Historia de la Filosofía. Capítulo I. ¿Necesitamos una filosofía?

Cualquiera que desee comprender la vida no como una serie de accidentes sin sentido ni como una rutina irreflexiva debe ocuparse de la filosofía, esto es, del pensamiento a un nivel superior al de los problemas inmediatos de la vida cotidiana. Tan sólo de esta forma nos elevamos a una altura desde la que comenzamos a realizar nuestro potencial como seres humanos conscientes, dispuestos y capaces de tomar las riendas de nuestro destino. Este trabajo fue escrito como una parte del libro Razón y Revolución, publicado en el 1995, pero por su amplitud el autor decidió sacarlo del libro y publicarlo aparte. Publicamos por primera vez en castellano los capítulo I de Historia de la Filosofia.

  1. ¿Necesitamos una filosofía?
  2. Los primeros dialécticos
  3. Aristóteles y el final de la filosofía griega clásica
  4. El Renacimiento
  5. Descartes, Spinoza y Leibniz
  6. La filosofía del siglo XX
  7. Apéndice: La filosofía islámica e hindú

Capítulo I. ¿Necesitamos una filosofía?

Antes de empezar, uno podría preguntarse: ¿Es realmente necesario preocuparnos de complicadas cuestiones científicas y filosóficas? Semejante pregunta admite dos respuestas.

Si lo que se quiere decir es si hace falta saber estas cosas para la vida cotidiana, la respuesta es, evidentemente, no. Pero si aspiramos a lograr una comprensión racional del mundo en que vivimos y de los procesos fundamentales en la naturaleza, la sociedad y nuestra propia forma de pensar, entonces la cosa se presenta de una forma totalmente distinta.

Aunque parezca extraño, todos tenemos una filosofía. Una filosofía es una manera de interpretar el mundo. Todos creemos que sabemos distinguir entre el bien y el mal. Sin embargo, es una cuestión harto complicada que ha ocupado la atención de las grandes mentes a lo largo de la historia. Cuando nos vemos enfrentados con hechos tan terribles como la guerra fratricida en la ex Yugoslavia, el resurgimiento del desempleo o las masacres en Ruanda, muchos confesarán que no entienden de esas cosas y, a menudo, recurrirán a vagas referencias a la “naturaleza humana”. Pero, ¿en qué consiste esa misteriosa naturaleza humana que se presenta como la fuente de todos nuestros males y se alega que es eternamente inmutable? Esta es una cuestión profundamente filosófica que pocos intentarían contestar, a no ser que tuvieran inclinaciones religiosas, en cuyo caso dirían que Dios, en su sabiduría, nos creó así. Por qué a alguien se le ocurriría adorar a un Ser que crea a los hombres sólo para gastarles tales faenas es otro asunto.

Los que mantienen con obstinación que ellos no tienen ninguna filosofía se equivocan. La naturaleza aborrece el vacío. Las personas que carecen de un punto de vista filosófico elaborado y coherente reflejarán inevitablemente las ideas y los prejuicios de la sociedad y el entorno en que viven. Esto significa, en este contexto dado, que sus cabezas estarán repletas de las ideas que absorben de la prensa, la televisión, el púlpito y el aula, las cuales reflejan fielmente los intereses y la moral de la clase dominante.

Por lo común, la mayoría de la gente logra “ir tirando”, hasta que algún gran evento les obliga a reconsiderar las ideas y valores a que están acostumbrados desde su infancia. La crisis de la sociedad les obliga a cuestionar muchas cosas que daban por supuestas, haciendo que ideas aparentemente remotas se vuelvan de repente tremendamente relevantes.

Cualquiera que desee comprender la vida no como una serie de accidentes sin sentido ni como una rutina irreflexiva debe ocuparse de la filosofía, esto es, del pensamiento a un nivel superior al de los problemas inmediatos de la vida cotidiana. Tan sólo de esta forma nos elevamos a una altura desde la que comenzamos a realizar nuestro potencial como seres humanos conscientes, dispuestos y capaces de tomar las riendas de nuestro destino.

En general se comprende que cualquier empresa que merezca la pena en la vida requiere esfuerzo. La propia naturaleza de la filosofía implica ciertas dificultades para su estudio, ya que trata de cosas muy alejadas del mundo de la experiencia normal. Incluso los términos utilizados presentan dificultades porque su significado puede ser diferente al común, aunque esto también es verdad para cualquier materia especializada, desde el psicoanálisis hasta la mecánica.

El segundo obstáculo es más grave. En el siglo pasado, cuando Marx y Engels publicaron por primera vez sus escritos sobre materialismo dialéctico, podían dar por supuesto que muchos de sus lectores tenían por lo menos unos conocimientos básicos de filosofía clásica, incluido Hegel. Actualmente no es posible hacer semejante suposición. La filosofía ya no ocupa el lugar del pasado, puesto que la especulación sobre la naturaleza del universo y la vida fue asumida hace tiempo por las ciencias naturales. La posesión de potentes radiotelescopios y naves espaciales vuelve innecesarias las conjeturas sobre la naturaleza y la extensión de nuestro sistema solar. Incluso los misterios del alma humana se están poniendo paulatinamente al descubierto mediante el progreso de la neurobiología y la psicología.

La situación en el terreno de las ciencias sociales es mucho menos satisfactoria, debido sobre todo a que el deseo de conseguir conocimientos exactos a menudo decrece en la medida en que la ciencia toca los enormes intereses materiales que dominan la vida de la gente. Los grandes avances realizados por Marx y Engels en el terreno del análisis socio-histórico y económico quedan fuera del ámbito de este libro. Baste con señalar que, a pesar de los ataques constantes y frecuentemente maliciosos a que estuvieron sometidas desde el primer momento, las teorías del marxismo en la esfera social han sido el factor decisivo en el desarrollo de las ciencias sociales modernas. En cuanto a su vitalidad, está demostrada por el hecho de que los ataques no sólo continúan, sino que tienden a arreciar con el paso del tiempo.

En épocas pasadas, el desarrollo de la ciencia, que siempre ha estado estrechamente vinculado al de las fuerzas productivas, no había alcanzado un nivel suficientemente alto como para permitir que las personas entendiesen el mundo en que vivían. En ausencia de un conocimiento científico o de los medios materiales para obtenerlo, se vieron obligados a depender del único instrumento que poseían para interpretar el mundo y, así, conquistarlo: la mente humana. La lucha para comprender el mundo se identificaba con la lucha de la humanidad para elevarse sobre una existencia meramente animal, ganar el control sobre las fuerzas ciegas de la naturaleza y liberarse (en el sentido real, no legalista, de la palabra). Esta lucha es como un hilo conductor rojo que recorre toda la historia de la humanidad.

El papel de la religión

"El hombre está totalmente loco. No sabría cómo crear un gusano, y crea dioses por docenas". (Montaigne.)

"Toda mitología supera, domina y transforma las fuerzas de la naturaleza en la imaginación y mediante la imaginación; por lo tanto desaparece con la llegada de la auténtica dominación sobre ellas". (Marx.)

Los animales no tienen religión, y en el pasado se decía que ésa era la principal diferencia entre hombres y bestias. Pero ésta es sólo otra forma de decir que únicamente los seres humanos poseen conciencia en el sentido pleno de la palabra. En los últimos años ha habido una reacción contra la idea del Hombre como Creación única y especial. Al fin y al cabo, el ser humano evolucionó de los animales y en muchos aspectos sigue siendo animal. No solamente compartimos con otros animales muchas de las funciones corporales, sino que la diferencia genética entre humanos y chimpancés es menor del dos por ciento. He aquí una respuesta devastadora a las tonterías de los creacionistas.

Las últimas investigaciones con chimpancés bonobos (los primates más afines a los humanos) han demostrado fuera de toda duda que son capaces de un nivel de actividad mental similar en algunos aspectos al de un niño. Esto prueba claramente el parentesco entre los seres humanos y los primates superiores, pero aquí la analogía empieza a resquebrajarse. Pese a todos los esfuerzos de los experimentadores, los bonobos cautivos no han sido capaces de hablar ni de labrar una herramienta de piedra remotamente similar a los utensilios más simples creados por los homínidos primitivos. Esa diferencia genética del dos por ciento que separa a los humanos de los chimpancés marca el salto cualitativo del animal al humano. Esto se logró no por obra y gracia de un Creador, sino por el desarrollo del cerebro a través del trabajo manual.

La destreza para hacer incluso las herramientas de piedra más simples implica un nivel muy alto de habilidad mental y pensamiento abstracto. El seleccionar la piedra adecuada, elegir el ángulo correcto para golpear y usar la cantidad de fuerza precisa son acciones intelectuales muy complejas. Requieren un grado de planificación y previsión que no se encuentra ni en los primates más avanzados. No obstante, el uso y la manufactura de herramientas de piedra no fueron resultado de una planificación consciente, sino una imposición de la necesidad. No fue la conciencia la que creó la humanidad, sino que las condiciones necesarias para la existencia humana condujeron a un cerebro más grande, al habla y a la cultura, incluida la religión.

La necesidad de entender el mundo estaba estrechamente vinculada a la necesidad de sobrevivir. Aquellos homínidos primitivos que descubrieron el uso de raspadores de piedra para descuartizar cadáveres de animales de piel gruesa obtuvieron una considerable ventaja sobre aquellos que no tuvieron acceso a esta fuente abundante de grasas y proteínas. Los que perfeccionaron sus herramientas de piedra y descubrieron los mejores yacimientos tuvieron más posibilidades de sobrevivir que los que no lo hicieron. Con el desarrollo de la técnica vino la expansión de la mente y la necesidad de explicar los fenómenos naturales que gobernaban sus vidas. A través de millones de años, mediante aproximaciones sucesivas, nuestros antepasados comenzaron a establecer ciertas relaciones entre las cosas. Empezaron a hacer abstracciones, esto es, a generalizar a partir de la experiencia y la práctica.

