El problema de la soberanía de las Islas Malvinas ha vuelto a la primera línea del debate político nacional. La razón de ello fue el inicio de prospecciones petroleras en las costas de las islas a cargo de empresas británicas. Esto levantó una oleada de pronunciamientos y protestas indignadas del gobierno nacional y de todos los grupos políticos representados en el Congreso, quienes insistieron en el reclamo de la soberanía argentina sobre las islas y sobre una parte de los territorios antárticos.
El problema de la soberanía de las Islas Malvinas ha vuelto a la primera línea del debate político nacional. La razón de ello fue el inicio de prospecciones petroleras en las costas de las islas a cargo de empresas británicas.
Esto levantó una oleada de pronunciamientos y protestas indignadas del gobierno nacional y de todos los grupos políticos representados en el Congreso, quienes insistieron en el reclamo de la soberanía argentina sobre las islas y sobre una parte de los territorios antárticos.
Este incidente llegó en un momento muy oportuno para el gobierno, sometido a un acoso incesante por la oposición política, y trató de utilizarlo para desviar la atención de la población hacia la idea de la “unidad nacional” y del patriotismo.
Es indudable que el interés del gobierno británico por el supuesto yacimiento de petróleo en Malvinas tiene un carácter imperialista, busca reafirmar su control y soberanía sobre las islas para favorecer el negocio petrolero de las multinacionales, y reforzar su pretensión de colonizar una parte de la Antártida que también reclama como propia por su cercanía a las Islas Malvinas.
Podría decirse, entonces, que un elemento nuevo en la lógica del imperialismo británico para mantener su posesión sobre Malvinas, que no existía antes, es la disputa por la Antártida y sus recursos, de la misma manera que se expresa la disputa del Ártico por los países nórdicos de Europa, Canadá y EEUU, sin importar el impacto que podría generar en la biosfera el derretimiento de los polos y su expoliación a gran escala por empresas multinacionales para conseguir ganancias fabulosas con la extracción de petróleo y minerales. Sobre este tema volveremos luego.
Malvinas y la soberanía nacional
Por otro lado, hay que decir francamente que la cuestión de Malvinas tiene una importancia menor en relación a los problemas que enfrenta Argentina y, muy particularmente, nuestra clase trabajadora.
Argentina es el 8º país más extenso del mundo. Potencialmente, tiene espacio y recursos más que suficientes para dar satisfacción a todas las necesidades de su población. Pero no es el caso. Más del 30% vive en la pobreza, la mayoría de los asalariados (el 75% de la población económicamente activa) tenemos dificultades para llegar a fin de mes, y el 55% de los argentinos carecen de cloacas.
Esto es así porque un puñado de empresarios riquísimos, nacionales y extranjeros, se ha apropiado, durante generaciones, de casi toda la riqueza del país: la tierra, los alimentos, el agua, los recursos naturales (petróleo, gas, minerales), la producción energética, los servicios públicos, las telecomunicaciones, etc. Los empresarios nacionales tienen depositada en el extranjero una cantidad de dinero equivalente a la deuda pública total argentina, unos 150.000 millones de dólares, extraída de nuestro país con la explotación de esta riqueza.
¿Cómo puede ser que el gobierno de Cristina y la oposición política a su derecha reclamen indignados el petróleo de las Malvinas, mientras entregan el petróleo del país a un puñado de multinacionales y a empresarios nacionales, como Eskenazi y Bulgheroni, a quienes sólo les interesa lucrar con estos recursos?
Recuperar Argentina para los argentinos
Unas Malvinas argentinas, sobre bases capitalistas, no cambiaría la situación de la clase trabajadora. No eliminaría el desempleo, la pobreza ni la explotación laboral. Pero, seguramente, serían una fuente de enriquecimiento para una minoría de grandes empresarios, nacionales y extranjeros, que saquearían y expoliarían sus recursos como ocurre con nuestro territorio continental. El principal acto de soberanía que necesitamos impulsar, y mucho más urgente que la posesión de las Malvinas, es por lo tanto el de recuperar Argentina para los argentinos. Todos esos recursos, creados y desarrollados con el trabajo de la clase obrera, deberían ser nacionalizados y puestos bajo control de los trabajadores y el conjunto de la población, para poder planificar democráticamente el desarrollo económico y social del país en beneficio de la mayoría trabajadora y no de una minoría opulenta, como ocurre ahora.
Las Malvinas no son un problema vital que limite, coarte o amenace el desarrollo de las fuerzas productivas en Argentina. En realidad, el reclamo de Malvinas ha sido inflado de manera artificial durante generaciones, y se ha convertido en una moneda de cambio barata que la clase dominante y los gobiernos de turno se sacan del bolsillo cada vez que tienen problemas, particularmente cuando las masas trabajadoras buscan el camino de la lucha para cambiar su situación de explotación, como ocurrió en marzo-abril de 1982.
