Publicamos éste artículo del militante comunista cubano Frank Josué Solar Cabrales en el que hace un balance de la Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba celebrada en enero de 2012 en el que advierte que las medidas capitalistas llevan al capitalismo y defiende la democracia obrera y el internacionalismo proletario como salida a la encrucijada de la revolución cubana.
La recientemente concluida Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba fue una oportunidad única que se nos presentó a los revolucionarios cubanos para saldar cuentas con nuestro pasado, con la historia del socialismo en el siglo XX, con el modelo socialista verticalista y burocrático que copiamos de los soviéticos en gran medida. Ella pudo haber sido el inicio para un debate que lleva mucho tiempo postergado en la sociedad cubana: el análisis de la experiencia de la Unión Soviética, de cómo una gran revolución fue traicionada y el poder le fue usurpado a los trabajadores. Del proceso de restauración capitalista en la URSS y Europa del Este podemos aprender mucho para saber por qué se produjo, enmendar los errores de ellos que repetimos aquí, y evitar el mismo destino.
Sin embargo, no se aprovechó el momento para una revisión a fondo de nuestro modelo político. Ya desde antes de la Conferencia era evidente que ella tendría un perfil inferior al del Congreso. Inicialmente se había dicho que ambos eran momentos distintos, con igual nivel, de un mismo proceso de actualización, y que se separaban sólo para debatir con mayor profundidad los temas económicos en el Congreso, y los políticos, sociales y culturales en la Conferencia. Aunque en ese momento señalamos que la realidad social no se puede separar arbitrariamente, como si ella transcurriera en compartimentos estancos, teníamos la esperanza de que la reunión dedicada a los asuntos políticos produjera impactos tan trascendentes como la referida a la economía. Pero pronto se dijo que la Conferencia se concentraría en los asuntos internos del Partido, que su documento base no sería discutido con todo el pueblo, como se hizo con los Lineamientos, sino sólo con los militantes, y que no debían levantarse muchas expectativas sobre ella, porque ya las decisiones importantes se habían adoptado en el Congreso, y de lo que se trataba ahora era de adecuar el trabajo del Partido a las nuevas condiciones.
Mucho más imperativa se torna esta necesaria actualización de nuestro funcionamiento político cuando ya empiezan a formar parte cotidiana de la realidad muchas de las contradicciones y tensiones sociales que advertimos iba a generar el rumbo económico trazado. Bajo su amparo van surgiendo nuevas constelaciones sociales, con intereses propios.
Un ejemplo de lo que decimos fue la tentativa de los transportistas privados en Santiago de Cuba de subir en diciembre pasado el precio del pasaje de uno a dos pesos, un aumento del 100%. El episodio, aunque no pasó del intento y duró sólo unos cuatro días, encendió varias señales de alarma y despertó otras tantas interrogantes.
La actitud de los transportistas durante esos días demostró que el sector privado tiende a actuar (y lo hará cada vez más en el futuro) corporativamente, concertando voluntades a fin de ejercer presión como grupo social que defiende intereses propios en contra de la mayoría. Ahora puede ser aislado, pero en otro momento pudiéramos estar viendo un acuerdo a mayor escala, y podríamos perder el control. Hoy lo harán para incrementar las ganancias, pero mañana será por objetivos políticos.
Por otro lado, también resultaron significativas las respuestas de las personas, con reacciones espontáneas que iban desde los reclamos directos ante los dueños de las camionetas, o las quejas ante los órganos locales del Partido y el Gobierno para que tomaran cartas en el asunto, hasta una suerte de resistencia pasiva que consistía en la negativa a abordar el transporte privado y pagar los dos pesos que se exigían. Al boicot privado se oponía un boicot social. Este tipo de iniciativas populares, que al final resultaron decisivas para hacer retroceder el aumento, debían servir de ejemplo para el diseño de estrategias de resistencia social ante las relaciones de contenido capitalista que empiezan a aparecer.
Dejar al libre juego de la oferta y la demanda asuntos tan sensibles como la alimentación (en el caso de los mercados agropecuarios privados) y el transporte público1, sin regulación por parte del Estado, va directamente contra el poder adquisitivo del pueblo, con salarios que no alcanzan y precios cada vez más altos. Esto es jugar con fuego y añadir un peso más a las dificultades materiales de la gente. Medidas como estas de la aplicación de la oferta y la demanda pueden socavar la unidad y el consenso político del pueblo trabajador, que es el que en realidad sostiene económica e ideológicamente a la Revolución, y no el sector privado emergente, cuyos números jamás podrán ser más importantes que el aporte de los trabajadores.