Durante siglos, la cuestión central de la filosofía ha sido la relación entre el pensamiento y el ser. La mayoría de las personas pasan sus vidas sin siquiera contemplar este problema. Piensan y actúan, hablan y trabajan sin la menor dificultad. Es más, ni se les ocurriría considerar incompatibles las dos actividades humanas más básicas, que en la práctica son inseparables. Si excluimos reacciones simples condicionadas fisiológicamente, como los actos reflejos, incluso la acción más elemental exige un cierto grado de pensamiento.

En cierto modo, esto es verdad no sólo para los humanos, sino también para los animales (pensemos en un gato apostado a la espera de un ratón). No obstante, la planificación y el pensamiento humanos tienen un carácter cualitativamente superior a cualquier actividad mental de incluso el simio más avanzado.

Este hecho está estrechamente vinculado a la capacidad del pensamiento abstracto, que permite a los seres humanos ir mucho más allá de la situación inmediata dada por nuestros sentidos. Podemos imaginar situaciones no sólo en el pasado (los animales también tienen memoria, como el perro, que tiembla a la vista de un garrote), sino también en el futuro. Podemos predecir situaciones complejas, planificar, y así determinar el resultado y hasta cierto punto controlar nuestros destinos.

Aunque normalmente no pensamos en ello, esto representa una conquista colosal que separa a la humanidad del resto de la naturaleza. “Lo típico del razonamiento humano”, dice el profesor Gordon Childe, “es que puede ir muchísimo más lejos de la situación actual, presente, que el razonamiento de cualquier otro animal”.6 De esta capacidad nacen las múltiples creaciones de la civilización: la cultura, el arte, la música, la literatura, la ciencia, la filosofía, la religión. También damos por supuesto que todo esto no cae del cielo, sino que es el producto de millones de años de desarrollo.

El filósofo griego Anaxágoras (500-428 a.C.), en una deducción brillante, afirmó que el desarrollo mental del hombre dependía de la emancipación de las manos. Engels, en su importante artículo El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, explicó la forma exacta en que se logró dicha transformación. Demostró que la postura vertical, la liberación de las manos para el trabajo, la forma de la mano, con el pulgar opuesto a los otros dedos de forma que permitía agarrar, fueron los requisitos fisiológicos para la manufactura de herramientas, que a su vez fue el principal estímulo para el desarrollo del cerebro. Incluso el habla, que es inseparable del pensamiento, surge de las exigencias de la producción social, de la necesidad de cooperar para realizar funciones complejas. Estas teorías de Engels se han visto confirmadas brillantemente por los últimos descubrimientos de la paleontología, que demuestran que los simios homínidos aparecieron en África bastante antes de lo que se pensaba y que tenían cerebros no más grandes que los de un chimpancé actual. Es decir, el desarrollo del cerebro vino después de la producción de herramientas y a consecuencia de ésta. Así, no es verdad que “En el principio, era la Palabra”, sino, en frase del poeta alemán Goethe, “En el principio, era el Hecho”.

La capacidad de manejar pensamientos abstractos es inseparable del habla. El célebre prehistoriador Gordon Childe comenta:

“El razonamiento y todo lo que podemos llamar pensamiento, inclusive el del chimpancé, hace intervenir en las operaciones mentales lo que los psicólogos llaman imágenes. Una imagen visual, la representación mental de una banana, por ejemplo, ha de ser siempre la representación de una banana determinada en un conjunto determinado. Una palabra, por el contrario, según lo explicado, es más general y abstracta, pues ha eliminado precisamente esos rasgos accidentales que dan individualidad a cualquier banana real. Las imágenes mentales de las palabras (representaciones del sonido o de los movimientos musculares que intervienen en su pronunciación) constituyen ‘fichas’ muy cómodas en el proceso del pensamiento. El pensar con su ayuda posee necesariamente esa cualidad de abstracción y generalidad que parece faltar en el pensamiento animal. Los hombres pueden pensar, lo mismo que hablar, sobre la clase de objetos llamados ‘bananas’; el chimpancé nunca va más allá de ‘esa banana en ese tubo’. De tal suerte el instrumento social denominado lenguaje ha contribuido a lo que se denomina grandilocuentemente ‘la emancipación del hombre de la esclavitud de lo concreto”. G. Childe, Qué sucedió en la historia. Editorial Pléyade, Buenos Aires, 1975, pp. 25-6)

Los humanos primitivos, después de largo tiempo, formaron la idea general de, por ejemplo, una planta o un animal. Esto surgió de la observación concreta de muchas plantas y animales particulares. Pero cuando llegamos al concepto general de “planta”, ya no vemos delante de nosotros esta o aquella flor o arbusto, sino lo que es común a todas ellas. Comprendemos la esencia de una planta, su ser interior. Comparado con esto, los rasgos peculiares de las plantas individuales parecen secundarios e inestables. Lo que es permanente y universal está contenido en el concepto general. Jamás podemos ver una planta como tal, opuesta a flores y arbustos particulares. Es una abstracción de la mente.

Sin embargo, es una expresión más profunda y verdadera de lo que es esencial a la naturaleza de la planta cuando se la despoja de todos los rasgos secundarios.

No obstante, las abstracciones de los humanos primitivos distan mucho de tener un carácter científico. Eran exploraciones tentativas, como las impresiones de un niño: suposiciones e hipótesis a veces incorrectas, pero siempre audaces e imaginativas. Para nuestros antepasados remotos, el Sol era un ser supremo que unas veces les calentaba y otras les quemaba. La Tierra era un gigante adormecido. El fuego era un animal feroz que les mordía cuando lo tocaban.

Los humanos primitivos conocieron los truenos y los relámpagos, les asustarían, como todavía hoy asustan a los animales y a algunas personas. Pero, a diferencia de los animales, los humanos buscaron una explicación general del fenómeno. Dada la ausencia de cualquier conocimiento científico, la explicación sólo podía ser sobrenatural: algún dios golpeando un yunque con su martillo.

Para nosotros, semejantes explicaciones resultan simplemente divertidas, como las explicaciones ingenuas de los niños. No obstante, en ese período eran hipótesis extraordinariamente importantes, un intento de encontrar una causa racional para el fenómeno distinguiendo entre la experiencia inmediata y lo que había tras ella.

La forma más característica de las religiones primitivas es el animismo — la noción de que todo objeto, animado o inanimado, posee un espíritu—. Vemos el mismo tipo de reacción en un niño cuando pega a una mesa contra la que se ha golpeado la cabeza. De la misma manera, los humanos primitivos y ciertas tribus actuales piden perdón a un árbol antes de talarlo. El animismo pertenece a un período en el que la humanidad aún no se había separado plenamente del mundo animal y de la naturaleza. La proximidad de los humanos al mundo de los animales está demostrada por la frescura y belleza del arte rupestre, donde los caballos, ciervos y bisontes están pintados con una naturalidad que ningún artista moderno es capaz de lograr. Se trata de la infancia del género humano, que ha desaparecido y nunca volverá. Tan sólo podemos imaginar la psicología de nuestros antepasados remotos. Pero mediante una combinación de los descubrimientos de la paleontología y la antropología es posible reconstruir, por lo menos a grandes rasgos, el mundo del que hemos surgido.

En su estudio antropológico clásico de los orígenes de la magia y la religión, James G. Frazer escribe:

“El salvaje concibe con dificultad la distinción entre lo natural y lo sobrenatural, comúnmente aceptada por los pueblos ya más avanzados.

“Para él, el mundo está funcionando en gran parte merced a ciertos agentes sobrenaturales que son seres personales que actúan por impulsos y motivos semejantes a los suyos propios y, como él, propensos a modificarlos por apelaciones a su piedad, a sus deseos y temores.

“En un mundo así concebido no ve limitaciones a su poder de influir sobre el curso de los acontecimientos en beneficio propio. Las oraciones, promesas o amenazas a los dioses pueden asegurarle buen tiempo y abundantes cosechas; y si aconteciera, como muchas veces se ha creído, que un dios llegase a encarnar en su misma persona, ya no necesitaría apelar a seres más altos. Él, el propio salvaje, posee en sí mismo todos los poderes necesarios para acrecentar su propio bienestar y el de su prójimo”. (Sir James Frazer, La rama dorada. Magia y religión. Fondo de Cultura Económica. Madrid. 1981, p. 33)

La noción de que el alma existe separada y aparte del cuerpo viene directamente de los tiempos más remotos. El origen de esta idea es evidente.

Cuando dormimos, el alma parece abandonar el cuerpo y vagar en nuestros sueños. Por extensión, la similitud entre la muerte y el sueño —“gemelo de la muerte”, como lo llamó Shakespeare— sugiere la idea de que el alma podría seguir existiendo después de la muerte. Así fue cómo los humanos primitivos concluyeron que el interior de sus cuerpos albergaba algo, el alma, que mandaba sobre el cuerpo y podía hacer todo tipo de cosas increíbles, incluso cuando el cuerpo estaba dormido.

También observaron cómo palabras llenas de sabiduría manaban de las bocas de los ancianos y concluyeron que, mientras que el cuerpo perece, el alma sigue viviendo. Para gente acostumbrada a los desplazamientos, la muerte era vista como una migración del alma, que necesitaba comida y utensilios para el viaje.

Al principio estos espíritus no tenían una morada fija. Simplemente erraban, la mayoría de las veces causando molestias y obligando a los vivos a hacer todo lo que podían por deshacerse de ellos. He aquí el origen de las ceremonias religiosas. Finalmente surgió la idea de que mediante la oración podría conseguirse la ayuda de estos espíritus. En esta etapa, la religión (magia), el arte y la ciencia no se diferenciaban. No teniendo los medios para conseguir un auténtico poder sobre el medio ambiente, los humanos primitivos intentaron obtener sus fines por medio de una relación mágica con la naturaleza, y así someterla a su voluntad.

