Hace 30 años, en marzo de 1984, se inició en Gran Bretaña el conflicto obrero más importante desde la Gran Huelga General de 1926. El gobierno de Thatcher y la clase dominante gastaron miles de millones para aplastar la combatividad de los mineros, que acabarían derrotados. Más de 10.000 fueron detenidos, dos murieron en los piquetes, un número incontable resultó herido y decenas de miles quedaron endeudados durante años por los préstamos a los que tuvieron que recurrir para mantener la huelga. Publicamos aquí un extracto en castellano del artículo de Phil Mitchinson,The lessons of the 1984-85 miners' strike, escrito en marzo de 2004.
Hace 20 años, el 5 de marzo de 1984, el Sindicato Nacional de Mineros británico (NUM) puso en marcha una gran huelga. Décadas de “consenso” social fueron borradas del mapa y el capitalismo británico mostró su verdadero rostro. La máscara de la democracia (la supuesta independencia de la justicia, los medios de comunicación, etc.) dejó paso al auténtico papel del aparato del Estado en la sociedad capitalista. La clase dominante gastó miles de millones para aplastar la combatividad de los mineros, que acabarían derrotados. Más de 10.000 fueron detenidos, dos murieron en los piquetes, un número incontable resultó herido y decenas de miles quedaron endeudados durante años por los préstamos a los que tuvieron que recurrir para mantener la huelga.
Los precedentes
Fue la lucha obrera más importante en Gran Bretaña desde la huelga general de 1926. Tras ésta, los mineros tardaron casi cincuenta años, hasta 1972, en volver a realizar una huelga nacional. En 1974, la amenaza de huelga hizo caer al gobierno conservador de Edward Heath. Los tories se la juraron a los mineros. En 1978, un futuro ministro tory elaboró un plan para la confrontación con ellos, que incluía el aumento de los stocks y las importaciones de carbón, adjudicar el transporte a empresas sin representación sindical, adaptar las centrales energéticas para que pudieran usar petróleo, el recorte de las prestaciones sociales a los huelguistas y la creación de una fuerza policial nacional*.
En 1984, con los conservadores otra vez en el poder, las ansias de venganza jugaron un papel en la actitud del gobierno de Margaret Thatcher, pero el conflicto minero fue un reflejo del declive del capitalismo británico, que llevó a que la burguesía tomase medidas drásticas para recuperar su tasa de beneficios a costa de la clase obrera. Para aplastar la previsible resistencia del movimiento obrero, la primera tarea era aplastar al sector más combativo. La burguesía sabía que una derrota de los mineros desmoralizaría al resto de la clase y evitaría luchas. Para conseguir este objetivo político gastaron muchísimo más dinero de lo que costaban las reivindicaciones de los mineros.
Desde su vuelta al poder en 1980, los tories habían ido preparando la confrontación: cierre de pozos aislados, declaraciones sobre la necesidad de sanear el sector, informes sobre la supuesta falta de rentabilidad... Por su parte, el NUM eligió en 1981 a Arthur Scargill, uno de los líderes del 72, como secretario general y, además de las luchas locales contra el cierre de pozos, en noviembre de 1983 organizó un boicot total a las horas extras, para hacer disminuir los stocks.
El inicio de la huelga
El 1 de marzo de 1984 vino la provocación final: el gobierno anunció 20.000 despidos y el cierre de 20 pozos. Para defenderse de tamaña agresión, 150.000 mineros iniciaron la huelga, que fue durísima y se prolongó durante todo un año.
Entre la legislación antisindical aprobada por el gobierno conservador, se incluía una ley que obligaba a que los trabajadores aprobasen en referéndum una huelga para que ésta fuese legal. Pero Scargill se negó a celebrar el referéndum, quizás influido porque anteriormente ya había perdido alguno. Esta negativa fue el talón de Aquiles de la lucha: fue utilizada por la burguesía en su campaña contra la huelga, fue la excusa de los líderes mineros de Nottingham que actuaron en estrecha sintonía con el gobierno conservador para romper la huelga y fue la hoja de parra de los dirigentes del Partido Laborista y del TUC (la confederación sindical británica) para tapar la vergüenza de no tomar ninguna iniciativa solidaria.