Los capitalistas argentinos y británicos defienden los mismos intereses
Detrás del humo espeso del patriotismo y de los reclamos de soberanía, se esconde la verdadera actitud de las burguesías argentina y británica hacia este asunto, que está guiada por el interés mezquino de la ganancia. En realidad, los capitalistas argentinos y británicos se necesitan mutuamente, y se lamentan del ruido organizado en torno a las prospecciones petroleras en Malvinas.
La extracción de petróleo en las Malvinas, para que sea rentable, necesita de una infraestructura de apoyo en la costa continental argentina, para el reemplazo de repuestos y maquinaria de extracción, avituallamiento de los miles de operarios, y para el embarque envasado y primera transformación del petróleo crudo, antes de su exportación. Según Daniel Gerold, consultor de G&G Energy Consultants: “La declaración presidencial [de prohibir la colaboración de empresas argentinas y británicas en la exploración petrolera en las islas. Nota de EM] también subirá los precios de todos los fletes, servicios y seguros que se utilizan en esta clase de exploraciones. Tanto para los ingleses como para los argentinos” (Clarín, 17/02/10). Y añade: “’Lo que hay que hacer es cooperar si se quiere desarrollar algo y avanzar en el terreno diplomático” (Ibid.). Esta es la auténtica voz de la burguesía argentina y desnuda perfectamente el nacionalismo de la clase dominante, una cobertura conveniente para ocultar a las masas trabajadoras sus verdaderas intenciones.
La actitud de la clase dominante británica es la misma, sólo que expresada en un lenguaje más cínico. Así, el diario británico The Guardian, en un artículo del 5 de abril titulado: Es la hora de cooperar en torno a las islas, decía: “Creemos que Argentina debería iniciar con Londres las negociaciones sobre recursos naturales sin olvidar su reclamo soberano, el cual podría quedar bajo el "paraguas diplomático", como ocurrió en los 90... Londres, por su parte, debería dejar de tomar decisiones unilaterales en tales actividades económicas hasta tanto se alcance el acuerdo y convencer a los isleños de que las tratativas los beneficiarán.”
En suma, lo que ambas partes vienen a decir es lo siguiente: “entretengamos a la gente con charlas inútiles sobre la soberanía (es lo que significa “paraguas diplomático”), no demos pasos unilaterales que enojen a la población argentina e isleña, y alcancemos un acuerdo para hacer negocios juntos, que es lo importante; ya nos encargaremos de convencer a argentinos e isleños de que lo hacemos por su bien”.
No hay una solución capitalista “realista”
El problema de la soberanía de Las Malvinas no tiene solución bajo el capitalismo. Tampoco la burguesía argentina tiene una alternativa a la población de origen británico que habita las islas desde hace más de 150 años, que ha desarrollado una identidad malvinense y no quiere perder sus vínculos con Gran Bretaña.
La invasión militar de abril del 2002 fue una aventura reaccionaria que tenía como fin desviar en líneas nacionalistas y chauvinistas el malestar acumulado de la clase obrera argentina contra la Junta Militar, y que amenazaba con estallar en cualquier momento. A cambio de una “fachada” de soberanía argentina sobre Malvinas, la Junta planeaba secretamente otorgar a empresas británicas los recursos de las islas y permitir la instalación de una base militar británica en las islas, como filtró en su momento el diario La Prensa un mes antes de la invasión (3/03/1982). Nuestra corriente internacional se opuso a esta guerra, y denunció al imperialismo británico y a la Junta Militar asesina. Propusimos que las clases obreras argentina y británica se levantaran contra sus explotadores y establecieran un gobierno obrero y socialista en ambos países como única manera de alcanzar una solución amistosa y fraternal, que diera satisfacción al deseo de las masas trabajadoras argentinas de sentir las Malvinas como propias, al mismo tiempo que se resguardaban los derechos democráticos y nacionales de los isleños que habitaron estas islas durante generaciones.
No somos nacionalistas, sino internacionalistas. Como socialistas decimos que los Estados nacionales, si bien fueron necesarios en el pasado y jugaron un papel muy progresista contra el atraso feudal y colonial, y para el desarrollo de las fuerzas productivas en el marco de las estructuras del capitalismo; hoy día, en la época del imperialismo monopolista y del dominio del capital financiero, estos mismos Estados nacionales se han transformado en algo reaccionario, que obstruyen el potencial de desarrollo de las fuerzas productivas, y son la fuente de odios, guerras y enfrentamientos entre los pueblos y trabajadores de diferentes naciones que son impulsados por las burguesías de cada país. Lo que se necesita es barrer las fronteras nacionales junto con la propiedad privada de los grandes medios de producción, y avanzar hacia la formación de una federación socialista mundial que posibilite la integración y colaboración fraternal de todos los pueblos y trabajadores en todas partes, y la planificación democrática y armónica de las fuerzas productivas y la riqueza de nuestro planeta.