La actitud de los humanos primitivos hacia sus dioses-espíritus y fetiches era bastante práctica. La intención de los rezos era obtener resultados. Un hombre haría una imagen con sus propias manos y se postraría ante ella. Pero si no conseguía el resultado deseado, la maldecía y la golpeaba para obtener mediante la violencia lo que no había conseguido con súplicas. En ese mundo extraño de sueños y fantasmas, un mundo de religión, la mente primitiva veía cada acontecimiento como la obra de espíritus invisibles. Cada arbusto o cada riachuelo eran una criatura viviente, amistosa u hostil. Cada suceso fortuito, cada sueño, dolor o sensación estaba causado por un espíritu. Las explicaciones religiosas llenaban el vacío que dejaba la falta de conocimiento de las leyes de la naturaleza. Incluso la muerte no era vista como un evento natural, sino como el resultado de alguna ofensa causada a los dioses.

Durante casi toda la existencia del género humano, la mente ha estado llena de este tipo de cosas. Y no sólo en lo que a la gente le gusta considerar como sociedades primitivas. Las creencias supersticiosas continúan existiendo hoy, aunque con diferente disfraz. Bajo el fino barniz de civilización se esconden tendencias e ideas irracionales primitivas que tienen su raíz en un pasado remoto que ha sido en parte olvidado, pero que no está todavía superado. No serán desarraigadas definitivamente de la conciencia humana hasta que hombres y mujeres no establezcan un firme control sobre sus condiciones de existencia.

La división del trabajo

Frazer señala que la división entre trabajo manual y trabajo intelectual en la sociedad primitiva está invariablemente vinculada a la formación de una casta de sacerdotes, hechiceros o magos:

“El progreso social, según creemos, consiste principalmente en una diferenciación progresiva de funciones; dicho más sencillamente, en una división del trabajo. La obra que en la sociedad primitiva se hace por todos igual y por todos igualmente mal o muy cerca de ello, se distribuye gradualmente entre las diferentes clases de trabajadores, que la ejecutan cada vez con mayor perfección; y así, tanto más cuanto que los productos materiales o inmateriales de esta labor especializada van siendo gozados por todos, la sociedad en conjunto se beneficia de la especialización creciente. Ahora, ya, los magos o curanderos aparecen constituyendo la clase profesional o artificial más antigua en la evolución de la sociedad, pues hechiceros se encuentran en cada una de las tribus salvajes conocidas por nosotros, y entre los más incultos salvajes, como los australianos aborígenes, es la única clase profesional que existe”. (Ibíd. pp 137-8)

El dualismo, que separa el alma del cuerpo, la mente de la materia, el pensamiento del hecho, recibió un fuerte impulso con el desarrollo de la división del trabajo en una etapa dada de la evolución social. La separación entre trabajo manual y trabajo intelectual coincidió con la división de la sociedad en clases y marcó un gran avance en el desarrollo humano. Por primera vez, una minoría de la sociedad se vio liberada de la necesidad de trabajar para obtener su sustento. La posesión de la mercancía más preciada, el ocio, significó que los hombres podían dedicar sus vidas al estudio de las estrellas. Como el filósofo materialista alemán Ludwig Feuerbach explica, la ciencia teórica auténtica comienza con la cosmología:

“El animal es sólo sensible al rayo de luz que inmediatamente afecta a la vida; mientras que el hombre percibe la luz, para él físicamente indiferente, de la estrella más remota. Tan sólo el hombre posee pasiones y alegrías desinteresadas y puramente intelectuales; sólo el ojo del hombre mantiene festivales teóricos. El ojo que contempla los cielos estrellados, que medita sobre aquella luz al mismo tiempo inútil e inocua que no tiene nada en común con la Tierra y sus necesidades; este ojo ve en aquella luz su propia naturaleza, sus propios orígenes. El ojo es celestial por su propia naturaleza. De aquí que el hombre se eleve por encima de la tierra sólo con el ojo; de aquí que la teoría comience con la contemplación de los cielos.

“Los primeros filósofos eran astrónomos”. (Ludwig Feuerbach. The essence of Christianity. p. 5)

Aunque en esta etapa temprana esto todavía estaba mezclado con la religión y los requerimientos e intereses de una casta sacerdotal, también significó el nacimiento de la civilización humana. Aristóteles ya lo había entendido cuando escribió: “Además, estas artes teóricas evolucionaron en lugares donde los hombres tenían un superávit de tiempo libre: por ejemplo, las matemáticas tienen su origen en Egipto, donde una casta sacerdotal gozaba del ocio necesario”.11

El conocimiento es una fuente de poder. En cualquier sociedad en que el arte, la ciencia y el gobierno son el monopolio de unos pocos, esa minoría usará y abusará de su poder en su propio beneficio. La inundación anual del Nilo era un asunto de vida o muerte para los egipcios, cuyas cosechas dependían de ello.

La pericia de los sacerdotes egipcios para predecir, apoyándose en observaciones astronómicas, cuándo se desbordaría el Nilo debió de haber incrementado enormemente su prestigio y poder sobre la sociedad. El arte de escribir, una invención muy poderosa, era un secreto celosamente guardado por la casta sacerdotal:

“Sumeria descubrió la escritura; los sacerdotes sumerios hicieron conjeturas acerca de que el futuro pudiera estar escrito por algún procedimiento oculto en los acontecimientos presentes que tenían lugar a nuestro alrededor. Hasta llegaron a sistematizar esta creencia, mezclando elementos mágicos y racionales”.(I. Prigogine e I. Stengers. Order Out of Chaos, Man’s New Dialogue with Nature. p. 4)

La posterior profundización de la división del trabajo hizo surgir un abismo insalvable entre la élite intelectual y la mayoría de la humanidad, condenada a trabajar con sus propias manos. El intelectual, sea sacerdote babilónico o físico teórico moderno, sólo conoce un tipo de trabajo: el mental.

En el curso de milenios, la superioridad de este último sobre el trabajo manual “puro y duro” ha echado raíces profundas y adquirido la fuerza de un prejuicio. Lenguaje, palabras y pensamientos se han revestido de poderes místicos. La cultura se ha vuelto el monopolio de una élite privilegiada que guarda celosamente sus secretos, usando y abusando de su posición en su propio interés.

En la antigüedad, la aristocracia intelectual no hizo ningún intento de ocultar su desprecio por el trabajo físico. El siguiente extracto de un texto egipcio conocido como La sátira sobre los oficios, escrito alrededor de 2000 a.C., se cree que es la exhortación de un padre a su hijo, al que quiere enviar a la escuela para formarse como escriba:

La misma actitud prevalecía entre los griegos:

“He visto cómo se maltrata al hombre que trabaja —deberías poner tu corazón en la búsqueda de la escritura—. He observado cómo uno podría ser rescatado de sus deberes —¡presta atención! No hay nada que supere a la escritura— . (...)

“He visto al metalúrgico trabajando en la boca del horno. Sus dedos eran similares a cocodrilos; olía peor que una hueva de pescado. (...)

“El pequeño constructor lleva barro. (...) Está más sucio que las viñas o los cerdos de tanto pisotear el barro. Su ropa está tiesa de la arcilla. (...)

“El fabricante de flechas es muy infeliz cuando entra en el desierto [en busca de pedernal]. Más grande es lo que da a su burro que lo que posteriormente [vale] su trabajo. (...)

“El lavandero que lava ropa en la orilla [del río] es el vecino del cocodrilo. (...)

“¡Presta atención! No hay ninguna profesión sin patrón, excepto para el escriba: él es el patrón. (...)

“¡Presta atención! No hay ningún escriba al que le falte comida de la propiedad de la Casa del Rey —¡vida, prosperidad, salud!—. (...) Su padre y su madre alaban a dios, puesto que él está en el sendero de los vivientes. ¡Contempla estas cosas! Yo [las he puesto] ante ti y ante los hijos de tus hijos”. (Citado por Margret Donaldson, Children’s Minds. p. 84)

“Las llamadas artes mecánicas”, dice Jenofonte, “llevan un estigma social y con razón son despreciadas en nuestras ciudades, puesto que estas artes dañan los cuerpos de los que trabajan en ellas o de los que actúan como capataces, condenándoles a una vida sedentaria de puertas adentro y, en algunos casos, a pasar todo el día al lado de la chimenea. Esta degeneración física asimismo da pie a un deterioro del alma. Además, los que trabajan en estos oficios simplemente no tienen tiempo para dedicarse a los deberes de la amistad o de la ciudadanía. En consecuencia, son considerados como malos amigos y malos patriotas, y en algunas ciudades, sobre todo las más guerreras, no es legal que un ciudadano se dedique al trabajo manual”. (Oeconomicusm iv, 203, citado en B. Farrington, Greek Science, pp. 28-9)

El divorcio radical entre trabajo intelectual y manual profundiza la ilusión de una existencia independiente de las ideas, los pensamientos y las palabras.

Este concepto erróneo es el meollo de toda religión e idealismo filosófico.

No fue Dios quien creó el hombre a su propia imagen y semejanza, sino, por el contrario, fue el hombre quien creó dioses a imagen y semejanza suya.

Ludwig Feuerbach dijo que si los pájaros tuviesen una religión, su dios tendría alas.

“La religión es un sueño en el que nuestras propias concepciones y emociones se nos presentan como existencias separadas, como seres al margen de nosotros mismos. La mente religiosa no distingue entre lo subjetivo y lo objetivo, no tiene dudas; tiene la capacidad no de discernir cosas diferentes a ella misma, sino de ver sus propias concepciones fuera de sí misma, como seres independientes”.

