Lecciones del referéndum escocés

La campaña por el referéndum en Escocia ha terminado. Ahora, a plena luz del día es necesario extraer todas las conclusiones. La primera y más importante es que representa un punto de inflexión decisivo en el desarrollo de la lucha de clases en Escocia y en el resto de estas islas.

Millones de trabajadores y jóvenes se han puesto de pie en una lucha encarnizada contra el establishment, quien ha sido sacudido hasta sus cimientos por el giro inesperado de los acontecimientos. Hasta el último momento, el futuro de una unión que ha durado poco más de 300 años ha sido amenazada con la extinción. Una vez sabidos los resultados, el suspiro de alivio colectivo de Downing Street y la City de Londres se podía oír desde Glasgow y Edimburgo.

Pero este no es el fin de la historia. La campaña del referéndum fue ni más ni menos que un nuevo despertar político de Escocia. Personas apáticas que habían sido alienadas de la política empezaron a participar repentinamente de forma activa. Hubo debates apasionados en cada pub, esquina, tienda o parada de autobús. Era como si un gigante dormido hubiera despertado de un largo letargo y vuelto a la vida. El pueblo escocés ha dado un ejemplo que debería servir como inspiración a los trabajadores y la juventud de toda Gran Bretaña.

Sin importar el resultado final, todo esto representa un cambio fundamental en la situación. Trotsky explicó que una revolución es en esencia una situación en la que las masas, millones de hombres y mujeres ordinarios, comienzan a participar en política y a tomar el destino en sus propias manos. Esto es exactamente lo que ha sucedido en Escocia, y tiene implicaciones revolucionarias para el futuro. El gran revolucionario ruso también dijo que el nacionalismo puede representar “el cascarón externo de un bolchevismo inmaduro”. Esto es lo que inquieta a la clase dominante por encima de todo.

Odio al Establishment

La primera pregunta que debe hacerse es: ¿qué ha provocado este cambio sísmico? La pregunta no puede ser respuesta en términos puramente de la cuestión nacional, o incluso de problemas internos de Escocia. De hecho, es un fenómeno internacional. En todas partes, bajo la apariencia superficial de calma y tranquilidad, hay una ferviente corriente de rabia, indignación, descontento y, sobre todo, frustración hacia el estado actual de las cosas en la sociedad y la política.

Tras seis años de profunda crisis económica, hay desempleo de masas, condiciones de vida menguantes, ataques constantes contra el estado del bienestar y derechos democráticos. Tenemos el escándalo de los banqueros, que han destruido el sistema financiero mundial debido a la avaricia, especulación y la estafa, saliendo indemnes con enormes bonificaciones. Tenemos el espectáculo de políticos que han desgarrado los servicios sociales y estrujado los salarios y pensiones de millones, premiándose a sí mismos con incrementos del 10%.

Hay una desigualdad sin precedentes, con riqueza obscena por un lado y pobreza extrema y miseria de la otra. La actitud de mucha gente de clase trabajadora quedaba reflejada en una entrevista del Financial Times: “— He cambiado de opinión — dice la primera mujer — votaré Sí. ¿Por qué? Los ricos se hacen cada vez más ricos, y los pobres aún más pobres. — Mirando a llo largo de la calle, añade: — Necesitamos un cambio.” Estas pocas palabras de una mujer trabajadora dan directamente en el corazón del asunto.

Es significativo que el voto hacia el Sí ganara una mayoría en Glasgow, el corazón del proletariado escocés. El citado artículo del Financial Times fue publicado con el título: “Votantes de clase trabajadora, clave para la victoria del Sí”. Y decía: “Las encuestas sugieren que la campaña por el Sí, dirigida por el Partido Nacional Escocés (SNP), cuenta con apoyo de la mayoría de escoceses con ingresos más bajos”. En otras palabras, el voto hacia el Si, de una manera confusa, representaba un voto de clase, una protesta contra el capitalismo, el cual es identificado en la mente de los trabajadores escoceses con los “niños pijos” sentados en su exclusivo Club en Westminster.

¿Mejor juntos?

Los oponentes capitalistas a la separación y sus sombras derechistas del Laborismo presentaron un espectáculo lamentable. La campaña “Mejor juntos” ha sido criticada por su falta de pasión y la ausencia de un mensaje positivo. Pero esto es una expresión de una presumida complacencia inicial. ¡Era tan obvio que la unión se debía preservar! Pero cuando se pusieron a pensar en alguna razón de peso por la que preservarla, se rascaron la cabeza y no fueron capaces de encontrar alguna.

