El programa arancelario de Trump profundiza las tendencias proteccionistas en la economía mundial Image: Own work Share TweetTrump está a punto de anunciar su nuevo paquete arancelario en lo que él denominó «día de la libertad». Comentaristas, políticos, diplomáticos y directores ejecutivos se apresuran a averiguar qué es lo que se avecina. Trump, como es habitual, ha hecho esperar a todo el mundo. Pero aunque los detalles no están claros, la dirección del viaje sí lo está.Trump está preparando una avalancha de anuncios para el 2 de abril. Sus aranceles sobre los automóviles, anunciados el 26 de marzo, ya causaron nerviosismo en los mercados, sobre todo entre las marcas europeas y asiáticas que dependen en gran medida del mercado estadounidense.Trump parece haber decidido que el 25 por ciento es un buen tipo arancelario. Ahora ha anunciado aranceles de este nivel para México, para Canadá, para el acero, el aluminio y ahora para la industria automovilística. Su objetivo está muy claro: quiere obligar a las empresas a trasladar la producción a Estados Unidos, y no solo el montaje de vehículos, sino el aluminio, la transmisión, los motores, etc. Y no solo para los automóviles, aunque es una parte especialmente importante de la economía mundial, sino para los productos farmacéuticos, etc.Mientras que México y el Reino Unido han intentado convencer a Trump para que elimine los aranceles, China, la UE, Japón y Canadá se están preparando para responder con la misma moneda, y Trump ha amenazado repetidamente con tomar represalias por su parte, incluso en mitad de la noche del 26 de marzo. Esta es la receta para una guerra comercial. No sería la primera guerra comercial en la que se involucra Trump, por supuesto. Ya se involucró en una con China en su primer mandato, pero esta vez no se enfrenta solo a China, sino al mundo entero.Lo que sucedió en la década de 1930Se están estableciendo paralelismos inmediatos con la década de 1930, y hay algunos paralelismos. Tras el crac de 1929, las distintas naciones de Europa y Estados Unidos recurrieron al proteccionismo para intentar exportar la crisis.Estados Unidos introdujo la Ley Arancelaria Smoot-Hawley en 1930, elevando los aranceles a una media del 20 por ciento. Esto y las contramedidas adoptadas por otras naciones provocaron el colapso de las exportaciones e importaciones estadounidenses. Al igual que ahora, Canadá se vio afectado y tomó represalias. No es casualidad que Trump esté utilizando ahora algunas cláusulas olvidadas de esa ley para imponer esta última ronda de aranceles.Inicialmente, la ley tuvo el efecto de reactivar la economía estadounidense, pero a medida que la recesión se hizo notar en 1931 tras el colapso del Creditanstalt en Austria, los efectos fueron aún más graves. Tanto las exportaciones como las importaciones estadounidenses cayeron en aproximadamente dos tercios y, en 1932, la producción industrial se había desplomado en un 46 por ciento.Muchas naciones europeas siguieron su ejemplo. El Reino Unido introdujo la preferencia imperial en 1932, lo que dificultó las exportaciones al Reino Unido desde fuera del Imperio Británico, y otros países, como Francia, fueron aún más lejos en su proteccionismo.Pero no fueron solo las barreras comerciales formales las que moldearon las nuevas relaciones comerciales. Uno tras otro, los países abandonaron el patrón oro. Es decir, abandonaron el tipo de cambio fijo entre la moneda (libra, dólar, franco, etc.) y el oro.El abandono del patrón oro supuso un colapso en el valor de la moneda, lo que dio a los países en cuestión una ventaja competitiva sobre sus rivales. Por lo tanto, no es de extrañar que los países que se mantuvieron más tiempo en el patrón oro (Francia, EE. UU.) tuvieran que recurrir a medidas más proteccionistas. Trotsky lo señaló en 1934: «Las desviaciones del patrón oro desgarran la economía mundial con más éxito que los muros arancelarios».En general, el comercio mundial cayó un 66 %, un golpe devastador para la economía mundial. Esto se reflejó en un colapso de la producción industrial en Alemania del 41 %, en Francia del 24 % y en el Reino Unido del 23 %. Al mismo tiempo, debido al desempleo masivo y al colapso general de la economía, el precio de los productos se desplomó, exacerbando la crisis endémica de sobreproducción.La crisis, por supuesto, no la causó el proteccionismo, sino que el proteccionismo fue una consecuencia de la crisis, que a su vez la exacerbó masivamente.La limitación del Estado naciónLa razón de esto radica en el propio desarrollo de la economía. Una y otra vez, los marxistas han señalado que a medida que las fuerzas productivas (maquinaria, ciencia, tecnología, educación, etc.) se desarrollan, chocan con los límites del Estado nación. Lenin lo expuso con contundencia en El imperialismo: fase