Esto era algo que hombres como Jenófanes de Colofón (565- hacia 470 a. C.) entendió cuando escribió:

“Homero y Hesíodo han atribuido a los dioses cada acción vergonzosa y deshonesta entre los hombres: el robo, el adulterio, el engaño (...) Los etíopes hacen sus dioses negros y con nariz chata, y los tracios hacen los suyos con ojos grises y pelo rojo (...) Si los animales pudieran pintar y hacer cosas como los hombres, los caballos y los bueyes también harían dioses a su propia imagen”.

Los mitos de la creación, que existen en casi todas las religiones, inevitablemente toman sus imágenes de la vida real, por ejemplo, la imagen del alfarero que da forma a la arcilla amorfa. En opinión de Gordon Childe, la historia de la Creación en el primer libro del Génesis refleja que en Mesopotamia la tierra fue separada de las aguas “en el Principio”, pero no mediante la intervención divina:

 

“La tierra sobre la cual las grandes ciudades de Babilonia se alzarían tenía que crearse en el sentido literal de la palabra; el antepasado prehistórico de la Erech bíblica fue construido encima de una especie de plataforma de juncos entrecruzados sobre el barro aluvial. El libro hebreo del Génesis nos ha familiarizado con una tradición bastante más antigua de la condición prístina de Sumeria —un ‘caos’ en el cual las fronteras entre el agua y la tierra todavía eran fluidas—. Un incidente esencial en ‘la Creación’ es la separación de estos elementos. Sin embargo, no fue ningún dios, sino los propios protosumerios quienes crearon la tierra: cavaron canales para irrigar los campos y drenar la marisma, construyeron diques y plataformas elevadas por encima del nivel de inundación para proteger a los hombres y al ganado de las aguas, despejaron las extensiones de juncos y exploraron los canales que las cruzaban. La persistencia tenaz del recuerdo de esta lucha es un indicio del grado de esfuerzo que supuso para los antiguos sumerios. Su recompensa era una fuente garantizada de nutritivos dátiles, una abundante cosecha de los campos que habían drenado y pastos permanentes para sus rebaños”. (Gordon Childe. Man Makes himself, pp. 107-8)

Los intentos más ancestrales del hombre de explicar el mundo y su lugar en él estaban mezclados con la mitología. Los babilonios creían que el dios del caos, Marduc, había creado el Orden, separando la tierra del agua y el cielo de la tierra. Los judíos tomaron de los babilonios el mito bíblico de la Creación y más tarde lo transmitieron a la cultura cristiana. La auténtica historia del pensamiento científico empieza cuando el hombre aprende a prescindir de la mitología e intenta comprender racionalmente la naturaleza, sin la intervención de los dioses. En ese momento comienza la auténtica lucha por la emancipación de la humanidad de la esclavitud material y espiritual.

El advenimiento de la filosofía representó una auténtica revolución en el pensamiento humano. Al igual que tantos otros elementos de la civilización moderna, la filosofía se lo debemos a la Grecia antigua. Si bien es verdad que los indios, los chinos, y más tarde los árabes, también hicieron importantes avances, fueron los griegos quienes llevaron la filosofía y la ciencia a su punto álgido antes del Renacimiento. La historia del pensamiento griego durante el período de 400 años que arranca en la mitad del siglo VII a. de C., constituye una de las páginas más impresionantes en los anales de la historia humana.

En este período aparecen una larga serie de héroes, pioneros en el desarrollo del pensamiento. Los griegos, antes que Colón, descubrieron que la tierra era redonda. Antes que Darwin, afirmaron que los humanos habían evolucionado de los peces. Hicieron extraordinarios descubrimientos en matemáticas, especialmente en geometría, y para superarlos fueron necesarios más de mil años. Fue uno de los momentos más decisivos de la historia del pensamiento humano, el inicio de la verdadera ciencia.

El nacimiento de la filosofía

La filosofía occidental nació bajo el cielo azul del Egeo. Los siglos VII y VIII a. C. fueron años agitados y de rápida expansión económica del Mediterráneo oriental. Los griegos de las islas Jonias que residían en la costa de Turquía, mantenían una próspera relación comercial con Egipto, Babilonia y Lidia. El dinero -una invención lidia-, fue introducido en Europa a través del Egeo, aproximadamente en el 625 a. C., y estimuló enormemente el comercio y como consecuencia, mientras unos acumulaban grandes riquezas, otros, sólo obtenían miseria y esclavitud.

Los primeros filósofos griegos representan el verdadero punto de partida de la filosofía. El primer intento de luchar y liberarse de los antiguos límites de la superstición y el mito, de prescindir de dioses y divinidades, por primera vez el ser humano se enfrentaba cara a cara con la naturaleza.

La revolución económica provocó nuevas contradicciones sociales. El colapso de la vieja sociedad patriarcal provocó el choque entre ricos y pobres.

La vieja aristocracia se enfrentó al descontento de las masas y a la oposición de los tiranos, a menudo, eran los propios nobles disidentes siempre dispuestos a ponerse a la cabeza de las insurrecciones populares. Fue un período de gran inestabilidad, en el que hombres y mujeres empezaron a poner en tela de juicio las viejas creencias. El siguiente pasaje describe la situación en Atenas en aquella época:

“En los años malos (los campesinos) tenían que pedir prestado a sus ricos vecinos; con la aparición del dinero en vez de pedir prestado un saco de grano, al viejo estilo de buena vecindad, tenían que pedir prestado el grano necesario antes de la cosecha, cuando aún estaba barato, sino tendrían que pagar elevados intereses, lo que provocó una gran indignación en Megara. En el año 600, mientras los ricos exportaban a los mercados del Egeo o Corinto, los pobres permanecían hambrientos.

“Muchos, demasiados, perdían su tierra o se empeñaban como prenda de sus deudas, e incluso perdían su libertad; al acreedor, como último recurso ante al deudor insolvente le quedaba la posibilidad de entregarse él y su familia como esclavos... La ley era muy severa, era la ley del rico”. (A. R. Burn; The Pelican History of Greece, p. 119).

Draco recopiló estas leyes en un código, de ahí procede la expresión “condiciones draconianas”.

El siglo VI a. C. fue un período turbulento y también el del declive de las repúblicas Jonias de Asia Menor, un siglo caracterizado por la crisis social y por una feroz lucha de clases entre ricos y pobres, entre dominadores y esclavos.

“En Mileto”, escribe Rostovtzeff, “el pueblo resultó primero victorioso, asesinando a las esposas e hijos de los aristócratas; después dominaron los aristócratas que quemaron vivos a sus enemigos y alumbraron las plazas de la ciudad con antorchas vivientes”. (Citado por Bertrand Russel, Historia de la filosofía occidental. Madrid. Editorial Espasa, 1997. p. 62).

En aquella época, estas condiciones sociales eran las normales en la mayoría de las ciudades griegas de Asia Menor. Los héroes de esa época nada tenían en común con la idea posterior del filósofo, aislado del resto de la humanidad en su torre de marfil. Estos “hombres sabios” no eran sólo pensadores, eran escritores, no sólo eran teóricos, eran también hombres prácticos. Del primero de ellos, Tales de Mileto (640-546 a. C.), no sabemos prácticamente nada, salvo que fue al final de su vida cuando se aproximó a la filosofía, se dedicó al comercio, a la ingeniería, a la geometría y a la astronomía (se dice que predijo un eclipse, que según los astrónomos ocurrió en el año 585 a. C.).

No se puede negar que los primeros filósofos griegos eran materialistas. Dieron la espalda a la mitología, se dedicaron a buscar el principio general del funcionamiento de la naturaleza, a partir de la observación de la propia naturaleza. Los griegos posteriores les llamaron hilozoístas, que se podría traducir por: los que piensan que la materia está animada. Esta concepción de la materia en movimiento es sorprendentemente moderna y muy superior a la concepción de los físicos mecanicistas del siglo XVIII. Debido a la ausencia de modernos instrumentos científicos, con frecuencia sus teorías tuvieron el carácter de inspiradas conjeturas. A pesar de todo, teniendo en cuenta la ausencia de recursos, es realmente asombroso lo que llegaron a aproximarse a la comprensión del auténtico funcionamiento de la naturaleza. El filósofo Anaximandro (610-545 a. C.), afirmó que tanto el hombre como el resto de los demás animales habían evolucionado de un pez que abandonó el agua para salir a la tierra.

Sería un error pensar que estos filósofos eran religiosos porque utilizasen la palabra “dios” (theos) para referirse a la sustancia primaria. J. Burnet dice que esta palabra era similar a los antiguos epítetos homéricos: “eterno”, “inmortal”, etc. Incluso Homero, utiliza la palabra en diferentes sentidos. Desde Hesiodo a la teogenia está claro que muchos de los “dioses” nunca fueron adorados, eran meras personificaciones apropiadas para los fenómenos naturales o incluso para las pasiones humanas.

Las religiones primitivas miraban al cielo como algo divino y lo separaban de la tierra. Los filósofos jonios rompieron radicalmente con esta concepción. Se basaron en la multitud de descubrimientos de la cosmología babilónica y egipcia, rechazaron el elemento mítico que confundía la astronomía con la astrología. La tendencia general de la filosofía griega antes de Sócrates era la búsqueda de los principios fundamentales de la naturaleza:

“La naturaleza es lo que está más cerca de nosotros, se encuentra más cerca del ojo, es lo más palpable, es lo que primero que atrae el espíritu de investigación. En sus distintas formas, en su multiplicidad, el pensamiento debe encontrar el inicio de un principio fundamental permanente. ¿Cuál es este principio? ¿Cuál es exactamente el elemento básico natural?”. (Schwgler, History of Philosophy. En la edición inglesa).

