La crisis del capitalismo francés y el papel de la CGT Share TweetLa clase dirigente francesa y su gobierno están a la ofensiva. Además de recortes de decenas de miles de millones de euros en gastos sociales y en la función pública, la patronal está orquestando una destrucción masiva de empleos: 300.000 puestos de trabajo industriales, directos o indirectos, están amenazados.(Publicado originalmente en la web del PCR, sección francesa de la ICR)Ante estos ataques, la izquierda y el movimiento sindical deben organizar la respuesta. En particular, la responsabilidad de la CGT es enorme, ya que es el sindicato más poderoso y también el más combativo del país. En numerosas ocasiones ha demostrado que es capaz de movilizar a millones de trabajadores.Sin embargo, desde hace muchos años, la estrategia y el programa de la dirección confederal de la CGT llevan a la clase trabajadora de derrota en derrota. Por lo tanto, es urgente que este sindicato se dote de un programa y una estrategia a la altura de la situación.Impasse estratégicoEn las últimas dos décadas, con la excepción de la lucha contra el Contrato de Primer Empleo (volveremos a ello), todas las grandes movilizaciones nacionales organizadas por la CGT han terminado en derrotas: contra las reformas de las pensiones en 2003, 2010, 2014 y 2023; contra las leyes de trabajo en 2016 y 2017; contra la destrucción de la SNCF [ferrocarriles] en 2018. No fue la determinación ni el número de manifestantes lo que faltó. En 2023, por ejemplo, varias jornadas de acción reunieron entre 3 y 3,5 millones de manifestantes.Contrariamente a lo que afirma a veces la dirección confederal de la CGT, el abandono de la reforma de las pensiones en 2020 no fue el resultado de la movilización sindical. Iniciada el 5 de diciembre de 2019, esta movilización había disminuido considerablemente cuando la pandemia de Covid obligó al gobierno a dar marcha atrás. Macron no podía entregar decenas de miles de millones de euros a las arcas de la patronal (en nombre del «cueste lo que cueste») y, al mismo tiempo, imponer una contrarreforma drástica y muy impopular. Pero está claro que, sin el Covid, se habría aprobado la «jubilación por puntos».La estrategia errónea de la dirección confederal de la CGT —por no hablar del ala derecha del movimiento sindical: CFDT, FO, etc.— desempeñó un papel central en estas derrotas. En 2008, Nicolas Sarkozy ironizó: «Ahora, cuando hay una huelga, nadie se da cuenta». Por supuesto, era una exageración, pero reflejaba una realidad: las jornadas de acción puntuales, precisamente porque son puntuales, no pueden obligar a la burguesía a renunciar a su política reaccionaria.Esto es tanto más cierto cuanto que el capitalismo francés está en declive frente a sus principales rivales. Retrocede en todos los mercados: mundial, europeo e incluso nacional. La deuda pública ha superado los 3,3 billones de euros. Solo el pago de intereses debería alcanzar los 55.000 millones de euros en 2025. Podría alcanzar los 100.000 millones de euros en 2028. A modo de comparación, el presupuesto de Educación Nacional asciende a 63.000 millones de euros este año.En 2024, el déficit público alcanzó el 6,1 % del PIB. El gobierno prevé reducirlo al 5,4 % en 2025, es decir, más de 135.000 millones de euros. Este año, el Estado francés tendrá que pedir prestados 300.000 millones de euros en los mercados.En este contexto, la burguesía francesa no tiene otra opción, para defender sus beneficios, que intensificar las políticas de austeridad y la explotación de los trabajadores. Sin embargo, a pesar de la magnitud histórica de los recortes previstos en el nuevo presupuesto, estos siguen siendo insuficientes desde el punto de vista de los intereses de clase de la patronal. Por lo tanto, la patronal necesita objetivamente acelerar las contrarreformas, aunque por el momento no disponga de una mayoría estable en la Asamblea Nacional para garantizar esta aceleración.En