La no celebración del referéndum fue un error. De haberse celebrado, se habría ganado, habría arrastrado con toda probabilidad a la mayoría de los mineros de Nottingham y habría dificultado las maniobras de los dirigentes del TUC para aislar la huelga. Así mismo, habría dificultado las maniobras del gobierno, que con la excusa de que la huelga era ilegal intervino las cuentas bancarias del NUM no sólo en territorio británico, sino también en el extranjero, adonde el NUM había transferido preventivamente parte de sus fondos.
Tremenda solidaridad
Sin embargo, la huelga se pudo mantener porque contó con una enorme simpatía. A lo largo y ancho de Gran Bretaña se formaron comités de apoyo que todas las semanas hacían colectas en las fábricas y barrios obreros para los huelguistas, hijos de mineros fueron acogidos en otras familias, etc. Cabe destacar el papel de las mujeres de los mineros, que no sólo participaron en la retaguardia (colectas, comedores populares, etc.), sino que también estuvieron en los piquetes. También hubo movilizaciones de solidaridad por parte de trabajadores. Así, los ferroviarios de Leicester boicotearon transportes de carbón y los impresores del Sun se negaron a imprimir una portada insultante en la que Scargill era tildado de “Hitler minero”. Pero no pasaron de acciones aisladas, dada la total pasividad de los dirigentes del TUC, que ni siquiera organizaron una manifestación nacional en apoyo a los mineros, ni mucho menos una huelga general en Gran Bretaña, como demandaba la izquierda sindical. La solidaridad también vino del extranjero, y miembros del NUM recorrieron muchos países recogiendo dinero.
El ‘enemigo interior’
Desde el principio, la burguesía criminalizó a los dirigentes del NUM acusándolos de urdir una conspiración marxista para hacer la revolución socialista en Gran Bretaña. Así, con el mismo trasfondo psicológico y mentalidad policial que hoy se percibe en Bush, Margaret Thatcher presentó a Scargill como un genio diabólico que había manipulado a los mineros para convertirlos en los tontos útiles de su infame conspiración. Ni que decir tiene que los supuestamente independientes medios de comunicación británicos se entregaron un día tras otro, las 24 horas del día, a una orgía de mentiras, manipulaciones y falsedades en apoyo del gobierno. Los mineros se atrevían a luchar, y eso era un crimen.
La violencia física también fue brutal. Su símbolo fue la llamada “batalla de Orgreave”, una central térmica que los mineros quisieron paralizar. El 18 de junio, un piquete de más de 5.000 mineros se había concentrado en sus alrededores, frente a un auténtico ejército policial. La represión fue digna de un régimen dictatorial: gases lacrimógenos, pelotas de goma, perros, cargas a pie y a caballo... una auténtica orgía de violencia sin límites que dejó centenares de mineros heridos. Muchos trabajadores británicos aprendieron ese día que la policía no está para ayudar a las ancianitas a cruzar las calles, sino que, como la justicia y las leyes, es un instrumento del Estado para defender el sistema capitalista. Por supuesto, los medios de comunicación burgueses denunciaron unánimemente la violencia de los trabajadores.
La propia burguesía comparó la huelga minera con una guerra. Margaret Thatcher llegó a decir que en la guerra de las Malvinas (1982) habían luchado contra el enemigo exterior y que ahora luchaban contra los mineros.