Los filósofos dieron explicaciones diferentes a esta cuestión. Por ejemplo, Tales sostenía que la base de todas las cosas era el agua, esta afirmación fue un gran paso adelante del pensamiento humano. Ya hacía tiempo que los babilonios anticiparon la idea de que todas las cosas procedían del agua. Su mito de la creación fue el modelo que siguió la historia de la creación hebrea del primer libro del Génesis. “Todas las tierras eran mar hasta que Marduk, el creador babilonio, separó la tierra del mar”. La diferencia es que no hay Marduk, ni creador divino externo a la naturaleza, por primera vez se explica la naturaleza en términos puramente materialistas, es decir, en términos de la propia naturaleza.

La idea de la naturaleza reducida al agua no es tan inverosímil como podría parecer. Aparte de que la gran mayoría de la superficie de la tierra está formada por agua, los jonios se dieron cuenta que el agua es algo esencial para todas las formas de vida. La mayor parte del volumen de nuestro cuerpo es agua, moriríamos rápidamente si nos privamos de ella. Además el agua cambia de forma, pasa de líquido a sólido o vapor.

“No es difícil suponer que los fenómenos meteorológicos influyeron en Tales a la hora de formular sus teorías. De todas las cosas que conocemos, el agua es la que parece tener las formas más variadas. Nos son familiares sus formas, sólido, líquido y vapor. Tales pudo haberse dado cuenta de ello observando como ante sus ojos el agua regresaba de nuevo al agua. La evaporación sugiere de manera natural que el fuego de los cuerpos celestiales se conserva gracias a la humedad que extraen del mar. El agua cae de nuevo en forma de lluvia, y al final, como pensaban los primeros cosmólogos, regresa a la tierra. Este proceso era algo natural para aquellos hombres familiarizados con los ríos de Egipto que formaban el Delta, y los torrentes de Asia Menor que bajaban por los largos depósitos aluviales”. (O. J. Burnet; Los primeros filósofos griegos).

Anaximandro

A Tales le siguieron otros filósofos que postularon diferentes teorías sobre la estructura básica de la materia. Anaximandro nació en Samos, donde vivió también el famoso Pitágoras. Dicen que escribió sobre la naturaleza, las estrellas fijas, la esfera de la tierra y otros temas. Elaboró algo parecido a un mapa que mostraba el límite de la tierra y el mar, creó varios inventos matemáticos, incluyendo un cuadrante solar y una carta de navegación astronómica. Al igual que Tales, Anaximandro consideraba que la naturaleza era real.

De igual manera se aproximó al tema desde un punto de vista estrictamente materialista, sin recurrir a los dioses o cualquier otro elemento sobrenatural. Pero a diferencia de su contemporáneo, Tales no encontró la respuesta en una forma concreta de materia como el agua. Según relata Diógenes, “Recurrió al Infinito (lo indeterminado) como elemento principal; no lo concretaba en el agua u otra materia”. (Hegel. Filosofía de la Historia, Vol. I). “Es el principio de todo, transformándose continuamente; a través de mundos infinitos o dioses que salen de él y que al mismo tiempo desaparecen”. (Ibíd.).

Estas idean situaron por primera vez el estudio del universo en el camino de la ciencia, permitió a los primeros filósofos griegos hacer descubrimientos excepcionales, muy avanzados para su tiempo. Primero descubrieron que el mundo era redondo y que no descansaba sobre nada, la tierra no era el centro del universo y giraba junto a los otros planetas alrededor del centro. De acuerdo con otro contemporáneo, Hipólito, Anaximandro pensaba que la tierra se movía libremente y nada la podía detener porque era equidistante a todo, tenía forma redonda y era hueca como una columna, así unos nos encontramos en una cara de la tierra mientras los demás están en la otra. También descubrió la teoría de los eclipses lunar y solar.

Con todas sus carencias y deficiencias, estas ideas representaban una concepción audaz de la naturaleza y el universo, sorprendente y original, más cerca de la realidad que el ciego misticismo de la Edad Media, un período en el que de nuevo, el pensamiento humano caería aprisionado bajo el dogma religioso. Estos importantes avances no fueron sólo resultado de sus conjeturas, fueron también consecuencia del pensamiento, la investigación y la experimentación minuciosa. Dos mil años antes que Darwin, Anaximandro se adelantó a la teoría de la evolución gracias a sus sorprendentes descubrimientos en biología marina.

El historiador A. E. Burn cree que esto no fue accidental, sino el resultado de la investigación científica. “Hicieron observaciones de embriones y también de fósiles, como hicieron algunos de sus sucesores, aunque no podemos afirmarlo con certeza”. (A. R. Burn, The Pelican History of Greece).

Anaximandro revolucionó el pensamiento humano. En lugar de limitarse a una forma concreta de la materia se ocupó del concepto de materia en general, como si se tratara de un concepto filosófico. Esta sustancia universal es eterna e infinita que se encuentra en constante evolución y cambio. Toda la miríada de formas de seres distintos que percibimos a través de nuestros sentidos, son diferentes expresiones de la misma sustancia básica. Esta idea era tan insólita que para muchos resultaba incomprensible. Plutarco se quejó de que Anaximandro no concretó si uno de los elementos de su infinito era agua, tierra, aire o fuego. Pero precisamente este carácter de la teoría fue lo que hizo época.

Anaxímenes

El último del gran trío de materialistas jonios fue Anaxímenes (585-528 a. C.). Se dice que nació cuando Tales “florecía” y “floreció” cuando Tales moría.

Más joven que Anaximandro, a diferencia de este último e igual que Tales, tomó un solo elemento -el aire- como la sustancia absoluta, de la que todo procedía y a la que todo se reducía. El uso de la palabra “aire” (aer) por Anaxímenes, difiere sustancialmente del uso moderno de la palabra. Anaxímenes incluía el vapor, la bruma e incluso la oscuridad. Muchos traductores prefieren utilizar la palabra “bruma”.

A primera vista esta idea podría parecer un paso atrás en comparación con la concepción general de la materia propuesta por Anaximandro, pero su visión de la materia dio un paso adelante más.

Anaxímenes intentó demostrar que el “aire” era la sustancia universal que se transformaba mediante un proceso al que denominó enrarificación o condensación.

Cuando el aire se enrarece se convierte en fuego y cuando se condensa se convierte en viento. Una nueva condensación producirá las nubes, la tierra y las piedras. Si comparamos su concepción del universo con la de Anaximandro, ésta es inferior (por ejemplo pensaba que el mundo tenía forma de tabla), sin embargo su filosofía representaba un paso adelante por que intentaba ir más allá de la afirmación general de la naturaleza de la materia.

Intentó dar una determinación más precisa, no sólo cualitativa, también cuantitativamente, a través del proceso de enrarificación y condensación:

“Observad esta sucesión de pensadores, con su lógica, el aluvión de ideas, el poder de abstracción, la forma en que se enfrentan a los problemas. Cuando Tales redujo las distintas apariencias de las cosas a un Primer Principio, fue un gran paso adelante en el pensamiento humano.

“Otro gran avance fue la elección de Anaximandro, no eligió como Primer Principio una forma visible como el agua, eligió un concepto: lo Indeterminado. Pero esta teoría no satisfacía a Anaxímenes. Anaximandro para explicar la forma en que emergían todas las cosas a partir de lo Indeterminado, utilizó una sencilla metáfora. Se trataba de un proceso de ‘clasificación’. Anaxímenes creía que era necesario algo más y fue más allá con las ideas complementarias de enrarificación y condensación, porque éstas podían explicar la transformación de los cambios cuantitativos en cambios cualitativos”. (B. Farrington, op. cit. p. 39).

Debido al nivel tecnológico de la época era imposible para Anaxímenes caracterizar con más precisión el fenómeno en cuestión. Es fácil señalar ahora los fallos e incluso los puntos absurdos de sus ideas, pero hacerlo sería un error.

No se puede culpar a los primeros filósofos griegos de no esbozar con más detalle el mundo, para ello hubo que esperar dos mil años y todo gracias al avance económico, tecnológico y científico. Estos grandes pioneros del pensamiento humano prestaron un servicio inestimable a la humanidad, la permitieron escapar de las antiguas costumbres de la superstición religiosa y de esta forma, crear las bases sin las que habría sido impensable todo el avance científico y cultural de la humanidad.

La visión general del universo y la naturaleza, elaborada por estos grandes y revolucionarios pensadores, en muchos aspectos se acercaban a la realidad. El problema residía en que debido al nivel de desarrollo de la producción y la tecnología, no tenían los medios necesarios para demostrar sus hipótesis y dotarlas de una base sólida. Se adelantaron a muchas cosas que sólo la pudo demostrar la ciencia moderna, porque requerían un mayor desarrollo de la ciencia y la técnica. Para Anaxímenes el “aire”, es sólo la taquigrafía de la materia, su forma más simple y básica. Como señala Erwin Schrsdinger, uno de los fundadores de la física moderna:

“El dijo que había conseguido disociar el gas hidrógeno y no estaría muy alejado de nuestra visión actual”. (A. R. Burn, p. 131).

Los primeros filósofos jonios de la naturaleza con total seguridad llegaron tan lejos como pudieron en su explicación del funcionamiento de la naturaleza, y lo hicieron a través de la razón especulativa. Hicieron grandes generalizaciones, encaminadas en la dirección correcta. Pero para seguir avanzando era necesario examinar las cosas con mas detalle, analizar la naturaleza trozo a trozo. Aristóteles y los pensadores griegos alejandrinos lo hicieron más tarde. Una parte importante de su tarea fue considerar la naturaleza desde un punto de vista cuantitativo, y aquí, los filósofos Pitagóricos jugaron sin duda un papel decisivo.