Es difícil ser apasionado en la defensa del statu quo, especialmente si éste consiste en paro y pobreza, así como bonificaciones a banqueros y el programa Trident1. A falta de algún argumento positivo, trataron de atemorizar a la gente repitiendo constantemente el mantra de que una Escocia independiente se enfrentaría a un futuro incierto. Esto podría bien ser cierto, pero también es tan cierto como el hecho de que después de más de 300 años, casi la mitad de Escoceses prefieren más la incertidumbre económica que el dominio de la clase dominante británica. Tras la experiencia de diferentes gobiernos de Westminster, conservadores, nuevo laborismo y liberal-conservadores, ¿qué se les puede achacar?

Para la gente de Escocia, los políticos pudientes y elegantemente trajeados de Westminster hablan en un idioma que poco les recuerda al inglés, sino más biena una forma de nuevalengua2 diseñada para engañar, mentir y estafar. Aún peor, se pronuncia en el tipo de acento de clase media alta, de escuela privada que produce en la gente normal (no sólo en Escocia) aproximadamente el mismo efecto que el chirrido del taladro de un dentista.

No sólo es en Escocia que encontramos un sentimiento creciente de que el estado político actual está fuera de contacto con la vida cotidiana de la gente ordinaria. “Esa gente en Westminster son remotos. No nos representan. No tienen idea de cómo vivimos”. Esto puede oírse en la barra de cada pub desde Glasgow hasta las Hébridas Exteriores. También se puede oír en la barra de cada pub de Gales, Liverpool, Newcastle o el distrito londinense de Hackney.

Bajo la superficie de calma aparente existe una ira ferviente, descontento y frustración. La gente en todas partes está harta de la situación actual. Existe un deseo ardiente por el cambio. En Escocia esto se ha expresado en un giro brusco de la opinión pública hacia el voto al Sí. No se trata tanto de una manifestación de nacionalismo sino una expresión de odio hacia los conservadores y el establishmentparasitario de Londres.

El papel de los dirigentes laboristas

Hasta hace poco no había una tradición nacionalista real en Escocia. Las auténticas tradiciones escocesas eran tradiciones de clase, tradiciones socialistas que fechan desde la huelga del arrendamiento de Glasgow de 1915, la revuelta de Clyde de 1919 y, en tiempos más recientes, la revuelta contra la odiada Poll Tax de Margaret Thatcher. El profundo odio sentido por la mayoría de escoceses hacia los conservadores fue enormemente exacerbado durante el gobierno de Thatcher, quien destruyó las industrias carboníferas y del acero como parte de una política deliberada de desindustrialización que convirtió los distritos manufactureros de Gran Bretaña en desiertos industriales.

Escocia y Gales sufrieron de forma desproporcionada. Comunidades enteras fueron destruidas y las vidas de incontables familias arruinadas. Una generación entera de gente joven fue condenada a la miseria de la vida en el paro. De mientras, Thatcher y su camarilla se regocijaba de su acto masivo de vandalismo al que consideraban “destrucción creativa”. Como resultado, el Partido Conservador en Escocia fue prácticamente barrido hacia afuera y ahora sólo cuenta con un diputado en Westminster.

El Partido Laborista en Escocia disfrutó de un apoyo de masas durante décadas. Pero eso cambió tras las traiciones del gobierno de Blair. Los trabajadores escoceses desilusionados empezaron a considerar el laborismo como parte del establishment. Los dirigentes del ala derechista del laborismo generan desconfianza, tal como hemos podido ver durante la campaña por el referéndum. Poniendo un blairista como Alistair Darling al frente de la campaña “Mejor Juntos” sólo ha servido para confirmar la sospecha creciente de que el nuevo laborismo no es esencialmente diferente de los conservadores y liberales.

Como podía preverse, Alex Salmond hizo carne picada con él en los debates públicos. No era algo extraordinariamente difícil. Dirigentes laboristas como Darling son vistos ahora por muchos conservadores como un disfraz. Sus políticas son poco distinguibles de las de los conservadores. En lugar de oponerse a las políticas conservadoras de recortes y austeridad, siempre dicen: “Yo también”. Desean con más entusiasmo servir a los banqueros y a la City de Londres que a los trabajadores que los votan. Ellos más que nadie son responsables del crecimiento del sentimiento nacionalista en Escocia.

