Para conmemorar el día internacional de la mujer trabajadora publicamos este artículo de Rosa Luxemburgo, escrito en 1914.
El día de la Mujer trabajadora inaugura la semana de la Socialdemocracia. Con el duro trabajo de estas jornadas el partido de los desposeídos sitúa su columna femenina a la vanguardia para sembrar la semilla del socialismo en nuevos campos. Y la igualdad de derechos políticos para la mujer es el primer clamor que lanzan las mujeres con el fin de reclutar nuevos defensores de las reivindicaciones de toda la clase obrera.
Así, la moderna proletaria se presenta hoy en la tribuna pública como la fuerza más avanzada de la clase obrera y al mismo tiempo de todo el sexo femenino, y emerge como la primera luchadora de vanguardia desde hace siglos.
La mujer del pueblo ha trabajado muy duramente desde siempre.
En la horda primitiva llevaba pesadas cargas, recogía alimentos; en la aldea primitiva sembraba cereales, molía, hacía cerámica; en la antigüedad era la esclava de los patricios y alimentaba a sus retoños con su propio pecho; en la Edad Media estaba atada a la servidumbre de las hilanderías del señor feudal. Pero desde que la propiedad privada existe la mujer del pueblo trabaja casi siempre lejos del gran taller de la producción social y, por lo tanto, lejos también de la cultura, quedando confinada a los estrechos límites domésticos de una existencia familiar miserable. El capitalismo la ha arrojado al yugo de la producción social, a los campos ajenos, a los talleres, a la construcción, a las oficinas, a las fábricas y a los almacenes separándola por primera vez de la familia. La mujer burguesa, en cambio es un parásito de la sociedad y su única función es la de participar en el consumo de los frutos de la explotación: la mujer pequeño-burguesa es el animal de carga de la familia. Sólo en la persona de la actual proletaria accede la mujer a la categoría de ser humano, pues solo la lucha, solo la participación en el trabajo cultural, en la historia de la humanidad, nos convierte en seres humanos.
Para la mujer burguesa su casa es su mundo. Para la proletaria su casa es el mundo entero, el mundo con todo su dolor y su alegría, con su fría crueldad y su ruda grandeza. La proletaria es esa mujer que migra con los trabajadores de los túneles desde Italia hasta Suiza, que acampa en barrancas y seca pañales entonando canciones junto a rocas que, con la dinamita, vuelan violentamente por los aires. Como obrera del campo, como trabajadora estacional, descansa durante la primavera sobre su modesto montón de ropa en medio del ruido, en medio de trenes y estaciones con un pañuelo en la cabeza y a la espera paciente de que algún tren le lleve de un lado a otro. Con cada ola de miseria que la crisis europea arroja hacia América, esa mujer emigra, instalada en el entrepuente de los barcos, junto con miles de proletarios, junto con miles de proletarios hambrientos de todo el mundo para que, cuando el reflujo de la ola produzca a su vez una crisis en América, se vea obligada a regresar a la miseria de la patria europea, a nuevas esperanzas y desilusiones, a una nueva búsqueda de pan y trabajo.
La mujer burguesa no está interesada realmente en los derechos políticos, porque no ejerce ninguna función económica en la sociedad, porque goza de los frutos acabados de la dominación de clase. La reivindicación de la igualdad de derechos para la mujer es, en lo que concierne a las mujeres burguesas, pura ideología, propia de débiles grupos aislados sin raíces materiales, es un fantasma del antagonismo entre el hombre y la mujer, un capricho. De ahí el carácter cómico del movimiento sufragista.
La proletaria, en cambio, necesita de los derechos políticos porque en la sociedad ejerce la misma función económica que el proletario, trabaja de la misma manera para el capital, mantiene igualmente al Estado, y es también explotada y dominada por éste. Tiene los mismos intereses y necesita las mismas armas para defenderse. Sus exigencias políticas están profundamente arraigadas no en el antagonismo entre el hombre y la mujer, sino en el abismo social que separa a la clase de los explotados de la clase de los explotadores, es decir, en el antagonismo entre el capital y el trabajo.
Con la Socialdemocracia podrá introducirse en el taller de la Historia para así poder conquistar, con esas poderosas fuerzas, la igualdad real, aunque sobre el papel de una Constitución burguesa se le niegue este derecho. Aquí, la mujer trabajadora, junto con el hombre, sacudirá las columnas del orden social existente y, antes de que ésta le conceda algo parecido a sus derechos, ayudará a enterrarlo bajo sus propias ruinas.
El taller del futuro necesita de muchas manos y de un aliento cálido. Todo un mundo de dolor femenino espera la salvación.
NOTA de LdC: Antes de la I Guerra Mundial (1914-1918), los términos Socialdemocracia y socialdemócrata hacían referencia al movimiento socialista internacional que asumía el marxismo como método y programa para impulsar la revolución socialista internacional. Pero tras la traición de los principales dirigentes socialdemócratas en la guerra, apoyando a sus respectivas burguesías en la carnicería imperialista, el ala izquierda de la socialdemocracia -donde se encuadraba Rosa Luxemburgo- rompió con ella. La mayor parte del ala izquierda de la socialdemocracia se sumó al movimiento comunista, tras el triunfo de la revolución rusa de 1917 y la formación de los partidos comunistas y de la Internacional Comunista. La propia Rosa Luxemburgo fue la principal fundadora y dirigente del Partido Comunista Alemán. Actualmente, los términos Socialdemocracia y socialdemócrata están asociados a los partidos y dirigentes reformistas que defienden la conciliación de clases y el sostenimeinto del sistema capitalista, y en consecuencia al rechazo a la transformación socialista de la sociedad.