Elecciones presidenciales de Perú: la victoria de Humala en la primera vuelta es un golpe a la oligarquía y al imperialismo

Las elecciones presidenciales del Perú abren paso al cambio político más importante en el país desde la caída de la dictadura de Fujimori en el año 2000. La profundidad del malestar social acumulado se ha expresado de forma que ninguno de los candidatos más confiables de la clase dominante (Kuczynski, Toledo, Castañeda) pasó a la segunda vuelta. A esto no es ajeno que todos los gobiernos que se sucedieron en estos años (Ramón Paniagua, Alejandro Toledo y Alan García) fueron un calco el uno del otro, adictos a los intereses de los grandes empresarios y terratenientes, y del imperialismo de EEUU.

Derrota de los candidatos de la oligarquía

Ollanta Humala, como en las anteriores elecciones del 2006, ganó en la primera vuelta con el 31,74 % de los votos y ha concitado el apoyo de amplias franjas de la clase obrera y del campesinado pobre. La candidata que le disputará la segunda vuelta, Keiko Fujimori, hija del exdictador Alberto Fujimori actualmente preso y condenado a 25 años de cárcel, quedó en segundo lugar con el 23,5%. Como su padre, Keiko es una aventurera sin principios apoyada por lo que se denomina “la mafia”, los elementos más corruptos de la clase dominante vinculados a los negociados del clan Fujimori-Montesinos de los años 90, que tejieron una amplia red clientelar entre los sectores más desclasados y lumpenizados de la sociedad. Su mensaje también prendió en sectores de la clase media, deslumbrados por la promesa de conseguir éxito y dinero fácil de la manera más inescrupulosa.

El capitalismo exitoso de Perú

Los comentaristas burgueses, y sus amos imperialistas, no encuentran explicación a lo sucedido. Se ufanaban diciendo que Perú era uno de los países más exitosos de América Latina, con un crecimiento anual de su PBI del 6% durante más de una década. El mismo gobierno de Alan García dibujaba estadísticas donde, aparentemente, todos los indicadores sociales referidos a la pobreza, el empleo, la salud, la vivienda, etc. mejoraban cada año. La realidad es que se creyeron sus propias mentiras.

Lo que siguió a la dictadura de Alberto Fujimori fue una profundización del saqueo y de la expoliación del país por las multinacionales extranjeras y la plutocracia local. Las grandes corporaciones mineras, petroleras, madereras, agroindustriales han avanzado todos estos años sobre el territorio de Perú como buitres despedazando su presa, con la participación de sus testaferros locales en la burguesía nacional y en el gobierno de Lima. Todo esto ha sido acompañado con una gran devastación medioambiental y la oposición de pobladores locales en las zonas rurales que ha llevado a numerosos conflictos sociales con decenas de muertos.

Pese a todo, hay que destacar un aspecto progresivo en el crecimiento económico del Perú en estos años y es el fortalecimiento de la clase obrera, particularmente del proletariado minero que se ha hecho sentir en luchas importantes.

Aun así, el 40% de la población vive en la pobreza, que supera el 60% en las zonas rurales. Pese a que la tasa oficial de desempleo es del 7%, la realidad es que la economía informal representa el 60% de la actividad económica y ocupa al 40% de la población económicamente activa. Y sólo el 20% de la población activa tiene acceso a un sistema de jubilaciones formal[1].

Las propias estadísticas oficiales, maquilladas convenientemente por el gobierno de Alan García, reconocen actualmente que el 50,4% de los niños de entre 6 meses y 3 años sufren de anemia, y que el 24% de los niños menores de 5 años padecen desnutrición crónica[2]. Sólo hace falta recorrer los barrios populares de Lima o asomarse a los cerros pedregosos que rodean la ciudad, donde se apiñan cientos de miles de personas con todo tipo de carencias de infraestructuras básicas, para hacerse una idea del dramático problema de la vivienda en los aglomerados urbanos.

Después de 10 años del capitalismo más exitoso de América Latina, la realidad es que la mayoría del pueblo peruano habita un país que no le pertenece. La pobreza golpea a la mayoría de la población, la mitad de los chicos están desnutridos, la mayoría de los trabajadores están sin derechos laborales y sin acceso a un sistema público de jubilaciones, la precariedad de la vivienda está extendida, y gran parte del campesinado pobre está acorralado por los grandes terratenientes y la depredación voraz de las corporaciones extranjeras. Esto es lo que el capitalismo, en el mejor de los mundos posibles, puede ofrecer al pueblo peruano.

La victoria de Humala

Desde el punto de vista social e ideológico Keiko Fujimori está más cercana a los candidatos burgueses. Pareciera entonces que las posibilidades de victoria de Humala asoman lejanas.

Sin embargo, para obtener un cuadro más preciso de la situación es necesario penetrar en la dialéctica profunda de la psicología de las masas trabajadoras, la aplastante mayoría de la población peruana.