superior del capitalismo, por ejemplo. En ese libro explicó cómo se desarrolló el imperialismo a medida que los monopolios superaron el mercado nacional.Ahora bien, lo que los políticos, presionados por la crisis, intentaban hacer era intentar retroceder en el tiempo. Hay un claro paralelismo con la actualidad. Trotsky escribió sobre el inútil intento:«Se pone cabeza abajo la tarea progresiva de cómo adaptar las relaciones económicas y sociales a la nueva tecnología, y se plantea cómo restringir y coartar las fuerzas productivas de manera de hacerlas encajar en los viejos límites nacionales y en las caducas relaciones sociales. En ambas orillas del Atlántico se derrocha no poca energía mental para resolver el fantástico problema de cómo hacer para que el cocodrilo vuelva al huevo de gallina. El ultramoderno nacionalismo económico está irrevocablemente condenado por su propio carácter reaccionario; retrasa y disminuye las fuerzas productivas del hombre». (El nacionalismo y la economía, 1933)Y ese fue precisamente el efecto de las diversas medidas que adoptaron los gobiernos. Al intentar retroceder en el desarrollo de las fuerzas productivas, al obligarlas a volver a la camisa de fuerza del Estado nación, es decir, el mercado nacional, no lograron reactivar la economía, sino hundirla en la depresión.Al final, la economía sí se recuperó, tras la destrucción de enormes fuerzas productivas durante la Segunda Guerra Mundial, y con la ayuda de los partidos socialdemócrata y comunista para estabilizar el capitalismo. En Occidente, el imperialismo estadounidense salió de la guerra como potencia completamente dominante, y la economía encontró un nuevo equilibrio.Estados Unidos persuadió a los imperialismos francés, alemán y británico para que cooperaran en la reconstrucción de Europa tras la guerra. Se creó una nueva institución encargada de abrir los mercados, el GATT, que se convirtió gradualmente en la OMC.En Europa, se creó la Comunidad del Carbón y del Acero. Trotsky señaló esta necesidad económica ya en 1923:«En el fondo la guerra plantea la necesidad que tienen las fuerzas productivas de un escenario más amplio de desarrollo, sin ser bloqueadas por murallas arancelarias. Similarmente, en la ocupación del Ruhr tan fatal para Europa y la humanidad, encontramos una expresión distorsionada de la necesidad de unir el carbón del Ruhr con el hierro de Lorena. Europa no puede desarrollarse económicamente en el marco de las fronteras estatales y aduaneras impuestas en Versalles. Europa está obligada a remover sus fronteras, o a enfrentar la amenaza de una decadencia económica total. Pero los métodos adoptados por la burguesía en el poder para superar las fronteras que ella misma creó sólo están acelerando el caos existente y acelerando la desintegración.». (¿Es apropiado el momento para la consigna: los Estados Unidos de Europa?, 1923)En otras palabras, ya en 1923, Trotsky previó la necesidad económica de esta unidad económica, que precisamente unía las industrias del carbón y el acero de Francia, Alemania Occidental, los Países Bajos y Bélgica. Esto se debía a que en las pequeñas naciones de Europa, las limitaciones que el Estado-nación imponía al desarrollo de la economía eran aún mayores.Como sabemos, la Comunidad del Carbón y del Acero resultó insuficiente. Con el tiempo, al igual que el GATT, amplió su alcance y se convirtió en la Comunidad Europea y luego en la Unión Europea. En cada paso del camino, el imperialismo estadounidense estuvo presente y apoyó una mayor integración de Europa, porque les convenía en ese momento. La razón por la que hubo que ampliar el alcance limitado inicial de estas organizaciones no es difícil de entender, si se parte del punto de vista de que las fuerzas productivas, a medida que se desarrollan, acaban superando al Estado nación.Es decir, a medida que los monopolios se desarrollaban en la Unión Europea, en las nuevas industrias emergentes, como la fabricación de automóviles y los productos químicos, tensaban las limitaciones del Estado nación y necesitaban una salida en el mercado europeo. Por lo tanto, necesitaban eliminar una barrera tras otra. Y debido a que la economía, en general, estaba creciendo, era posible una cierta división amistosa de los beneficios. Esto fue así sobre todo porque Estados Unidos, que tenía las industrias más avanzadas y productivas, estaba ahí para seguir impulsando el libre comercio.La clase capitalista en general se benefició de este nuevo régimen. En particular, era un régimen de relativa estabilidad política y social. Había suficientes beneficios para repartir e incluso se hicieron concesiones significativas a los trabajadores. Y, mientras tanto, la Unión Soviética estaba ahí como una amenaza siempre presente.Un nuevo repunte de la economía era posible en estas condiciones