Por mucho que se declare públicamente que nuestro Estado no dejará desamparado a nadie, si adoptamos el criterio de que el Estado no intervendrá en las relaciones comerciales entre las personas y dejamos que el sector privado funcione sin regulaciones, entonces la gente se verá sin protección ante las fuerzas ciegas del mercado.
No es posible que digamos que entre nosotros van a regir, para espacios y servicios privados, los precios que imponga la puja de la oferta y la demanda, y el Estado se desentenderá de ello. ¿Cómo se corregirán entonces las injusticias del mercado? ¿A través de una política asistencialista? Eso no dista mucho de lo que hacen otros gobiernos del mundo.
Esta es justamente una de las cosas que más temo. Que Cuba, un país “anormal” por pretender siempre la “locura” de conquistar toda la justicia, y sufrir por ello el acoso más despiadado que haya padecido pueblo alguno, vaya pareciéndose cada vez más a todos los países burguesa y capitalistamente normales.
Permitir que surjan privilegios demasiado hondos en el sector privado, que se convierta en una fuerza económica con suficiente acumulación capitalista, en medio de circunstancias cada vez más hostiles, en las que el mercado capitalista y su dinámica se van incrementando en Cuba, y se va agotando el ciclo de vida de la dirección histórica de la Revolución, puede significar nuestro suicidio político.
Otro ejemplo de cómo va cambiando aceleradamente nuestra realidad social lo viví en una experiencia personal hace unos días en La Habana, en una cafetería privada del Vedado, cuya decoración, confort y condiciones de equipamiento demostraban, por detalles evidentes, la presencia de inversión extranjera. Una rápida conversación con sus dos empleadas, uniformadas para más señas, me aportó varios datos de interés. Ellas debían trabajar en días alternos, de 7:00 am a 7:00 pm, sin contar allí con un baño para satisfacer sus necesidades fisiológicas, y sin poder sentarse ni un solo momento, porque si el dueño las sorprendía sentadas les imponía una multa de 20 pesos de su salario. Sobra decir que ellas, universitarias además, continuaban allí, aún bajo esas condiciones, porque necesitaban el empleo y el dinero.
Una cosa es escribir sobre procesos que uno puede prever en teoría, y otra es chocar con ellos en la realidad. Comprobar que algo así estuviera sucediendo en mi Cuba revolucionaria y constructora del socialismo me dejó muy preocupado. Y esa preocupación aumentó con lo que escuché luego en la Conferencia Nacional del Partido.
En uno de los mejores momentos del debate que pudimos ver por televisión, un sencillo hombre de pueblo, trabajador por cuenta propia, exponía la contradicción existente entre la autorización a contratar fuerza de trabajo por los cuentapropistas y el principio socialista expresado en la Constitución de que el Estado cubano prohibía cualquier forma de explotación del hombre por el hombre. Vale la pena el análisis de las respuestas que se dieron en el debate posterior por los argumentos que ellas contuvieron.
La respuesta que planteó que no había contradicción porque los trabajadores de los cuentapropistas en Cuba no eran explotados no merece ningún comentario porque es insostenible desde cualquier planteamiento marxista medianamente serio.
Las otras posiciones, que aún admitiendo la existencia de una contradicción, defendieron la medida por considerarla necesaria, tampoco me parecen válidas. La argumentación de que esa explotación en Cuba se halla “amortiguada” por toda la serie de conquistas sociales garantizadas por la Revolución, algo así como una explotación de baja intensidad, me recordó el cuento de la hija que para calmar la reacción airada del padre ante la noticia de su embarazo, le dijo que no se preocupara, que ella nada más estaba un “poquito” embarazada. La explotación no depende de la mayor o menor cantidad de prestaciones o protecciones sociales, o de una mayor o menor distribución social de la riqueza, ni de la maldad o bondad de algún explotador, sino de la condición de asalariado, aquella que Marx llamó esclavitud moderna, en la que el patrón nunca paga al trabajador el valor total de lo que produce, siempre se queda con una parte, llamada plusvalía, de la que obtiene ganancia, viviendo así de la apropiación de trabajo ajeno. Esto es marxismo elemental. De la misma manera que una mujer sólo puede estar embarazada o no estarlo, se está explotado o no se está. Sencillamente, no puede ser que se esté sólo un “poquito” explotado.
