitió entrar en contacto con una serie de jóvenes activistas socialistas que se estaban radicalizando a nivel internacional, a través de las reuniones de la Unión Internacional de Juventudes Socialistas (IUSY). La Federación de Juventudes Comunistas Italianas (FGCI), el ala juvenil del Partido Comunista Italiano (PCI), también se unió a la IUSY en la década de 1980.

En España, en la lucha contra la dictadura de Franco, se desarrolló una tendencia de izquierdas en las Juventudes Socialistas de España (JSE). Gracias al trabajo incansable de Alan Woods, que se trasladó a Madrid en 1976 y permaneció allí durante siete años, sus dirigentes, Luis Osorio y Alberto Arregui, se unieron a nuestra organización. También reclutamos a camaradas de las juventudes socialistas de Alemania y Suecia, creando el Comité por la Internacional de los Trabajadores (CIT-CWI) en 1974. En 1974, el Militant tenía 600 camaradas. Diez años después, había crecido hasta los 8000.

A finales de los 80, en Gran Bretaña, lideramos un movimiento de masas de más de 10 millones de personas que se negaron a pagar el infame impuesto de capitación. Ese movimiento derrocó a Thatcher, que había gobernado el país durante 11 años. En aquellos años, se escribieron libros sobre el Militant. Periódicos italianos como L'Unità, La Repubblica y el Corriere della Sera publicaban regularmente artículos sobre los trotskistas en el Partido Laborista.

El colapso del estalinismo y los «rojos 90»

El Militante se encontró desempeñando un papel que iba mucho más allá de su fuerza numérica. Tenía gran influencia en los sindicatos y controlaba los comités de empresa, secciones sindicales y otras organizaciones de trabajadores, etc.

La organización tenía formalmente 8000 militantes. Probablemente era la mayor organización trotskista del mundo. A pesar de ello, existía una enorme desproporción entre su tamaño organizado y su objetivo estratégico de la transformación socialista de la sociedad, para lo cual era necesario ganarse a la mayoría del proletariado.

Además, en la década de 1980, las condiciones objetivas empezaron a volverse más desfavorables. Desafortunadamente, varios de los líderes de Militant o bien no se dieron cuenta de esto o inconscientemente ocultaron el problema.

Peter Taaffe y otros se dejaron llevar por ilusiones revolucionarias. Por otro lado, camaradas como Ted Grant y Alan Woods empezaban a darse cuenta de que la situación no era tan positiva como parecía en la superficie, y que muchos problemas se estaban acumulando en la organización.

Esto provocó un debate en el grupo dirigente de la organización, con una mayoría liderada por Peter Taaffe y una minoría liderada por Ted Grant y Alan Woods.

Taaffe, como secretario general, pensó que podía superar con voluntarismo las dificultades y contradicciones a las que se enfrentaba la organización, haciendo suposiciones extremadamente optimistas sobre la situación objetiva, ¡llegando incluso a hablar de los «rojos años 90»!

Ted Grant y Alan Woods, por su parte, advirtieron a la organización de las consecuencias que estaba produciendo esta exposición a la presión del movimiento: una disminución del nivel teórico y político, una disminución de la participación en los grupos de base, tendencias economicistas y «movimentistas». En una palabra, el enfoque se estaba centrando en «construir el movimiento» a expensas de construir realmente la organización. Se buscaban atajos organizativos para resolver problemas políticos.

Así se desarrollaron las tendencias zinovievistas. Este término se refiere al papel desempeñado por Zinoviev, el presidente de la Internacional Comunista que, tras la muerte de Lenin, utilizó métodos administrativos para resolver disputas políticas. Su método se caracterizaba por un estilo de liderazgo duro y autoritario en el que, en lugar de convencer a los camaradas como era habitual en la época de Lenin y Trotsky, los dirigentes daban órdenes e imponían decisiones desde arriba.

Las consecuencias de la derrota de los mineros en 1985, una de las derrotas más graves que había sufrido el movimiento obrero británico, no fueron plenamente reconocidas por Militant, que habló de un «empate». Tampoco Taaffe tomó nota de las otras derrotas que se habían producido en el resto del mundo, desde FIAT en Italia en 1980, hasta el sector público en Francia, o los controladores aéreos en EE. UU., entre otros.

En 1964, Ted Grant fundó el periódico Militant y comenzó a construir una organización que, a través de una hábil combinación de trabajo independiente y entrismo en el Partido Laborista, logró crecer significativamente / Imagen: manifestación de 1988 de la Militant Tendency

La caída de la bolsa de valores el Lunes Negro de octubre de 1987 se consideró una prueba de que el capitalismo se dirigía hacia una profunda crisis de sobreproducción como la que predijo Marx, que se afirmaba que pronto abriría el camino a nuevas situaciones prerrevolucionarias.

«Después de todo, los bolcheviques no eran 8000 como nosotros en febrero de 1917», fue la declaración hecha en una reunión por Bob Labi, un dirigente de la facción mayoritaria en Militant. Olvidó un pequeño detalle, a saber, que los bolcheviques habían sido la organización de masas tradicional del proletariado ruso incluso antes de la guerra.

Al mismo tiempo, la sección española, la segunda sección más importante de la Internacional con alrededor de 1000 miembros, lideraba un movimiento de millones de estudiantes en 1986/1987. Y un año después, el 14 de diciembre de 1988, España vivió una de las huelgas generales más importantes de su historia, con la participación de 10 millones de trabajadores. Estos acontecimientos solo sirvieron para avivar el entusiasmo.