Es por eso que planteamos en aquel momento, y lo seguimos planteando hoy, que la única solución posible al problema de Malvinas está en las manos de las clases obrera argentina y británica, con el derrocamiento del capitalismo y el establecimiento de una Federación Socialista de ambas naciones que comparta el territorio de las islas. Es posible que algunos digan que esta solución no es “realista”, pero ¿cuál es la solución “realista” que nos ofrecieron hasta ahora? La vía militar se demostró inútil, lo mismo que las conversaciones diplomáticas. Después de 180 años estamos como al principio. Fuera de una política de clase que vincule el problema nacional con la transformación socialista de la sociedad, no hay salida a la cuestión de las Malvinas, y los hechos nos dan la razón.
¿A quién debe pertenecer la Antártida?
Finalmente, queríamos dejar sentada nuestra posición sobre los reclamos territoriales en la Antártida por Argentina, reclamos que comparte con Chile, Gran Bretaña, Australia, Nueva Zelanda; y, aunque parezca increíble, también Noruega y Francia. Desde el punto de vista del marxismo, el llamado “problema nacional” hace referencia, en general, a la opresión nacional de una parte de la población por otra nacionalidad que ejerce un papel dominante dentro del mismo Estado. Hace referencia, por lo tanto, a personas y no a territorios; y menos aún a territorios deshabitados.
El problema nacional no tiene nada que ver, entonces, con la ambición de territorios que, históricamente, estuvieron al margen del surgimiento y la formación de las naciones, y que luego los reclaman como propios. Tal es el caso de los territorios antárticos en relación a Argentina, Chile, Australia, Nueva Zelanda; y más todavía en relación a Gran Bretaña, Noruega y Francia.
Las ambiciones territoriales de las burguesías argentina, chilena, británica, australiana, neozelandesa, noruega y francesa sobre la Antártida tienen como único fin su colonización y la explotación de las riquezas minerales y petroleras del continente blanco. Sus demandas no contienen nada de progresivo, ni social ni políticamente, por no hablar de las consecuencias medioambientales dañinas para la biosfera que traería aparejadas la explotación industrial capitalista a gran escala de este territorio, tan sensible para sí mismo y para el conjunto del planeta. El único interés de estas burguesías es reforzar entre su población el sentimiento burgués de prestigio nacional y ofrecer a los grandes empresarios y multinacionales de sus países un campo vasto de desarrollo y enriquecimiento.
El reclamo de territorios en la Antártida, como en el Ártico, tiene por lo tanto un contenido imperialista, no importa que la demanda provenga de países de vieja raigambre imperialista, como Gran Bretaña y Francia, o de países de desarrollo capitalista más atrasado, como Argentina o Chile.
Pero este es sólo un aspecto de la cuestión. Hay otros. Por ejemplo, ¿quién efectuaría el reparto de la Antártida? Todos estos países discrepan entre sí sobre las partes que, supuestamente, les debieran corresponder a cada uno. Concretamente, Argentina y Chile le niegan a Gran Bretaña derecho alguno sobre la Antártida. Una situación similar se dio entre las potencias europeas durante el reparto imperialista de África y Asia entre mediados del siglo XIX y comienzos del siglo XX que provocaron guerras devastadoras, entre ellas la 1ª Guerra Mundial. En última instancia, la amenaza de un conflicto bélico entre estos países y potencias por un “reparto justo” de la Antártida, y también del Ártico, estará siempre presente, y por lo tanto la posibilidad de una catástrofe para los trabajadores de todas estas naciones que serían los únicos que pagarían con su sangre y con la pobreza la barbarie que acompaña toda guerra interimperialista, para mejor servir a los intereses de cada burguesía nacional.
Es una abominación y una traición al marxismo y al socialismo, por lo tanto, el reclamo de una Antártida argentina o chilena por organizaciones que se reclaman de izquierda y socialistas en nuestros países.
El continente antártico, como el Polo Norte, es un patrimonio inalienable de la humanidad, y una parte delicadísima del equilibrio medioambiental del planeta. No queremos un nuevo reparto imperialista, a sangre y fuego, que utilice a la clase obrera y a sus hijos como carne de cañón para los negocios capitalistas. Los hechos demuestran que la ONU no puede garantizar el mantenimiento de la Antártida, como tampoco de los territorios del Ártico, como “patrimonio de la Humanidad”, como tampoco puede hacerlo ningún otro organismo burgués de ese tipo, sino solamente el establecimiento del socialismo mundial.
Fuente: El Militante - Argentina