La farsa del líder de los laboristas Ed Miliband apresurándose hacia Escocia junto con David Cameron y su compinche Nick Clegg para apoyar la causa de la unión simplemente fortaleció la determinación de la gente hacia el Sí. Hastiados con la dirección derechista del Partido Laborista, muchos votantes laboristas fueron atraídos por la idea que la independencia podía ser una salida. Esto fue manifestado por el voto al Sí en Glasgow, algo que hubiera sido impensable en el pasado.

Las falsas promesas del SNP

Debemos admitir de forma sincera que la campaña por el Sí ha servido para revitalizar la vida política en Escocia. Ninguna otra campaña electoral ha alcanzado jamás algo semejante. Los partidarios del Sí, especialmente los jóvenes, se han inspirado de forma entusiasta. La razón no es difícil de encontrar. La gente quiere un cambio fundamental en la sociedad. Esto no sólo se aplica a Escocia, es el caso de todo el mundo. Mientras que los viejos partidos no ofrecen nada parecido a un cambio fundamental, el SNP aparentemente ha hecho precisamente eso. Su mensaje ha sido de esperanza para el futuro: una Escocia libre e independiente, liberada del antiguo establishment conservador en Inglaterra, sería la vía para el progreso y la democracia.

No en vano, no todo es oro lo que reluce. Lea la letra pequeña de la receta del SNP para una Escocia independiente y el espejismo comienza a desvanecerse. La Escocia independiente de Salmond habría mantenido la libra y la monarquía y se hubiera mantenido en la OTAN y la Unión Europea. Esta “independencia” es prácticamente indistinguible de la famosa devo-max3, la cual ha sido ofrecida tardíamente por el otro bando.

La dirección del SNP representa una tendencia capitalista que no tiene nada en común con el socialismo ni la clase trabajadora. Creer que los trabajadores escoceses obtendrían una mayor porción de los nacionalistas que de la que se llevan de la pandilla conservadora-liberal de Londres es una ilusión necia. A lo largo de la campaña del referéndum, Salmond se esforzó en hacer un llamamiento a los banqueros y capitalistas para recabar su apoyo.

Cuando un gran puñado de empresas como BP, John Lewis, Asda, Standard Life, BT, EE, O2, TalkTalk, Vodafone RBS, Lloyds y B&Q, advirtió de los peligros de la independencia, Jim sillares, ex líder adjunto del SNP, reaccionó amenazándoles con la nacionalización. Advirtió que el gigante petrolero BP sería nacionalizado, “parcial o totalmente”, mientras que los banqueros y los jefes alarmistas de las grandes empresas serían castigados por estar en connivencia con los conservadores. Y añadió: “Este referéndum es sobre el poder, y cuando obtengamos un mayoritario Sí, usaremos ese poder para ajustar cuentas con BP y los bancos”.

Pero sus comentarios fueron contradichos inmediatamente por Salmond, quien dijo: “El día después del Sí será un día de celebración para el pueblo, no de ajustar cuentas con las grandes empresas que hayan apoyado la campaña por el No de Downing Street”. Salmond continuó apelándoles a quedarse en Escocia y apoyar la economía escocesa.

Un gobierno del SNP en condiciones de crisis debería infligir profundos recortes en las condiciones de vida, incluso mayores que las realizadas por Westminster. Por esta misma razón, en el fin de campaña, Salmond insistió en la necesidad de un “gobierno inclusivo”, incluyendo los partidos políticos que hicieron campaña por el No. Con estas declaraciones, preparaba la vía para un gobierno de coalición, incluyendo al Partido Laborista Escocés, para que la inevitable ola de ira y decepción no fuera dirigida exclusivamente hacia el SNP. Como dice el refrán inglés: “La miseria se sirve mejor en compañía”.

Hace tiempo, James Connolly alertó que incluso en una Irlanda independiente, Inglaterra la seguiría gobernando a través de los bancos. Si una Escocia capitalista hubiera mantenido la libra esterlina (algo abiertamente dudoso), los directivos no elegidos del Banco de Inglaterra tendrían un gran peso a la hora de determinar sus políticas económicas.

¿Cómo puede un demócrata defender la Reina como jefe de estado en una Escocia independiente? ¿Y cómo cuadra la pertenencia dentro de la OTAN con la ruptura con el imperialismo y las guerras imperialistas, uno de los argumentos para romper con la Unión? Por último, una Escocia independiente dentro de la UE debería obedecer las normas y regulaciones de Bruselas, tanto si está a favor o no. Todo esto significa que una independencia escocesa tendría un carácter meramente ilusorio desde el comienzo. No solucionaría ninguno de los problemas fundamentales de la clase trabajadora.