También me resultó poco feliz la respuesta de que lo que se había hecho era legalizar algo que ya venía ocurriendo en la práctica, de hecho, y que era muy difícil controlar. Así, si la gente lo seguía haciendo de todas maneras, lo mejor era autorizarlo y ponerle impuestos. Si nos atenemos a esa línea argumentativa debíamos entonces despenalizar los delitos que la gente sigue cometiendo, a pesar de los esfuerzos por controlarlos, tales como la corrupción, el robo o el hurto y sacrificio de ganado mayor. Total, si se siguen haciendo de todas maneras…
Al final, al compañero le pidieron tranquilidad, que no se preocupara porque la contradicción sería resuelta en futuras revisiones de la Constitución para adecuarla a las nuevas realidades que se van imponiendo. El principal problema no es ya que sea inconstitucional, sino que la prohibición de la explotación del hombre por el hombre es, junto a la abolición de la propiedad privada, un pilar básico del socialismo. Es cierto que durante el período de transición perviven elementos del capitalismo, pero ellos son referidos fundamentalmenteal funcionamiento de la ley del valor, el uso del salario como retribución y estímulo al trabajo, la existencia de la pequeña propiedad y de relaciones mercantiles. Pero pretender la construcción del socialismo con la utilización de la explotación del hombre por el hombre, es una contradicción en sí misma.
Tendré que trasmitirles a las muchachas de la cafetería la tranquilidad de que el patrón que no las deja sentarse ni un momento podrá seguir viviendo del trabajo de ellas, y lo hará con respaldo constitucional. Es posible que hasta compartan con él la misma sección sindical.
Todo esto que va sucediendo contribuye a desmontar en el pueblo la creencia ilusoria, ingenua, en el beneficio de medidas de corte capitalista. Como venimos advirtiendo desde que se empezó a pensar en ellas, con estas reformas una minoría se enriquecerá y saldrá ganando, pero la inmensa mayoría será la perdedora y se verá marginada de los beneficios económicos. De un socialismo obligado por las circunstancias a repartir la pobreza, ahora pasaremos paulatinamente a uno donde se acentuarán y profundizarán las desigualdades sociales.
Durante 50 años mantuvimos un consenso social basado en uno de los modelos redistributivos de la riqueza más justos y equitativos del mundo y en el disfrute universal y gratuito de derechos sociales básicos que sólo eran un sueño en cualquier otro país. A cambio, se aceptaban recortes importantes en los derechos políticos, y se depositaba todo el poder en un liderazgo histórico carismático, que se había ganado una enorme autoridad moral y política. Se entendía y aceptaba que el Estado actuaba siempre a favor y en nombre del pueblo, y garantizaba la permanencia de las conquistas revolucionarias. Entonces el control político estricto era visto como un arma contra la actividad subversiva enemiga. Una frase lo resumía de la siguiente manera: “Si el estado ahora pertenece a los trabajadores, los trabajadores no pueden hacer huelgas contra ellos mismos.” Por tanto, las huelgas, iniciativas autónomas de organización social, y otras herramientas de lucha política, estaban descartadas y eran consideradas algo dañino para la Revolución.
Este modelo de control político riguroso ha sido efectivo para defender la Revolución frente al acoso imperialista y la contrarrevolución burguesa. Sin embargo, en las limitaciones a la participación política está el origen de dos fenómenos que ahora amenazan a la economía planificada: uno, en el terreno económico, el despilfarro, la corrupción, el mal uso de los recursos, porque no existe ni el mecanismo de control que supone la libre competencia capitalista, ni tampoco el mecanismo de control que supone la democracia obrera; y dos, la falta de participación política real lleva a una situación de apatía, de aceptación de lo que viene de arriba, en la que se atrofia el músculo de la crítica por no ejercitarse, lo que finalmente puede llevar a la aceptación de medidas pro-capitalistas sin prácticamente contestación. El efecto económico de la burocracia se vio atenuado durante un tiempo, entre otras razones, por la relación con la Unión Soviética que hasta cierto punto creaba una situación de abundancia de productos básicos. Pero con la caída de la URSS se reveló con toda su fuerza.
Ya necesitamos una nueva definición de nuestro modelo político. Si a partir de ahora Cuba empezará a parecerse a los países “normales” donde el sector privado toma medidas para aumentar sus ganancias, y sube los precios guiado por la ley de oferta y demanda, entonces deberemos redefinir también los espacios y los mecanismos para que las personas puedan protestar y defenderse de los desmanes y abusos del sector privado, y ejercer presión en sentido contrario.
Nuestro Estado debe ser de los trabajadores, no de los nuevos ricos. El estado siempre representa los intereses de una clase determinada, no es neutral, ni árbitro por encima de las clases, favorece a una o a otra, no a las dos al mismo tiempo. Ya algunos de los nuevos ricos tienen más de un negocio, a través de diversos métodos y argucias, y van aumentando su poder económico. Esa es la tendencia natural y lógica del capital, incrementarse y concentrarse. Pretender otra cosa es querer que un tigre se alimente de vegetales.