Pero estas eran contratendencias a una situación objetiva que, en general, se movía en una dirección totalmente opuesta. Con un reflujo en la lucha de clases y con la estabilización del sistema capitalista, la idea de Taaffe de que nuestras fuerzas lanzaran nuevos partidos obreros abandonando el entrismo estaba totalmente fuera de lugar. Generaba ilusiones perjudiciales. Fue por esta razón que Ted Grant y Alan Woods se opusieron, y ciertamente no porque creyeran que el entrismo podía producir resultados significativos en ese momento.

El golpe de Estado en la URSS y el colapso del estalinismo

Pero el debate central fue sobre el estalinismo. La caída del Muro de Berlín en 1989 y el colapso de la URSS, que tuvo lugar entre agosto y diciembre de 1991, cambiaron definitivamente la balanza a favor del capitalismo, que vio abrirse ante sí nuevos mercados potenciales de más de dos mil quinientos millones de consumidores. Esto tuvo inevitablemente un efecto increíblemente desmoralizador desde el punto de vista político en la mayoría de los activistas comunistas.

La perspectiva de la aparición de una crisis de sobreproducción se retrasó al menos veinte años, hasta 2008, cuando finalmente estalló. Mientras tanto, el período representó un soplo de aire fresco para el sistema capitalista. ¿Qué actitud tuvieron las dos fracciones del CIT ante esta cuestión?

Alan Woods y Ted Grant escribieron un texto titulado La verdad sobre el golpe. En él se explicaba que, durante el golpe de 1991 en Rusia, había, por un lado, una facción estalinista liderada por Ianaiev y, por otro, protestas procapitalistas lideradas por Yeltsin.

Por otro lado, un artículo publicado en Militant el 22 de agosto de 1991 sobre los mismos acontecimientos repetía la palabra «pueblo» 13 veces. Hablaba del «poder del pueblo», el «pueblo soviético», el «pueblo ruso». Lo que llamaba la atención de estos artículos era la absoluta falta de contenido de clase. De hecho, la cuestión era que la clase trabajadora estaba casi completamente ausente de estas manifestaciones: solo se registraron huelgas en dos fábricas de Leningrado y entre una parte de los mineros de Kuzbass y Vorkuta.

La mayoría taaffista se puso del lado de Yeltsin, lo que equivalía a ponerse del lado de la contrarrevolución. La minoría hizo un llamamiento a la acción independiente del proletariado. Esto no significaba apoyar el golpe de los estalinistas, sino promover la movilización de los trabajadores independientemente de los dos bandos en la lucha. Citamos de La verdad sobre el golpe:

«En el siguiente párrafo, sin embargo, los autores... arrastran otra profunda contradicción, que «estos acontecimientos [la caída de los regímenes estalinistas] eliminan un obstáculo importante para la politización de los trabajadores estadounidenses y una mayor disposición a aceptar las ideas socialistas».

«Uno se frota los ojos incrédulo. El derrocamiento del estalinismo, en sí mismo, no predispone en modo alguno a los trabajadores estadounidenses a aceptar las ideas del socialismo. Eso depende de quién lo derribe y con qué propósito. Esta afirmación sobre los trabajadores estadounidenses, más que cualquier otra cosa, revela la total falta de comprensión de la facción mayoritaria del SI.

«Si la burocracia hubiera sido realmente derrocada por un movimiento revolucionario de la clase trabajadora, eso habría tenido un efecto extremadamente revolucionario en la psicología, no solo de los trabajadores de EE. UU., sino de todo el mundo.

«Pero el hecho de que esta tarea fuera llevada a cabo por las fuerzas de la contrarrevolución burguesa tiene precisamente el efecto contrario. Y todas las vueltas y revueltas «contradictorias» del mundo no alterarán este hecho. ¿Cómo la victoria de Yeltsin y los gánsteres procapitalistas «predispone a los trabajadores estadounidenses a aceptar las ideas socialistas»? Simplemente reforzará la propaganda de la burguesía de que «el socialismo está acabado», «la nacionalización no funciona» y «la economía de mercado es el único sistema económico posible».

Un error flagrante, pero los taaffistas no fueron la única organización trotskista que lo cometió. Los morenistas en Argentina y los lambertistas en Francia, grupos de tamaño considerable (alrededor de 6000 miembros), confundieron la contrarrevolución capitalista con la revolución política o una «revolución democrática» no especificada.

Lambert había desarrollado la «línea de la democracia» en 1984. También Moreno. En una serie de seminarios de mediados de los 80, cuestionó la teoría de la revolución permanente de Trotsky en favor del concepto de «revolución democrática». Mientras tanto, cuanto menos se hablaba del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional y de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) francesa, que veían en la Perestroika de Gorbachov un proceso de autorreforma del estalinismo.

Todas estas organizaciones, que tuvieron cierta influencia en la década de 1980, pagaron caro estos errores.

Finalmente, Ted Grant y Alan Woods fueron expulsados del CIT en 1992. Una vez más, tuvieron que reconstruir la organización desde cero.

Así, en 1992 nació en Tarragona la Corriente Marxista Internacional (CMI). Además de la minoría británica, estaban casi todas las secciones españolas, italianas, paquistaníes y mexicanas y fracciones minoritarias de Suecia, Alemania, Grecia, Francia y Dinamarca. Fue un nuevo comienzo.

Tras un largo proceso de treinta años, del que hablaremos en futuros artículos, hemos acumulado un capital teórico y político crucial y una experiencia sobre la base de la cual hemos lanzado ahora la nueva Internacional Comunista Revolucionaria, que se fija como objetivo la tarea de convertirse en un factor decisivo en la construcción de una nueva Internacional revolucionaria y una fuerza de masas, sin la cual sería imposible allanar el camino para el derrocamiento del capitalismo y la construcción de una sociedad comunista.

Join us

If you want more information about joining the RCI, fill in this form. We will get back to you as soon as possible.