y bajo este régimen. La productividad del trabajo aumentó masivamente en todos los sentidos. A lo largo de los años cincuenta y sesenta, esto fue acompañado por los correspondientes aumentos salariales en términos reales. Debido al aumento de la productividad, los trabajadores de Occidente pudieron permitirse un nivel de vida como nunca antes habían tenido: casas, coches, televisores, educación, sanidad, pensiones, etc.Pero todo esto fue precisamente porque las fuerzas productivas pudieron seguir desarrollándose bajo un régimen de mayor especialización, mayor libertad de comercio, etc. La división mundial del trabajo fue esencial para el desarrollo continuo de las fuerzas productivas.Junto con este desarrollo se produjo naturalmente el desarrollo de monopolios masivos que dominaron el mercado mundial. Las empresas menos productivas, al ser menos eficientes y carecer de la maquinaria más avanzada, quebraron o fueron compradas por sus rivales más grandes. No es el momento de tratar esta cuestión en detalle, pero si nos fijamos en cualquier industria importante, ya sea de materias primas, componentes o productos acabados, hoy en todas están concentradas en unas pocas empresas.Pero, contrariamente a los sueños de los partidarios del libre mercado, es precisamente la libre competencia la que da origen a estos monopolios.El proteccionismo hoy en díaVolviendo a la cuestión de hoy, hemos llegado a un mundo mucho más desarrollado y mucho más integrado económicamente que en la época de Trotsky. Desde 1960, la economía mundial ha crecido, en términos reales, aproximadamente ocho veces su tamaño. Sin embargo, el volumen del comercio mundial se ha multiplicado por veinte y, en términos de valor, aún más.Cuando Estados Unidos se embarcó en su racha proteccionista en 1930, la relación entre el comercio y el PIB era de alrededor del 9 por ciento, ahora es más del 25 por ciento. Y para la industria manufacturera es aún más decisivo. El valor de la producción manufacturera de Estados Unidos es de 2,3 billones de dólares, pero el valor de las exportaciones manufactureras de Estados Unidos es de 1,6 billones de dólares. Eso no significa que el 70 % de los productos manufacturados se produzcan para la exportación (los componentes pueden cruzar la frontera varias veces antes de terminar en el producto final), pero muestra el grado de integración de la manufactura con el mercado mundial.Así pues, cuando Estados Unidos y el resto del mundo se embarcan ahora en otra borrachera proteccionista, lo hacen desde un punto de partida muy diferente. Si se quisiera, como dijo Trotsky, «hacer retroceder al cocodrilo hasta el huevo de gallina», eso supondría una tremenda destrucción de las fuerzas productivas y una miseria incalculable.Los economistas burgueses son muy conscientes de este hecho, por lo que han declarado «nunca más» al proteccionismo. Pero como tantos «nunca más» económicos, como la impresión de dinero, ha tenido que dar paso al desarrollo real de los antagonismos internacionales y de clase.Trump no inventó el proteccionismo. En la actualidad, existen 4650 restricciones a la importación entre los países del G20, según Global Trade Alert, lo que supone diez veces más que en 2008. Estados Unidos está intentando cortar las alas a la economía china, algo que lleva intentando hacer desde 2018. Hay aranceles de EE. UU. y la UE contra China para los vehículos eléctricos. Está la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) de Biden, varios intentos de subvencionar la producción nacional de chips, etc. Todo esto precedió al segundo mandato de Trump. Esta ya era la dirección de la hoja de ruta antes de que él volviera a la escena. Mientras que durante todo un período histórico, el comercio mundial creció más rápido que la economía mundial, este ya no es el caso.La guerra comercial de Trump es sin duda una aceleración en esta dirección. Nadie sabe hasta dónde llegará esta guerra, pero la agencia Fitch Ratings especula que el tipo arancelario medio de EE. UU. podría alcanzar el 18 %, frente al 8 % actual, lo que supondría el nivel más alto desde 1934.Los planes de Trump plantean dificultades particulares para la economía mundial, cuya lógica no es solo imponer aranceles al producto final (como los automóviles), sino a todos los componentes de los automóviles. Esto plantea la posibilidad de que no solo se aplique un arancel único del 25 %, sino que haya que pagarlo varias veces, en distintas etapas del proceso de producción.El Detroit Free Press cita a un analista:«Cada vez que una pieza cruza una frontera, se le aplicará un impuesto», dijo. Un ejemplo que dio Abuelsamid es el de un fabricante de automóviles que no quiso nombrar y que le dijo que obtiene los materiales para fabricar arneses de cables de Japón. Esos materiales van a México para