una situación así, las «jornadas de acción» organizadas por la CGT, por masivas que sean, están condenadas al fracaso. La burguesía solo retrocederá si, de una forma u otra, se ve amenazada con perderlo todo.CPE y chalecos amarillosEn los últimos 20 años, dos grandes movilizaciones se distinguen de los fracasos acumulados a nivel nacional. La primera es la lucha contra el Contrato de Primer Empleo (CPE), en 2006. Esta movilización había superado con creces el marco de las jornadas de acción; escapaba al control de las direcciones confederales de los sindicatos. Se intensificaba cada día. Los estudiantes iban de empresa en empresa para involucrar a la clase trabajadora en la lucha. El fantasma de un nuevo Mayo del 68 se cernía sobre el país. Esto es lo que llevó a los burgueses más lúcidos, empezando por De Villepin, a renunciar a esta reforma.El segundo movimiento que hay que analizar es el de los chalecos amarillos, en 2018 y 2019. Esta movilización masiva estalló de forma espontánea, al margen de la acción sindical, precisamente porque la estrategia de las jornadas de acción había fracasado tres veces (contra las dos leyes laborales y contra la reforma ferroviaria). En unas semanas de movilización explosiva, los chalecos amarillos obtuvieron concesiones notables (retirada del impuesto sobre el carbono, prima de actividad...), mientras que las decenas de jornadas de acción sindical organizadas desde 2010 no habían conseguido nada. Si la burguesía temía el potencial revolucionario del movimiento de los chalecos amarillos, era precisamente porque no estaba controlado por las direcciones sindicales.Esta movilización puso a Francia al borde de una crisis revolucionaria. Para superar este obstáculo, la dirección confederal de la CGT debería haber aprovechado el impulso dado por los chalecos amarillos para lanzar una gran movilización en las empresas y orientar la lucha hacia un paro general indefinido. En cambio, Philippe Martinez, entonces secretario general de la CGT, hizo todo lo posible para mantener al sindicato al margen de la lucha. Incluso aprobó implícitamente la represión al comparar la violencia de la policía con la de los chalecos amarillos. Esta lamentable posición reforzó las críticas de muchos activistas sindicales —que querían unir en un mismo combate a los chalecos amarillos y a los rojos [de los activistas de la CGT]— hacia la dirección confederal.Unidad CGTLa oposición a la dirección confederal de la CGT se cristalizó durante el período posterior a la movilización de los chalecos amarillos. Se organizó en torno a la Federación Nacional de Industrias Químicas (FNIC), dirigida entonces por Emmanuel Lépine, y a la Unión Departamental de Bouches-du-Rhône [que incluye a Marsella], dirigida por Olivier Mateu.Este ala izquierda se fue estructurando progresivamente, en particular en torno al sitio web unitecgt.fr. En el Congreso Confederal de 2023, logró que se rechazara el informe de actividades de la dirección saliente: una primicia en la historia de la CGT. Desde entonces, ha insistido en varias ocasiones, especialmente durante la lucha contra la reforma de las pensiones en 2023, en la necesidad de romper con la estrategia de las jornadas de acción y preparar una amplia movilización de huelgas renovables.Durante esta lucha, estallaron huelgas renovables en varios sectores, pero quedaron aisladas. La dirección confederal se negó a extender estas huelgas a otros sectores de la economía: se limitó, una vez más, a organizar jornadas de acción puntuales. En abril de 2023, Sophie Binet declaró en BFMTV: «No pedimos que caiga este gobierno, sino que caiga la reforma de las pensiones». Al disociar estos dos objetivos, la secretaria general de la CGT minó la movilización. De hecho, el gobierno de Borne, como el actual de Bayrou, estaba al servicio de la clase dirigente. No podía defender otra política que no fuera la que se materializaba en la reforma de las pensiones. Para