Anaxímenes ya se había encaminado en esta dirección, intentó explicar la relación entre los cambios de cantidad a calidad en el seno de la naturaleza (enrarificación y condensación). Pero este método ya había alcanzado y agotado sus límites:

“El triunfo de la escuela Jónica original consistió en que llegó a trazar un cuadro de cómo había llegado a existir el universo y, de su funcionamiento, sin la intervención de los dioses o el destino. Su debilidad básica fue su vaguedad y carácter puramente descriptivo y cualitativo. No podía conducir por sí mismo a ninguna parte ni podía hacerse con él nada concreto. Para ello era necesario la introducción del número y la cantidad”. (J. D. Bernal. Historia Social de la Ciencia. Barcelona. Ediciones península, 1989. p. 149).

 

Del materialismo al idealismo

El período de auge de la antigua filosofía griega se caracterizó por una profunda crisis en la sociedad, y se destacó por el cuestionamiento general de las antiguas creencias, incluida la religión. La crisis de las creencias religiosas provocó el auge de las tendencias ateas, y el surgimiento de un punto de vista genuinamente científico basado en el materialismo. Sin embargo, como siempre ocurre en la sociedad, el proceso tuvo un carácter contradictorio. Junto a las tendencias racionalistas y científicas coexistía la tendencia contraria, una tendencia hacia el misticismo y la irracionalidad. En los tiempos de crisis de la sociedad romana ocurrió un fenómeno similar, durante el último período de la República se diseminaron rápidamente las religiones orientales, y una entre muchas fue el cristianismo.

Las masas de campesinos y esclavos vivían tiempos de crisis social y los dioses del Olimpo parecían algo lejanos. Esta era una religión para las clases superiores. En la otra vida no existía perspectiva de una recompensa futura al sufrimiento terrenal. El inframundo griego era un lugar triste, habitado por almas muertas. Los nuevos cultos, con su mimético baile y su canción coral (el origen real de la tragedia griega), sus misterios (el verbo “myo” significaba mantener la boca cerrada), la promesa de vida después de la muerte, todo esto era más atractivo para las masas. El culto a Dionisio era muy popular, era el dios del vino (Baco para los romanos) y su culto incluía orgías de bebida, evidentemente resultaba más atractivo que los antiguos dioses de Olimpia.

Como ocurrió en el período de declive del Imperio Romano, y como ocurre en el período actual de declive capitalista, se extendieron todo tipo de cultos misteriosos, mezclados con los nuevos ritos exóticos importados de Tracia, Asia Menor y probablemente de Egipto. El culto a Orfeo adquirió bastante importancia, era un culto más sofisticado que Dionisio, con muchos puntos en común con el movimiento pitagórico, ambos creían en la transmigración de las almas. Tenían ritos de purificación, incluyendo el ayuno excepto para propósitos sacramentales. Su visión del hombre era dualista: “el desdoblamiento del cuerpo y del alma”, creían que el hombre se dividía en cielo y tierra.

Estas ideas eran tan similares a las doctrinas pitagóricas que algunos autores como Bury, mantienen que los pitagóricos en realidad eran una rama del movimiento órfico. Sin duda es una exageración. A pesar de sus elementos místicos, la escuela pitagórica contribuyó de manera importante al desarrollo del pensamiento humano, en especial a las matemáticas. No se puede descartar que fueran una secta religiosa, sin embargo, es imposible oponerse a la conclusión de que las concepciones idealistas del pitagorismo no son sólo eco de una perspectiva religiosa del mundo, sino que son consecuencia de ella.

Bertrand Russell esboza el desarrollo del idealismo y respalda el misticismo de la religión órfica.

“El pitagorismo fue un movimiento de reforma dentro del orfismo, el orfismo a su vez, una reforma de la adoración a Dionisio. Los elementos órficos de Pitágoras entraron en la filosofía de Platón, y después de Platón entraron en la filosofía con un grado religioso”. (B. Russell. Op. Cit.).

La división entre el trabajo mental y manual alcanza su extrema expresión con la extensión de la esclavitud. Este fenómeno estaba relacionado directamente con la expansión del orfismo. La esclavitud es una forma extrema de alienación, bajo el capitalismo, el trabajador “libre” se aliena de su fuerza de trabajo, y ante él existía una fuerza separada y hostil -el Capital-. Sin embargo, en la esclavitud el esclavo pierde su propia existencia como ser humano. No es nada, no es persona, sólo una “herramienta sin voz”. El producto de su trabajo, cuerpo, mente y alma son propiedad de otro que dispone de él sin tener en cuenta sus deseos. Los deseos insatisfechos del esclavo, su extrema alienación del mundo y de él mismo, hacen que aparezca un sentimiento de rechazo hacia el mundo y todos sus mecanismos. El mundo material es malo. La vida es un valle de lágrimas, la felicidad y la liberación del duro trabajo sólo se encuentran en la muerte. El alma se libera de su prisión corporal y se libera.

En todos los períodos de declive social, los hombres y las mujeres tienen dos opciones: se enfrentan a la realidad y luchan por transformarla o aceptan que no hay salida y se resignan ante su destino. Estas dos perspectivas contrapuestas son el reflejo inevitable de dos filosofías antagónicas: el materialismo y el idealismo. Si deseamos cambiar el mundo, es necesario comprenderlo. Debemos mirar a la realidad, el alegre optimismo de los primeros materialistas griegos era característico de esta visión del mundo.

Primero querían conocer para después transformarlo todo. La ruptura del viejo orden, el surgimiento de la esclavitud y un sentido general de inseguridad llevaron al pesimismo y la introversión. Ante la ausencia de una alternativa clara, ganó terreno la tendencia a buscar una salida fuera de la realidad y a buscar la salvación individual en el misticismo. Las clases más bajas fijaron la vista en los cultos misteriosos, Demeter, dios del trigo, Dionisio, dios del vino, y más tarde el culto a Orfeo. Las clases superiores tampoco eran inmunes a los problemas de la época. Eran períodos agitados, las ciudades prósperas se podían ver reducidas a cenizas de la noche a la mañana y sus ciudadanos asesinados o vendidos como esclavos.

La ciudad de Síbaris era una poderosa rival comercial de Crotona y era reconocida por su lujo y abundancia. Las clases más altas poseían tanta riqueza que se narraban todo tipo grandes historias sobre el estilo de vida de los “sibaritas”. Un ejemplo típico era aquel joven sibarita que al acostarse se quejó porque un pétalo de rosa le arrugaba la cama. Se decía que conducían el vino desde el muelle a través de cañerías. Dejando a un lado el elemento de exageración, está claro que era una ciudad muy próspera donde los ricos vivían una vida de gran lujo. Sin embargo, el aumento de las desigualdades sociales provocó una feroz lucha de clases.

Fue un período en el que se intensificó enormemente la división del trabajo, acompañada por el rápido crecimiento de la esclavitud y el abismo cada vez mayor entre ricos y pobres. Los barrios industriales y residenciales estaban separados. Pero los altos muros y los guardas no salvaron a los ricos ciudadanos de Síbaris. Como en otras ciudades-estado, estalló una revolución, el “tirano” Telys, llegó al poder con el apoyo de las masas. Esto daría a Crotona la excusa para declarar la guerra a su rival, en un momento en que ésta se encontraba debilitada por las divisiones internas, después de setenta días de campañas la ciudad cayó en sus manos.

“La destruyeron totalmente, cambiando el curso del río, mientras los supervivientes se dispersaban, en su mayor parte hacia la costa oriental. La barbarie de esta guerra es más fácil comprenderla cuando se ve como una guerra de clases”. (A. R. Burn. Op. cit.).

Es en este contexto, donde debemos situar el ascenso de la escuela pitagórica de filosofía. Como en el período de declive del Imperio Romano, un sector de la clase dominante era presa de un sentimiento de ansiedad, temor y perplejidad. Los antiguos dioses no ofrecían consuelo o esperanza de distribución, tanto al rico como al pobre. Incluso las cosas buenas de la vida perdían parte de su atractivo para los hombres y mujeres que se veían sentados al borde del abismo. En estas condiciones de inseguridad general, donde los estados más fuertes y prósperos podían caer derrocados en un breve espacio de tiempo, las doctrinas de Pitágoras sintonizaron con un sector de la clase dominante, a pesar de su carácter ascético o quizá debido al mismo. La naturaleza esotérica o intelectual de este movimiento no tenía atractivo para las masas que seguían ampliamente el culto Orfico.

La escuela de Pitágoras

Es más acertado hablar de la escuela antes que de su fundador, porque es difícil desenmarañar la filosofía de Pitágoras de los mitos y oscurantismo de sus seguidores. No han perdurado fragmentos escritos por él, incluso se duda de la propia existencia de Pitágoras. A pesar de todo su escuela caló profundamente en el pensamiento griego.

Se dice que Pitágoras era originario de la isla de Samos, una próspera potencia comercial similar a Miletos. Polícrates, su dictador local (“tirano”), derrocó a la aristocracia agrícola y gobernaba con el apoyo de la clase comercial.

El historiador Herodotos decía de él que robaba indiscriminadamente a todos los hombres y que sus amigos le estaban muy agradecido si les devolvía la propiedad que les había robado. Parece ser que en su juventud Pitágoras trabajó como un Ohilo-Sophos (amante de la sabiduría) bajo el mecenazgo de Polícrates. Viajó a Egipto, donde parece ser se inició en una casta sacerdotal egipcia. En el año 530 a. C., huyó a Crotona, en el sur de Italia, para escapar de la lucha civil y la amenaza de los persas en Jonia.