En el discurso de clausura de la Conferencia Nacional, Raúl expresó: “Renunciar al principio de un solo partido equivaldría, sencillamente, a legalizar al partido o los partidos del imperialismo en suelo patrio y sacrificar el arma estratégica de la unidad de los cubanos”. Estoy completamente de acuerdo. Mientras tengamos la enorme amenaza del imperialismo y la reacción capitalista necesitaremos el partido único como garantía de unidad de los revolucionarios y de supervivencia de la Revolución. Pero en el mismo discurso Raúl lanzó una advertencia a la que hay que prestarle especial atención porque reconoce una peligrosa debilidad: “La Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, que tanta sangre costó a nuestro valeroso pueblo, dejaría de existir sin efectuarse un solo disparo por el enemigo, si su dirección llegara algún día a caer en manos de individuos corruptos y cobardes.” Algo así fue lo que sucedió en la Unión Soviética. Allá también tenían un partido único y eso no los salvó de una restauración capitalista salvaje. Una militancia habituada a no funcionar democráticamente y a obedecer las órdenes que venían de arriba, asistió pasiva al derrumbe de las conquistas revolucionarias, decretado por los “individuos corruptos y cobardes” de la dirección, sin que se disparase un solo tiro. La única manera de evitar que nos pase lo mismo es contar con un partido unido, capaz de actuar como un solo puño, y que a la vez reconozca la existencia de cada dedo de la mano. Con un partido controlado por sus bases, no importaría que, por engaño o accidente, llegaran a la dirección “individuos corruptos o cobardes”. No podrían hacer lo que quisieran, porque el poder estaría abajo, y no arriba.
Raúl dijo que nuestro partido único debía ser el más democrático del mundo. Es nuestra responsabilidad convertir eso en realidad y establecer los mecanismos para llevarlo a la práctica. Pero la democracia no la podemos entender sólo como escuchar las opiniones de la gente y procesarlas adecuadamente, o las consultas con las masas, o discrepar “incluso” hasta de lo que digan los jefes (lo que debía verse como algo natural y no casi como un extremo). Democracia es que las bases tengan decisión y control sobre todos los asuntos fundamentales. Conservando intacta la unidad orgánica e ideológica del Partido, en su seno se debe brindar espacio al debate político entre distintas opciones y visiones revolucionarias.
Cuando existe un partido único, necesariamente todos los intereses de clase, de una manera u otra, intentan hallar expresión dentro de él. Más tarde o más temprano los elementos pro-capitalistas en Cuba, en la medida que consoliden su posición económica, aumentarán sus presiones e influencias sobre el partido, para verse reflejados en su seno. Por ese motivo es decisivo que los elementos revolucionarios, marxistas, el ala izquierda que representaría más directamente los intereses de los trabajadores, tengan la posibilidad de organizarse y dar la batalla.
También debemos definir entre todos el significado de los términos del “lugar adecuado”, el “momento oportuno” y la “forma correcta”, porque si se lo dejamos a la libre interpretación de jefes y burócratas siempre encontrarán la manera de condenar alguna opinión incómoda por no expresarse de modo adecuado.
La historia del Partido Bolchevique desde su fundación estuvo caracterizada por el debate y la controversia. Existía la democracia más amplia para poder exponer libremente todas las opiniones. Debemos practicar el centralismo democrático de tiempos de Lenin, no el centralismo burocrático que impuso Stalin después. El centralismo debe contemplar, respetar y dar expresión a la diversidad de opiniones y perspectivas entre revolucionarios.
Hay que propiciar mecanismos democráticos y canales efectivos que permitan al militante luchar en el seno del Partido por las ideas que considera correctas, aún cuando sean diferentes o se opongan a las decididas en niveles superiores.
En cuanto a la política de cuadros debemos regresar a las reglas simples de la democracia obrera que propuso Lenin en El Estado y la Revolución, no para el comunismo ni el socialismo, sino para el día después de la Revolución: que todos los funcionarios sean electos y sujetos al derecho de revocabilidad, que ningún funcionario tenga un salario más alto que el de un obrero calificado, que haya rotación de todos los puestos después de un tiempo determinado.