convertirse en el arnés de cables, luego esos arneses se envían a Texas para ser conectados a un airbag. Luego se envían de vuelta a la planta del fabricante de automóviles en México para ser instalados en un asiento de coche. Luego, el vehículo se envía de vuelta a Estados Unidos».Cuando la industria automovilística estima que podría terminar añadiendo entre 4.000 y 12.000 dólares al precio del coche, se refiere a esto. Este arnés aquí se grava efectivamente dos veces. Esto también significará que los exportadores estadounidenses perderán aún más capacidad para competir en el mercado mundial, ya que tendrán que gravar sus componentes varias veces antes de exportarlos.Lo que hace este arancel general, y esto es probablemente bastante deliberado desde el punto de vista de Trump, es deshacer las cadenas de suministro globales. Pero esto es extremadamente costoso. BMW, por ejemplo, tiene tres plantas principales en Europa que producen motores, cada una de ellas especializada en motores particulares para modelos particulares de automóviles. Construir otra fábrica para producir motores solo para el mercado estadounidense sería extremadamente costoso. Lo mismo ocurre con cualquier otra pieza del automóvil que no se produzca ya en EE. UU. Cualquier contramedida de la UE, China y Japón que afecte a los componentes producidos en EE. UU. empeorará inevitablemente la situación.Una posición proletaria¿Cuáles son entonces los intereses de la clase trabajadora en todo esto? El dirigente del sindicato estadounidense de trabajadores del automóvil UAW, Shawn Fain, ha elogiado a Trump «por dar un paso adelante para poner fin al desastre del libre comercio que ha devastado a las comunidades de clase trabajadora durante décadas».Sin duda, tiene razón. El desmantelamiento de la base industrial de Michigan ha tenido un efecto devastador en toda la región. Pero no es posible volver a meter al genio en la lámpara, y el intento de Trump de hacerlo tendrá consecuencias devastadoras.Tampoco podemos defender la política de libre comercio, precisamente porque nos ha llevado a este punto en primer lugar. La política de libre comercio es la política de cerrar fábricas, devastar comunidades, todo con la promesa de que a la larga todo será para mejor.Los socialdemócratas alemanes, en vísperas de la victoria de Hitler, propusieron precisamente una política tan demencial. Dejemos que la crisis se extienda por la clase trabajadora; al final todo será para mejor. Solo que el camino hacia el equilibrio económico pasó por el fascismo y la guerra mundial. Hoy en día, eso no está en las cartas en el futuro inmediato, pero la miseria que trae el capitalismo de libre comercio está ahí para que todos la vean.Trotsky señala precisamente cómo el fin del libre comercio está vinculado a la crisis misma:«La libertad de comercio, como la libertad de competencia, como la prosperidad de la clase media, pertenecen irrevocablemente al pasado. Conducirnos al pasado es ahora la única medicina de los reformadores democráticos del capitalismo».Los que discuten en ambos bandos —los partidarios del libre comercio y los proteccionistas— quieren restaurar la sociedad a su estado anterior a la crisis, pero ninguno tiene la capacidad de hacerlo. Ni el restablecimiento de la libertad de comercio ni la creación de nuevas barreras arancelarias resolverán la crisis.La verdad es que son precisamente el desarrollo de las fuerzas productivas y el mercado mundial los que han hecho posible el capitalismo nacional y han creado la crisis económica más extensa que el mundo haya experimentado jamás. Toda la situación es una en la que las fuerzas productivas se rebelan contra el Estado nación y la propiedad privada. Dejamos las últimas palabras a Trotsky:«En consecuencia, para salvar a la sociedad no es necesario detener el desarrollo de la técnica, cerrar las fábricas, conceder premios a los agricultores para que saboteen a la agricultura, transformar a un tercio de los trabajadores en mendigos, ni llamar a los maníacos para que hagan de dictadores. Ninguna de estas medidas, que constituyen una burla horrible para los intereses de la sociedad, es necesaria. Lo que es indispensable y urgente es separar los medios de producción de sus actuales propietarios parásitos y organizar la sociedad de acuerdo con un plan racional. Entonces será realmente posible por primera vez curar a la sociedad de sus males. Todos los que sean capaces de trabajar deben encontrar un empleo. La jornada de trabajo debe disminuir gradualmente. Las necesidades de todos los miembros de la sociedad encontrarán la posibilidad de una satisfacción creciente. Las palabras “pobreza”, “crisis”, “explotación”, saldrán de circulación. La humanidad podrá cruzar finalmente el umbral de la verdadera humanidad.» (El marxismo y nuestra época, 1940)