La exuberancia del mito y la fábula hacen casi imposible decir con certeza algo sobre el hombre. Su escuela fue una extraordinaria mezcla de investigación matemática y científica, y de secta religioso-monástica. La comunidad se regía con normas monásticas, con estrictas reglas que incluían entre otras cosas no comer alubias; no recoger lo que se había caído; no remover el fuego con hierro; no pasar sobre un travesaño, etc., La meta era escapar del mundo, buscar la salvación en una vida pacífica dedicada a la contemplación basada en las matemáticas, a éstas últimas los pitagóricos las atribuían cualidades místicas. Probablemente tuviesen influencias orientales ya que los pitagóricos también creían en la transmigración de las almas.

En contraste con la alegre mundanería de los materialistas jonios, en los pitagóricos encontramos todos los elementos de la visión idealista del mundo que posteriormente desarrolló Platón, posteriormente apropiada por la Cristiandad y que paralizó durante muchos siglos el desarrollo del espíritu de investigación científica.

El espíritu de esta ideología lo expresa acertadamente B. Russell:

“Somos extraños en este mundo, el cuerpo es la tumba del alma, y sin embargo, no debemos intentar escaparnos por el suicidio: porque somos rebaño de Dios que es nuestro pastor, y sin su mandato no tenemos derecho a desaparecer. En esta vida, hay tres clases de hombres, lo mismo que hay tres clases de personas que van a los Juegos Olímpicos. La más baja es la que va a comprar y vender, la segunda la que va a tomar parte de la competencia. Pero los mejores son los que solamente van a contemplar. La mas grande purificación es por tanto la ciencia desinteresada, y el hombre que se dedica a ella, el verdadero filósofo, el que se libera más eficazmente de la “rueda del nacimiento”. (Russell, op. Cit. P. 70).

Esta filosofía, con sus fuertes tonos elitistas y monásticos, tuvo mucha influencia entre las clases ricas de Crotona, aunque no renunciaron a comer alubias u otras cosas. El hilo común es la separación radical del alma y el cuerpo. Esta idea hunde sus raíces en una concepción prehistórica del lugar que ocupa el hombre en la naturaleza, y a lo largo de la historia ha presentado diferentes formas. Volvió a resurgir en uno los tratados hipocráticos:

“Cuando el cuerpo está despierto, el alma no es su propia señora, sino que sirve al cuerpo, su atención se divide entre los diferentes sentidos corporales, ‘vista, oído, tacto, despertar y todas las acciones corporales’, que privan a la mente de su independencia. Pero cuando el cuerpo está en reposo, el alma despierta, se agita y mantiene su propia casa y realiza por sí misma todas las actividades del cuerpo. En el sueño, el cuerpo no siente, pero el alma despierta sabe todo, ve lo que tiene que ser visto, oye lo que tiene que ser oído, anda, toca, se aflige, recuerda, en una palabra, todas las funciones del cuerpo y del alma, del mismo modo que el alma las interpreta en el sueño. Por lo tanto, aquel que sabe interpretarlo es muy sabio”.

En contraste con los filósofos materialistas jonios que volvieron la espalda, deliberadamente, a la religión y la mitología, los pitagóricos tomaron la idea del misterioso culto órfico, éste creía que el alma podría liberarse del cuerpo a través del “éxtasis” (la palabra ektasis significa “apartarse”). Sólo cuando el alma deja la prisión corporal puede expresar su verdadera naturaleza. La muerte era vida y la vida era muerte. Desde su principio el idealismo filosófico, junto con su gemela, la religión, representó una retroversión de la verdadera relación entre el pensamiento y el ser, el hombre y la naturaleza, las personas y las cosas, retroversión que ha persistido hasta la actualidad, de una forma u otra, con resultados muy perniciosos.

La doctrina pitagórica

A pesar de su carácter místico, la doctrina pitagórica supone un paso adelante en el desarrollo de la filosofía. No nos debe extrañar. En la evolución del pensamiento humano hay muchos ejemplos de la búsqueda de metas irracionales y acientíficas que han hecho avanzar la causa de la ciencia. Durante siglos los alquimistas se esforzaron, infructuosamente, en descubrir la “piedra filosofal”. Esta busqueda terminó en fracaso, sin embargo, en este proceso consiguieron hacer descubrimientos muy importantes, sobre todo en el terreno de la experimentación, sentarían las bases para el posterior desarrollo de la ciencia moderna y, en especial, la química.

La tendencia filosófica jonia estuvo caracterizada por el intento de generalizar a partir de la experiencia del mundo real. Pitágoras y sus seguidores intentaron comprender la naturaleza de las cosas a través de un camino diferente. Schwegler lo relata de la siguiente forma:

“Nos encontramos ante la misma abstracción, pero a un nivel superior, cuando se aparta la mirada de la concreción sensorial de la materia; cuando la atención ya no está en el aspecto cualitativo de la materia, como el agua, aire, etc., sino en su medida y relaciones cuantitativas; cuando la reflexión no se dirige a lo material, sino la forma y el orden que ocupan las cosas en el espacio”. (Schwegler, History of Philosophy. P. 11).

El progreso del pensamiento humano está estrechamente ligado a la capacidad de hacer abstracciones de la realidad, a la capacidad de extraer conclusiones a partir de una multitud de detalles. La realidad tiene muchas caras, y por tanto es posible interpretarla de muchas formas diferentes, reflejando éste o aquél elemento de la verdad. En la historia de la filosofía hemos visto con mucha frecuencia a grandes pensadores que se han aferrado a un solo aspecto de la realidad, lo han elevado al rango de verdad absoluta y final y sólo consigue desaparecer con la siguiente generación de pensadores, quienes a su vez repiten el mismo proceso. Sin embargo, el auge o declive de las grandes escuelas filosóficas y teorías científicas representa el desarrollo y enriquecimiento del pensamiento humano a través de un proceso interminable de aproximaciones sucesivas.

Los pitagóricos se acercaban al mundo desde el punto de vista del número y de las relaciones cuantitativas. Para Pitágoras “todas las cosas son números”. Esta idea estaba ligada a la búsqueda de la armonía subyacente del universo.

Creían que el número era el elemento a través del cual se desarrollaban todas las cosas. A pesar del elemento místico, lograron descubrimientos importantes que estimularon el desarrollo de las matemáticas, y en especial, el desarrollo de la geometría. Inventaron el término impar, los números impares podían incluso ser masculinos y femeninos. Las mujeres no eran admitidas en la comunidad, debido a la naturaleza de los números impares les confirieron un carácter divino e incluso existían número ¡terrenales! De los pitagóricos también proceden el cuadrado y el cubo de los números, descubrieron la progresión armónica de la escala musical, el largo de una cuerda y el tono de su nota vibrante.

Los pitagóricos no pusieron en práctica sus ideas, sólo estaban interesados en lo puramente geométrico, abstracto y místico. Aún así, tuvieron una gran influencia en el pensamiento filosófico posterior. La mística de las matemáticas es similar a una materia esotérica, inaccesible para los mortales corrientes, y ha perdurado hasta nuestros días. Se transmitió a través de la filosofía de Platón, quien a la entrada de su escuela puso la siguiente inscripción: “Nadie que ignore la geometría puede entrar aquí”.

“’La cosmología de los Pitagóricos’, escribe el profesor Farrington, ‘es muy curiosa e importante. Al contrario que los jonios, trataron de describir el universo en términos del comportamiento de determinados elementos materiales y procesos físicos. Lo describieron casi exclusivamente en términos numéricos. Los números constituían la parte fundamental de la que estaba compuesta su mundo. Llamaron al punto Uno, a la línea Dos, a la superficie Tres y al sólido Cuatro, según el número mínimo de puntos necesario para definir cada una de estas dimensiones”.

“Incluso en las matemáticas es muy evidente el elemento místico. Los pitagóricos relacionaban la inmortalidad del alma con las eternas formas de los números, atribuyéndole particularmente al número 10 = 1 + 2 + 3 + 4. El universo, según ellos, está hecho solamente de números. Esta forma de idealismo extremado se relaciona con la magia cabalística de los números, invocada todavía en la trinidad, los cuatro evangelistas, los siete pecados capitales y el número de la bestia apocalíptica. También está patente en la moderna física matemática cuando sus adeptos intentan hacer de Dios el matemático supremo” (J. D. Bernal, Op. Cit.pág. 151).

La historia de la ciencia se caracteriza por un feroz partidismo que a veces raya el fanatismo, en muchas ocasiones se ha visto en la defensa de escuelas de pensamiento, a las que se presentan como portadoras de la verdad absoluta y la cima del conocimiento humano hasta ese momento. Sólo el desarrollo de la propia ciencia puede revelar las limitaciones y contradicciones internas de una teoría determinada, negada después por su contraria, a su vez negada otra vez, y así en una sucesión infinita. Este proceso es precisamente la dialéctica de la historia de la ciencia, que durante siglos caminó al unísono con la historia de la filosofía, y al principio, en la práctica, a penas se diferenciaban.

Todas las cosas son números

El desarrollo del aspecto cuantitativo de la investigación natural tuvo sin duda una importancia crucial. Sin él, la ciencia habría seguido hundida en meras generalidades y no habría podido avanzar más. Cada vez que consigue dar un paso adelante aparece una tendencia inevitable a lanzar proclamas exageradas en nombre de ella. Sobre todo allí donde la ciencia aún se entremezclaba con la religión.

Los pitagóricos veían en el número “relaciones cuantitativas” y la esencia de todas las cosas. “Todas las cosas son números”. Es verdad que es posible explicar muchos fenómenos naturales en términos matemáticos. Pero incluso los modelos matemáticos más avanzados son sólo aproximaciones al mundo real. Ya hace tiempo que es evidente la insuficiencia de este tipo de aproximación cuantitativa. Hegel era un idealista convencido y un matemático formidable, por lo tanto, se podría haber esperado de él entusiasmo hacia la escuela pitagórica, pero ocurrió todo lo contrario. Hegel despreciaba el hecho de reducir el mundo a simples relaciones cuantitativas.