El fin de la huelga
Dadas las circunstancias, a medida que pasaban los meses la solidaridad iba haciéndose más imprescindible. Pero esa solidaridad no llegó de donde más tenía que llegar: los dirigentes del TUC. En esta situación, el 3 de marzo de 1985, tras un año de lucha, una conferencia extraordinaria del NUM puso fin a la huelga, aunque por estrecho margen (98 votos a favor de desconvocarla y 91 a favor de continuar). La vuelta al trabajo fue orgullosa: los mineros acudieron a los pozos en manifestaciones encabezadas por los estandartes del NUM y sus bandas de música, acompañados por sus familias y vecinos y cantando sus himnos de lucha.
En Nottingham, el gobierno conservador volvió a demostrar cómo entendía la democracia reconociendo a un sindicato minero amarillo y prohibiendo toda actividad del NUM dentro de los pozos. Hubo despedidos por colocar carteles del NUM convocando una reunión en el pueblo fuera de horas de trabajo. Y llevar una insignia del NUM era motivo de sanción. Como siempre, los huelguistas supieron encontrar una forma imaginativa de enorgullecerse de su apoyo al NUM, luciendo una chapa que simplemente ponía “100%”, en referencia a su participación en toda la huelga.
Pero aunque Roy Link y David Prendergas, los líderes esquiroles de Nottingham, sí vieron aumentar notoriamente sus emolumentos por los servicios prestados al gobierno, los mineros de Nottingham sufrieron las consecuencias de la reconversión igual que los del resto del país.
Lecciones de la huelga
Los mineros fueron derrotados, pero no por su culpa, sino por culpa de los dirigentes del TUC y del Partido Laborista, que a la hora de la verdad los abandonaron a su suerte. Pero desde una perspectiva marxista, el valor de una huelga no radica solamente en lo que los trabajadores consiguen, sino en las lecciones que extraen de ella.
La huelga cambió para siempre las conciencias de los que participaron: el papel de la policía, la justicia y los medios de comunicación; la importancia de la solidaridad; que los trabajadores en lucha sólo pueden esperar el apoyo de otros trabajadores; y también el papel de aquellos que deberían estar de su lado pero que andan más preocupados por su “respetabilidad” y sus carreras políticas en Londres o Bruselas.
Estas lecciones serán de utilidad en el futuro. Por eso es mejor luchar y ser derrotados que rendirse ignominiosamente. En la lucha de clases como en la guerra, la peor derrota siempre es la de la batalla no dada.
Sí, Gran Bretaña estuvo en guerra durante la huelga minera de 1984-85 porque la clase dominante británica recurrió a todos los resortes del Estado burgués para machacar al movimiento obrero con una brutalidad como pocas veces se había visto en la historia del país. Algunos excesos que pudo haber por parte de los huelguistas (sobre todo contra esquiroles) no fueron nada comparados con la brutal represión planificada por el gobierno, que incluyó la toma policial de pueblos mineros enteros con comportamientos propios de una fuerza militar extranjera de ocupación.
La propia burguesía reconoce la importancia de esta huelga cuando hoy, en su 20º aniversario, sigue repitiendo las mismas mentiras y distorsiones. En enero, la BBC emitió un documental de dos horas tan tendencioso que ni siquiera recogió el testimonio de Arthur Scargill. Esto no es ninguna casualidad. No les basta con derrotar a los trabajadores, necesitan también manchar la memoria de las luchas históricas de nuestra clase, a fin de transmitir a las nuevas generaciones la idea servil de que es mejor resignarse porque la lucha no sirve. El documental de la BBC no era sobre el pasado, sino sobre el presente y el futuro. La burguesía británica quiere prevenir el surgimiento del ambiente combativo que en el último período se ha respirado en las huelgas generales de España, Austria, Italia o Grecia, o en las masivas movilizaciones de Francia o Alemania.
La huelga minera británica de 1984-85 es una inspiración heroica para la lucha de la clase obrera mundial. Por esta razón, y porque volvió a demostrar que la clase obrera está viva y que es la única clase que tiene la suficiente fuerza para retar a la burguesía y transformar la sociedad, todo trabajador consciente debe defender su memoria y transmitirla a las nuevas generaciones de luchadores obreros.