Humala tuvo que enfrentar una campaña feroz de todos los medios de comunicación, oficiales y privados, tildándolo de marioneta del chavismo, y de poner en peligro el crecimiento económico con sus políticas estatistas. La clase dominante, guiada por su instinto de clase, mostró su miedo a que una victoria de Humala en estas elecciones presidenciales abriera una perspectiva de cambio profundo ante las masas trabajadoras que las arrojara activamente a la lucha social y política por transformar la sociedad, que pudiera empujar a Humala más allá de sus intenciones iniciales, una vez instalado en el gobierno. Y, no obstante, Humala fue el candidato más votado.

Algunos analistas burgueses culpan de ello a la división del voto en la derecha por la presentación a última hora de otro candidato, como el ex-presidente Alejandro Toledo, cuando ya la clase dominante disponía de dos candidatos confiables, el gringo Kuczynski – millonario y ex-ministro de economía de Toledo – y  Luis Castañeda. El APRA de Alan García ni siquiera presentó candidato a presidente, dado su descrédito. Pero, justamente, lo que se intentó con esta maniobra era presentar un candidato amable, con vínculos menos directos con la oligarquía, un cholo como Toledo al que aparentemente amaba todo el mundo, no para que compitiera con los candidatos burgueses sino para que compitiera con Humala a fin de arrebatarle la mayor cantidad de votos posible y garantizar la presencia de alguno de los candidatos de la oligarquía en la segunda vuelta. Así, durante la campaña electoral Toledo prometió “revolución integral de la educación y la salud como instrumentos para combatir la pobreza desde sus raíces rurales”, y construir lo que llamó una “democracia social de mercado, con rostro social”. Pero esta jugada infravaloraba la elevada conciencia política que han adquirido en estos años amplios sectores de la clase obrera, del campesinado pobre y de los sectores urbanos empobrecidos, que no guardan precisamente un buen recuerdo de la acción de gobierno del ex-presidente Toledo. Y aunque es indudable que una parte de estos sectores, los más retardatarios políticamente, votaron por Toledo – que quedó en cuarto lugar con el 15,63% de los votos – la mayoría de ellos lo harán ahora por Humala.

Tampoco contaban que para otro sector de la población, los políticos oficiales estaban tan desacreditados que mucha gente optó por apoyar a un personaje político “nuevo”, como Keiko Fujimori, que no está lastrada aún por el desprestigio de aquéllos.

Pero el amplio rechazo popular que suscita el recuerdo de la sangrienta y corrupta dictadura de Fujimori – en aquel momento apoyada por la oligarquía local y el imperialismo de EEUU – y las esperanzas abiertas en amplias capas de la población ante la posibilidad de un cambio real en sus condiciones de vida con un gobierno de Humala, sin dudas arrastrará también a una porción de votantes de los otros candidatos burgueses a votarlo a éste, fundamentalmente los de extracción popular y algunos sectores de clase media. De esta manera, la perspectiva de una victoria de Humala no sólo aparece posible sino incluso probable.

Maniobras de la burguesía alrededor de Humala

A esto debemos añadir que los sectores más inteligentes de la burguesía nacional – la oligarquía industrial, comercial y terrateniente – no tienen opciones. Es seguro que no tendrían nada que temer con un gobierno de Keiko Fujimori, que sería  una marioneta dócil de los intereses de los ricos. El problema es que un eventual gobierno neofujimorista, propenso a la profundización de la corrupción y de las políticas antisociales de los gobiernos precedentes, no tendría una base social de apoyo masiva ni estable. Se desprestigiaría rápidamente y podría poner a las masas trabajadoras en las calles antes de lo que quisieran, con demandas radicalizadas, haciendo inevitable de todos modos la llegada de Humala al poder.

Por eso, no es casualidad, que ahora un sector de la burguesía y de sus mercenarios políticos e intelectuales, como el propio Toledo y el mismísimo Mario Vargas Llosa, estén inclinándose por apoyar a Humala en la segunda vuelta. También es posible que Solidaridad Nacional de Luis Castañeda (que obtuvo el 9,8% de los votos) tome el mismo camino. Sus cálculos parten de que en la Cámara de Diputados hay 130 bancas, de las que Humala sólo posee 46; de esta manera Humala, pese a estar en el gobierno, estaría en minoría parlamentaria lo que lo obligaría a negociar, consensuar y limitar su agenda de gobierno. Lo que estos sectores pretenderán es que Humala lleve a cabo la política más favorable posible a sus intereses que un gobierno desnudo de la oligarquía no sería capaz de hacer de manera abierta.

La contradicción de Humala

Es verdad que Humala durante toda su campaña electoral ha tratado de mostrarse como un moderado y un “buen chico” ante los ojos de la burguesía. Marcó distancias con Chávez y declaró después de conocer los resultados de la primera vuelta que su primer objetivo sería lanzar un diálogo nacional y que para conseguirlo está dispuesto a hacer "muchas concesiones" (El País, 12/04/11). También declaró: “Vamos a mejorar las condiciones de inversión y vamos a resolver un grave problema que es la inestabilidad social (...) a través del diálogo y ello va a brindar seguridad a las inversiones" (Ibíd.)