repeler este ataque, había que fijarse como objetivo derrocar este «gobierno de los ricos» y sustituirlo por un gobierno de los trabajadores.Incluso hoy en día, la misma lógica explica la participación de Sophie Binet en la farsa del «cónclave» sobre las pensiones [negociaciones a propuesta del gobierno, entre la patronal y los sindicatos], o su negativa a coordinar a nivel nacional la lucha contra el cierre de fábricas. La jornada de acción «por el empleo y la industria», el pasado 12 de diciembre, fue un rotundo fracaso. Esto no reflejaba una falta de combatividad por parte de los trabajadores, sino más bien su lucidez: muchos de ellos entendieron perfectamente que este tipo de jornadas están condenadas al fracaso. Se niegan a sacrificar un día de salario para nada.En muchas empresas estallaron huelgas ilimitadas: Michelin, Fonderie de Bretagne, Vencorex, Arkema, Lubrizol... Pero una huelga aislada, por muy combativa que sea, corre el riesgo de agotarse. Para tener los medios de vencer, estas luchas deben coordinarse y extenderse a un máximo de sectores de la economía.En lugar de organizar esta movilización, la dirección confederal de la CGT multiplica los llamamientos al gobierno para exigir una «moratoria de los despidos» y pedir al ministro de Economía que se sustraiga a la influencia de la patronal. ¡Es como pedirle a un lobo que se haga vegetariano!¡Pasar a la ofensiva!En el número 39 de su revista en línea, los compañeros de Unité CGT subrayan la necesidad de una estrategia ofensiva: «Sabemos que la generalización de las huelgas y su convergencia en un paro general, es decir, la entrada consciente y decidida de cientos de miles, de millones de trabajadores y trabajadoras, en todos los sectores y ramas profesionales, es la única manera de ganar».También presentan un programa muy ofensivo que tiene como objetivo movilizar masivamente a los trabajadores en una lucha seria contra la clase dirigente: «Nuestros objetivos inmediatos son claros: imponer el aumento de los salarios, la reducción y el control de los precios, la prohibición de los despidos y la nacionalización bajo control obrero de todos los grandes sectores de la economía, con expropiación para responder a las inmensas necesidades sociales de la población (vivienda, transporte, energía, empleo...). Es hora de cerrar la Bolsa, encerrar a los especuladores, confiscar los dividendos, arrancar la economía de las garras del mercado capitalista».Estamos totalmente de acuerdo: este es el programa que debería reivindicar toda la CGT.Los compañeros de Unité CGT deben llevar su oposición a la dirección confederal hasta su conclusión lógica. Presentan un programa y una estrategia coherentes, pero nunca los oponen explícitamente a los de la dirección confederal, a la que se abstienen de criticar directamente. Por ejemplo, en el momento en que escribimos estas líneas, ninguno de los artículos publicados recientemente por Unité CGT contiene una crítica a la participación de Sophie Binet en el cónclave sobre las pensiones.Sin embargo, muchos militantes de la CGT entenderían y recibirían bien tal crítica. Unité CGT y los dirigentes sindicales que animan esta corriente encuentran un eco muy favorable en muchas Uniones Departamentales y Federaciones de la CGT, mucho más allá de la FNIC CGT y de la UD de Bouches-du-Rhône. Este es el caso, en particular, de las Federaciones de Ferrocarriles, Vidrio y Cerámica, Puertos y Muelles, Energía y Comercio.No es momento para la diplomacia. Mientras la burguesía multiplica los ataques contra nuestra clase, la Unité CGT debe iniciar un debate directo y ofensivo sobre la estrategia de la CGT, cuya dirección confederal no propone ningún plan de acción y se hunde en el atolladero del «cónclave» sobre las pensiones. La adopción de una estrategia y un programa ofensivos por toda la CGT será un paso ineludible en la lucha para acabar con el capitalismo y todas las lacras que genera.11 de marzo de 2025