Los capitulantes de la izquierda

Algunos desesperanzados que se describen a sí mismos como “marxistas” han fracasado completamente a la hora de entender lo que Lenin escribió sobre este asunto. Lenin defendía el derecho a la autodeterminación como una demanda democrática, pero no creía que el derecho a la autodeterminación nacional pudiera ser justificado en todas circunstancias o a cualquier precio. Al contrario, siempre lo consideró un asunto subordinado a los intereses generales del proletariado internacional y de la revolución socialista.

Rosa Luxemburgo tenía una posición incorrecta sobre la cuestión nacional. Pero su error, como siempre, fue dictado por sus profundas convicciones internacionalistas. No sólo negaba el derecho a la autodeterminación de Polonia, sino que incluso negaba la propia existencia de la nación polaca. Sin embargo, Lenin respetaba el hecho de que Rosa Luxemburgo, quien era de nacionalidad polaca, estaba llevando a cabo una lucha implacable contra los capitalistas nacionalistas polacos y el llamado Partido Socialista Polaco dirigido por Pilsudksi.

Lenin dijo: Entiendo que es su deber luchar contra el nacionalismo polaco, sin embargo, como represente del Partido Socialdemócrata Ruso (dado que Rusia era la nación opresora), tengo que defender el derecho del pueblo polaco a la autodeterminación, incluso hasta el punto de formar un estado separado. Asimismo, Lenin defendía la unidad de la clase trabajadora por encima de cualquier línea nacional, lingüística, religiosa, etc. Hubiera considerado aberrante y traición hacer cualquier concesión al nacionalismo burgués o pequeñoburgués. En este punto, tanto él como Rosa Luxemburgo estaban completamente de acuerdo.

Si uno aplica esta posición al referéndum escocés, es evidente que los marxistas al sur de la frontera tenían el deber de defender el derecho de autodeterminación de Escocia exponiendo sistemáticamente el papel reaccionario del imperialismo británico, el gobierno reaccionario de la coalición conservadora-liberal y el papel vergonzoso de los dirigentes laboristas. Por otro lado, los marxistas escoceses tenían que enfatizar en la necesidad de la unidad de la clase trabajadora, concentrando su ataque al nacionalismo escocés y al capitalista SNP.

Desafortunadamente, la izquierda escocesa se dejó llevar por la ola de sentimiento nacionalista. Abandonó la posición de clase y escandalosamente se adhirió al capitalista SNP. Este comportamiento no tiene nada en común con la posición de Lenin o, para el caso, la de James Connolly o John MacLean. La mayoría de la izquierda escocesa fue incluso más entusiasta en las perspectivas de una Escocia independiente que los mismos líderes del SNP, haciendo vergonzosamente de teloneros.

Buscan ganar popularidad a corto plazo subiéndose al tren del nacionalismo, pero este oportunismo lleva a una vía muerta. Si la gente quiere unirse a un partido nacionalista, no irá más lejos del SNP. El deber de la izquierda escocesa no es apretar manos con el SNP, sino exponerlo como un partido capitalista que no representa, ni puede hacerlo, los intereses de la clase trabajadora. Esto se hará evidente en el próximo período, cuando se forme un gobierno escocés con nuevos poderes económicos. Bajo condiciones de crisis, esto sólo puede significar una cosa: nuevos poderes para atacar a la clase trabajadora.

Alex Salmond es consciente de todo esto, admitiendo bastante honestamente que habría problemas serios “al principio”. Este es el eufemismo del siglo. En condiciones de crisis capitalista, la economía escocesa, que ya se encuentra en una posición debilitada, entrará en dificultades que se reflejarán, no en una mejora en las condiciones de los trabajadores, sino al contrario.

¡Por la unidad de la clase trabajadora!

Para los conservadores, liberales-demócratas y los dirigentes del ala derechista del laborismo, “Mejor Juntos” significa la unidad de Escocia con los banqueros y capitalistas ingleses y el establishment de Westminster, lo cual es una simple expresión de sus intereses. Los trabajadores de Escocia no quieren este tipo de unidad y esta es la razón por la que muchos de ellos votaron Sí en el referéndum. No en vano, hay otro tipo de unidad con la que los trabajadores de Escocia están muy a favor: la unidad con sus hermanos de clase en el sur de la frontera.

