Sarkozy fue derrotado. El candidato socialista obtuvo el 51,62% de los votos emitidos. Pero este resultado general oculta la verdadera magnitud del rechazo a Sarkozy y a la derecha. En casi todas las ciudades importantes de Francia, incluso en aquéllas que se encuentran en los departamentos marcados por el conservadurismo, el resultado de Hollande estuvo muy por encima del resultado nacional.
Citemos los casos de Estrasburgo (55%), Reims (53%), Chartres (52%) o Cherburgo (60%). Una amplia mayoría de los trabajadores votaron por la izquierda. Lo mismo entre los votantes de 18 a 55 años. Las reservas sociales de la derecha residen esencialmente en las casas de los ricos, en las de quienes viven de la explotación de otros, en las de las personas ancianas, en las zonas rurales y, más generalmente, en las aguas estancadas de la sociedad. Las ciudades, los trabajadores, la juventud - todas las fuerzas vivas del país, en una palabra - rechazaron abrumadoramente a Sarkozy y su política reaccionaria.
Esta victoria marca una nueva etapa en la historia del país. La derrota de Sarkozy es una muy buena cosa. Ahora debemos ganar la batalla de las elecciones legislativas. Debemos revertir la mayoría de la derecha en la Asamblea Nacional y elegir el máximo posible de diputados del Frente de Izquierda. Pero no perdamos de vista que Sarkozy era el representante más prominente de una clase y de un sistema. Sarkozy, sus ideas reaccionarias y racistas, su odio y desprecio por la clase obrera, sus ataques contra los servicios públicos y contra todas las conquistas sociales del pasado, contra las jubilaciones, y contra de los derechos sindicales, no fueron más que la traducción ideológica y política de los intereses de la clase capitalista. Esta clase sigue todavía en el poder. El sistema sigue intacto. Si cambiamos la composición del gobierno, sin tocar los fundamentos de este sistema, será imposible acabar con la regresión social.
Las escenas de júbilo en la Bastilla y en todo el país son comprensibles. Todos estamos contentos con la derrota de Sarkozy. Pero, ¿qué pasará con la política del nuevo gobierno? Hollande nos asegura que será el presidente de la igualdad y de la justicia. Se comprometió a "poner fin a los privilegios." Pero, al mismo tiempo, declaró sin rodeos que "los mercados" - es decir, los intereses capitalistas, no tienen nada que temer de su presidencia. Estas declaraciones son un tanto contradictorias. Nadie puede servir a dos amos. Su victoria fue comparada - por Hollande mismo y muchos otros - con la que llevó a Mitterrand al poder el 10 de mayo de 1981. Pero esta experiencia nos enseña sobre todo que un gobierno que limita su acción a lo que está conforme con los intereses de los capitalistas se verá obligado, por la fuerza de las circunstancias, a la adopción de una política de regresión social. Esto es lo que determina la ley de la ganancia capitalista. Aceptar el capitalismo es aceptar las leyes que rigen su funcionamiento. Las esperanzas puestas en Hollande por quienes lo han llevado al poder serán rápidamente disipadas. La capitulación del gobierno "socialista" a los intereses capitalistas no atenuará la hostilidad de la derecha en su contra. Pero ella le hará perder, al mismo tiempo, su propia base social.
De ahí la necesidad urgente de construir una alternativa revolucionaria a la política de Hollande. Para el PCF y sus aliados en el Frente de Izquierda, el origen de la crisis radica en el sistema capitalista. Por lo tanto, es necesario completar nuestro programa para reflejar esta realidad y llamar la atención de los trabajadores sobre la necesidad de romper el poder de los bancos, de poner fin a la influencia de los capitalistas en la economía y de proceder a la construcción de una República Socialista.
Fuente: La Riposte (Francia)