Desde los tiempos de Pitágoras se han hecho las afirmaciones más extravagantes en nombre de las matemáticas, se las presentan como la reina de las ciencias, la llave mágica que abre todas las puertas del universo. Liberadas de todo contacto con la tosca realidad material, las matemáticas parece que se elevaran a los cielos y allí adquirieran una existencia cuasi divina, sin obedecer a ninguna regla, salvo a sí mismas. El gran matemático Henri Poincar, en los primeros años de este siglo, decía que las leyes de la ciencia no guardaban relación con el mundo real, que representaban convenciones arbitrarias destinadas a describir un fenómeno determinado de la forma más conveniente y “útil”. Ahora muchos físicos afirman abiertamente que la validez de sus modelos matemáticos no dependen de la verificación empírica, sino de las cualidades estéticas de sus ecuaciones.

Las teorías matemáticas, por un lado, fueron fuente de tremendos avances científicos y por otro, origen de numerosos errores y malinterpretaciones que han tenido, y tienen, consecuencias profundamente negativas. El error fundamental es intentar reducir el funcionamiento complejo, dinámico y contradictorio de la naturaleza a algo estático, a simples y ordenadas fórmulas cuantitativas. Empezando por los pitagóricos, se presenta a la naturaleza de una manera formalista, como un punto unidimensional que se convierte en línea, que se convierte en un plano, un cubo, una esfera, etc. A simple vista, el mundo de las matemáticas puras es un pensamiento absoluto, sin ningún contacto con las cosas materiales. Pero como señaló Engels, esta presunción está muy alejada de la realidad. Utilizamos el sistema decimal, no por una deducción lógica o por la “libre voluntad”, sino porque tenemos diez dedos. La palabra “digital” proviene de la palabra latina que designa a los dedos. Hoy en día, un escolar contará en secreto con sus dedos materiales por debajo del pupitre, antes de llegar a la respuesta de un problema matemático abstracto. El niño inconscientemente refleja la forma en que los primeros humanos aprendieron a contar.

Los orígenes materiales de las abstracciones matemáticas no eran un secreto para Aristóteles:

“Los matemáticos investigan abstracciones. Eliminan todas las cualidades razonables como el peso, la densidad, la temperatura, etc., dejan sólo las cualidades cuantitativas (una, dos ó tres dimensiones) y sus atributos esenciales (...) Los objetos matemáticos no pueden existir aparte de las cosas sensibles (por ejemplo lo material) (...). No tenemos experiencia de nada que consista en líneas, planos o puntos, y deberíamos tenerlas si estas cosas fueran sustancias materiales, líneas, etc., Podría ser importante una definición para el cuerpo, pero no tan importante como para la sustancia”. (Aristóteles. Metafísica. Madrid. Espasa Calpe. 1979. p. 120-251-253)

El desarrollo de las matemáticas es el resultado de las propias necesidades materiales humanas. El primer hombre al principio tenía sólo diez números, precisamente porque contaba, como lo hace un niño pequeño con sus dedos. La excepción fueron los mayas de América Central que tenían un sistema numérico basado en el veinte y no en el diez, con toda probabilidad esto se debía a que contaban con los dedos del pie y la mano. El primer hombre, vivía en una sociedad cazadora y recolectora, sin dinero o propiedad privada, no tenía necesidad de grandes números. Para expresar un número mayor que diez, simplemente combinaba algunos de los diez sonidos relacionados con sus dedos. De esta forma, uno más que diez es expresado por “uno-diez”, (undécimo en Latín o ein-lifon en teutónico), se convierte en once en el inglés moderno. Los demás números son sólo combinaciones de los diez sonidos originales, con la excepción de cinco añadidos: cien, mil, millón, billón y trillón.

El gran filósofo materialista inglés del siglo XVII, Thomas Hobbes, comprendió el auténtico origen de los números: “Hubo un tiempo en que no se utilizaban los nombres de los números, y los hombres utilizaban los dedos de una o de ambas manos para contar aquellas cosas de las que deseaban llevar la cuenta, ahora en cualquier país nuestras palabras numerales son diez y en algunos cinco”. (Hobbes. Del ciudadano y Leviatán. Madrid. Editorial Tecnos. 1999. p. 14. ).

“Sólo porque el hombre primitivo inventó el mismo número de sonidos numerales como dedos tenía su mano, hoy nuestra escala numeral es decimal, es decir, una escala basada en diez, y que consiste en repeticiones interminables de los primeros diez sonidos básicos numerales. Si los hombres hubieran tenido doce dedos, en vez de diez, sin duda tendríamos hoy una escala numeral dúodecimal, basada en el doce, y consistente en repeticiones interminables de los doce sonidos numerales básicos”. (A. Hooper. Makers of Mathematics. p. 4- 5. En la edición inglesa).

El sistema duodecimal tiene ciertas ventajas en comparación con el decimal, ya que diez sólo puede ser dividido exactamente entre dos y cinco, mientras el doce puede ser dividido exactamente entre dos, tres, cuatro y seis.

Los números romanos son representaciones pictóricas de los dedos. Probablemente el símbolo del cinco represente el hueco entre el pulgar y el resto de los dedos. La palabra “cálculo” (de la que deriva “calcular”) significa en latín, “guijarro”, está relacionada con el método de contar abalorios de piedra en un ábaco. Estos y otros incontables ejemplos sirven para ilustrar que las matemáticas no derivan de una operación de la mente humana, sino que es el producto de un largo proceso de evolución social -tantear, observar y experimentar-, que poco a poco se va separando como un cuerpo independiente del conocimiento y adquiere un carácter abstracto.

Del mismo modo, nuestros sistemas actuales de peso y medida derivan de objetos materiales. El origen de la unidad inglesa de medida, “pie”, es evidente, igual que la palabra española “pulgada”, que significa un pulgar. El origen de los símbolos matemáticos más básicos + y – no tienen nada que ver con las matemáticas, eran los signos utilizados en la Edad Media por los comerciantes para calcular el exceso o defecto de cantidades de mercancías en los almacenes.

La necesidad de construir viviendas para protegerse de los elementos obligó al hombre primitivo a encontrar la manera mejor y más práctica de cortar madera, y con ello el descubrimiento del ángulo recto y la escuadra de carpintero. La necesidad de construir una casa a nivel del suelo llevó a la invención de todo tipo de instrumentos de nivelado y que se han encontrado en las tumbas egipcias y romanas, y que consistían en tres piezas de madera unidas en un triángulo isósceles con una cuerda atada al vértice. Estas simples herramientas fueron utilizadas en la construcción de las pirámides. Los sacerdotes egipcios acumularon una gran cantidad de conocimiento derivado de la práctica.

La palabra “geometría” delata también sus orígenes prácticos. Significa “medida de la tierra”. La virtud de los griegos fue proporcionar una expresión teórica a estos descubrimientos. Pero al presentar sus teoremas como un producto puro de la deducción lógica, se engañaron a sí mismos y también a las futuras generaciones.

Las matemáticas surgen de la realidad material, y si éste no fuera el caso no tendrían aplicación. Incluso el famoso teorema de Pitágoras, conocido por cualquier escolar, en el triángulo rectángulo, la suma de los cuadrados de los dos catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa, este teorema fue puesto en práctica por los egipcios.

Los pitagóricos rompieron con la tradición materialista jonia que generalizaba a partir de la experiencia del mundo real, los pitagóricos afirmaban que las más altas verdades de las matemáticas no podían derivar del mundo de la experiencia sensorial, sino sólo del trabajo de la razón pura, a través de la deducción. Empezando por ciertos puntos fundamentales, que hay que tomarlos por verdad, el filósofo razonaba a través de una serie de etapas lógicas hasta llegar a una conclusión, utilizando sólo hechos que están de acuerdo con los primeros principios, o que se deriven de ellos. Esto era conocido como razonamiento a priori, de la frase latina que significa: “lo que viene primero”.

Utilizando la deducción y el razonamiento a priori, los pitagóricos intentaron establecer un modelo de universo basado en las formas perfectas y gobernado por la armonía divina. El problema es que las formas del mundo real son cualquier cosa menos perfectas. Por ejemplo, pensaban que los cuerpos celestiales eran esferas perfectas que se movían en círculos perfectos. Esto fue un avance revolucionario para su tiempo, pero ninguna de estas afirmaciones era correcta. El intento de imponer una armonía perfecta al universo, y de esta forma liberarlo de la contradicción, colapsó incluso en términos matemáticos. Las contradicciones internas comenzaron a salir a la superficie y llevaron la escuela pitagórica a la crisis.

A mediados del siglo V, Hipio de Metapontum, descubrió que las relaciones cuantitativas entre el lado y la diagonal de figuras simples, como el cuadrado y el pentágono regular no se podían medir, es decir, no se pueden expresar como una razón de un número, no importa lo grande que sea. La raíz cuadrada de dos no se puede expresar en ningún número. Es lo que los matemáticos llaman número irracional. Este descubrimiento hundió la teoría en la confusión. Hiterto, el pitagórico, pensaba que el mundo estaba construido por puntos con magnitud. Aunque no era posible decir de cuantos puntos constaba una línea determinada, si suponía que era un número finito. Ahora bien, si la diagonal y el lado son inconmensurables, entonces las líneas son divisibles infinitamente y los pequeños puntos de los que está formado el universo no existen.

Desde este momento, la escuela pitagórica entró en declive. Se dividió en dos facciones rivales, uno de las cuales se hundió en las especulaciones matemáticas más oscuras, la otra intentó superar la contradicción mediante ingeniosas innovaciones matemáticas que establecieron las bases para el desarrollo de las ciencias cuantitativas.

Fuente: Militante (México)

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