Pero igualmente Humala esbozó durante la campaña electoral algunas de sus medidas de gobierno. Habló de “superar la pobreza extrema, la desocupación y la violencia”. Y se comprometió al pago de una pensión de jubilación a todos los mayores de 65 años, la elevación del salario mínimo, la reducción del precio del balón de gas -actualmente el más caro en América Latina-, la creación del Programa de Atención Médica Ambulatoria de Urgencia; la creación de un impuesto extra a las ganancias de las empresas mineras, y la “eliminación de formas de sobreexplotación y precariedad laboral”. También prometió una “revolución educativa” y un reparto plural de las frecuencias de la televisión digital. Por último, y no es menos importante, también defendió una reforma profunda de la Constitución actual que es la promulgada en su día por la dictadura fujimorista.

Aun cuando estas propuestas de Humala puedan parecerle a muchos extremadamente modestas, si se llevaran a la práctica supondría un cambio enorme, y un avance claro, en las condiciones de vida  de millones de trabajadores y campesinos peruanos.

Pero es, justamente, en estas propuestas modestas donde está el problema. Toda la experiencia histórica de los últimos años: particularmente en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina –que son los países latinoamericanos donde más lejos llegaron las reformas sociales en la última década- ha demostrado que la oligarquía y los intereses imperialistas en nuestros países tratan de resistir con uñas y dientes hasta las reformas más modestas de los trabajadores y campesinos. No consienten en renunciar a la migaja más pequeña sino a costa de enormes luchas, o bajo la amenaza de perderlo todo ante la posibilidad de una revolución social.  

¡Ningún acuerdo con la oligarquía¡

Humala y los dirigentes de su frente político Gana Perú cometerían un grave error si aceptaran los cantos de sirena que les lanzan los enemigos de clase de los trabajadores y de los pobres de la ciudad y el campo. No es cierto que un gobierno en minoría parlamentaria que represente los intereses de los trabajadores, de los campesinos y de los pobres esté obligado a renunciar a su programa. El gobierno puede aprobar decretos y proyectos de ley a favor de los obreros y campesinos y pedirles a ellos mismos que los lleven a la práctica en la calle, en la ciudad y el campo; de esta manera el gobierno puede utilizar la presión de las masas de millones de oprimidos del Perú en las calles y en los cuarteles para obligar a la clase dominante y a sus políticos a sueldo a ceder. Bastaría un par de medidas audaces a favor de los más pobres por parte del gobierno para que el estado de ánimo de la llamada “opinión pública” gire compulsivamente a su favor. En esas condiciones, la exigencia de una disolución del parlamento y la convocatoria anticipada de nuevas elecciones adquiriría una fuerza irresistible para que un nuevo parlamento refleje de manera más fidedigna la auténtica correlación de fuerzas de clase de la sociedad. De esta manera, combinando medidas parlamentarias con la acción directa de las masas en la calle se podrían crear las bases para una transformación profunda del Perú, de manera relativamente pacífica.  

Por el contrario, si la acción de gobierno de Humala no estuviera a la altura de lo que las masas trabajadoras esperaran de ella, si no resolviera los problemas más acuciantes de los oprimidos, en aras de la moderación y de no asustar a la oligarquía ni al imperialismo, tarde o temprano llevaría a la desilusión, el desánimo y la frustración; lo que pavimentaría el camino para que la reacción recuperara la iniciativa y forzara la caída anticipada del gobierno de Humala para sustituirlo por otro absolutamente adicto a los intereses de los ricos.

Votar por Humala y que lleve a cabo un programa socialista

En la antesala de la segunda vuelta – que tendrá lugar el próximo 5 de junio – no es la hora, por lo tanto, de limitar el alcance de las reformas que los obreros, los campesinos y la juventud del Perú necesitan sino de afirmarlas completando el programa de gobierno esbozado por Humala con la expropiación de los terratenientes, los bancos y los monopolios que esclavizan su país a los intereses de una oligarquía reaccionaria y del imperialismo.

Los trabajadores, los campesinos pobres y la juventud revolucionaria del Perú votarán masivamente por Humala en esta segunda vuelta, y de esta manera asestarán un golpe rudo a sus enemigos. Va en su interés que Humala gane estas elecciones, porque una victoria de la banda de forajidos que se agrupa alrededor de Keiko Fujimori sumará un eslabón más a la cadena pesada que los mantiene esclavizados desde hace décadas y siglos. Como en cada etapa decisiva, los marxistas de la CMI permanecemos al lado de los trabajadores y campesinos pobres del Perú y llamamos a votar por la candidatura de Humala, sin ocultar nuestras diferencias y sin dejar de plantear abiertamente lo que consideramos que es necesario hacer para derrotar definitivamente a la reacción y al imperialismo.

Notas

[1] Causas y consecuencias de la informalidad en el Perú. Norman Loayza. Revista Estudios Económicos Nº 15 de Junio 2008. BANCO CENTRAL DE RESERVA DEL PERÚ.

[2] Perú: Indicadores demográficos, sociales y económicos. Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). Septiembre 2010.

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