Los trabajadores de Inglaterra, Escocia, Irlanda y Gales sufren los mismos problemas: desempleo, pobreza, bajos salarios, falta de vivienda y servicios sociales, y se enfrentan a los mismos enemigos. Marx escribió una vez que la sangre roja de la revolución en el proletariado británico corre a través de las venas de los trabajadores escoceses, galeses e irlandeses. En esta unidad reside su fuerza. Esta es la razón por la que la clase dominante siempre intenta dividir a los trabajadores en líneas de nacionalidad, lengua, raza, religión o género.

Nada más declarados los resultados del referéndum, Cameron intentó jugar “la carta inglesa”. ¿Por qué deberían tener los escoceses mayores competencias que nosotros? ¿Por qué deberían sufragar los contribuyentes ingleses las matrículas gratuitas de las universidades escocesas? ¿Por qué deberían poder votar los diputados escoceses en Westminster sobre asuntos ingleses cuando los diputados ingleses no pueden votar en el parlamento escocés ?, etc.

Esto representa una descarada maniobra para dividir y debilitar a la clase trabajadora y el movimiento obrero en líneas nacionales. Los dirigentes laboristas han protestado, pero en su usual forma cobarde y medida. “Necesitamos más tiempo”, balan como ovejas asustadas. “No podemos discutir esto aisladamente”. Como alternativa, sugieren tentativamente la convocatoria de una “Convención Constitucional”. Quién participará y cuáles serán los puntos a tratar, no es mencionado.

Los marxistas somos a menudo acusado de ignorar las demandas inmediatas y confinarlas a la llamada por el socialismo como la única respuesta. Bueno, el socialismo es la única solución. Pero los marxistas siempre lucharemos por cualquier demanda o reforma que contenga el mínimo carácter progresista. Esto incluye demandas democráticas. Entonces, tenemos que luchar por el derecho de los escoceses a tener el máximo control de sus vidas, incluida la máxima cesión de competencias sin demora.

También abogamos por los mismos derechos democráticos para los pueblos de Gales, Irlanda del Norte y cualquier región inglesa que lo desee. Y sí, si el pueblo de Escocia goza de prescripciones de medicamentos y matrículas universitarias gratuitas, este debería ser el caso en todas partes de estas islas. Y antes de entrar a discutir si es democrático que los diputados escoceses y galeses voten en Westminster, ¿no deberíamos preguntarnos antes si es democrático que la Cámara alta del Parlamento esté llena de aristócratas y diputados jubilados no electos? Por último, y no menos importante, ¿no es hora de acabar con la monarquía, aquella reliquia antidemocrática del feudalismo?

¿Como vamos a pagar todas estas reformas? La abolición de la Cámara de los Lores y la monarquía ahorrará muchos millones, que serán mejor invertidos en las personas mayores, los enfermos y los pobres. Pero la verdadera respuesta es la expropiación de los bancos y las grandes corporaciones que están succionando la sangre vital de la gente de Gran Bretaña: escoceses, galeses, ingleses e irlandeses por igual. La condición previa para conseguir este fin es unir a los trabajadores de Gran Bretaña en la lucha contra el enemigo común: el capital.

Quien se aleja un solo milímetro del punto de vista de clase, aterrizará inevitablemente en el lodazal de la capitulación al nacionalismo burgués. Hay que partir de los fundamentos. Los dos mayores obstáculos para el desarrollo de las fuerzas productivas y por tanto, los dos mayores obstáculos para el progreso humano en el mundo moderno son la propiedad privada y el estado nacional. No estamos por la construcción de nuevas fronteras nacionales, sino por la abolición de todas ellas; por una Federación Socialista de Inglaterra, Escocia, Irlanda y Gales como el primer paso hacia los Estados Unidos Socialistas de Europa y una Federación Socialista Mundial.

Londres, 20 de septiembre de 2014

Source: Lecciones del referéndum escocés


1Nota del traductor: el programa Trident del Reino Unido se encarga del desarrollo, obtención y operación de la actual generación de armas nucleares del Reino Unido. Está formada por una flota de cuatro submarinos armados con misiles balísticos Trident II D-5, capaces de disparar proyectiles con cabezas termonucleares. La base naval se encuentra en Clyde a unos 40km al oeste de Glasgow.

2Nota del traductor: lengua ficticia aparecida en la novela de George Orwell 1984.

3Nota del traductor: plena autonomía fiscal para Escocia, previamente rechazada por el gobierno de Londres.

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