Raúl también advirtió sobre el peligro de la burocracia. ¿Pero cómo se combate la burocracia? No es un fenómeno individual, de personas malas, oportunistas o corruptas, que esperan agazapadas la oportunidad de hacer daño, que les gusta mucho el papeleo o la comodidad del buró y el aire acondicionado, o que se sienten felices mientras más trabas ponen a la gente común. Pensar que ellas puedan ser controladas o combatidas por otro grupo de burócratas, personas buenas, responsables, honestas, decentes, comprometidas con el pueblo y el socialismo, es una actitud totalmente ingenua, y que deja intacto el problema del poder burocrático. No se puede plantear el problema en términos éticos, donde un grupo de funcionarios honrados controla a otros que no lo son. La burocracia es un fenómeno objetivo, de un grupo dominante, que en condiciones de atraso y aislamiento de la revolución, escapa al control popular y crea sus propios privilegios e intereses. Que dentro de ella no todos sean corruptos, oportunistas y arribistas, y que los haya revolucionarios y honrados, es un dato importante, pero secundario, para el análisis que nos ocupa. La burocracia no puede controlarse a sí misma. El único control efectivo que se le puede oponer para evitar que ella se convierta en un peligro contrarrevolucionario es el de los trabajadores y pueblo en general. La planificación socialista sin una completa democracia obrera es pasto para el despilfarro, la ineficiencia y el robo. Lamentablemente en la actualidad el discurso político no apunta en dirección de un mayor control democrático de los trabajadores, sino en el reforzamiento del papel de los jefes.
Una de las contradicciones principales en Cuba es la que existe entre la burocracia y sus intereses, y los revolucionarios y el pueblo. Es necesario luchar contra la burocracia, organizar al pueblo para dar esa pelea. Es necesario el fortalecimiento del poder popular, la transferencia del poder al pueblo, a través de los Consejos Populares y los Consejos de Trabajadores, como órganos de verdadero poder popular y obrero.
Ningún análisis que pretenda el avance del proyecto cubano de justicia, libertad e igualdad social, puede limitarse al ámbito interno, a lo que está en nuestras manos y podemos hacer aquí. Al final, el factor decisivo del que dependerá el triunfo o no del socialismo cubano será el desenlace de la lucha de clases a nivel mundial. Las condiciones actuales de crisis capitalista y los vientos revolucionarios y de indignación que recorren el mundo, desde Estados Unidos y Europa hasta el mundo árabe, nos permiten mirar con optimismo el futuro y nos reafirman que nuestra causa es lo suficientemente justa y válida como para no ceder ni un ápice frente al capitalismo, que hace aguas por todos lados.
En la variable internacional un asunto importante para Cuba es el destino de la Revolución Venezolana. Y ahí se cierne un nuevo peligro para nosotros que, afortunadamente, por el momento parece haberse alejado. Un empeoramiento de la salud del Presidente Chávez y una eventual derrota bolivariana en las urnas en octubre serían de consecuencias nefastas para los cubanos, en varios sentidos.
Ante esa posibilidad, algunos lamentan la supuesta dependencia que hemos creado hacia Venezuela, y que nos pondría en un situación muy difícil en caso de cumplirse los peores augurios. Esas opiniones, que ponen el acento en una estrategia más fuerte de desarrollo interno para depender menos del exterior, suelen olvidar que en las actuales condiciones en que la expansión desenfrenada del capitalismo a nivel mundial ha creado una mayor interconexión globalizada entre los países, ninguna economía nacional (mucho menos las de escasos recursos, como Cuba) puede escapar al intercambio desigual y los influjos y vaivenes que impone el mercado mundial. Las necesarias relaciones con la Venezuela bolivariana no sólo han sido un modelo de justicia y solidaridad que ha permitido la creación de espacios como Petrocaribe o la Alianza Bolivariana para las Américas, sino que para Cuba ha sido providencial encontrarse en el camino con una revolución hermana luego de casi una década de heroica resistencia solitaria.
Si algo debíamos lamentar es que en estos 13 años de Revolución Bolivariana no hayan avanzado las suficientes transformaciones socialistas como para no depender tan agónicamente del carisma y la personalidad de un solo hombre. Si en todo este tiempo no se hubieran perdido tantas oportunidades para nacionalizar las principales palancas de la economía y ponerlas en manos de los trabajadores, si se hubiera arrebatado el poder económico a la burguesía y se hubiera destruido su aparato estatal para sustituirlo por uno basado en el control popular directo, si no se hubiera prolongado esta situación inestable en que la revolución no termina de completarse y la contrarrevolución no cuenta con las fuerzas para imponerse; hoy el proceso bolivariano estaría en condiciones de mayor fortaleza y significaría un impulso enorme para las revoluciones socialistas en el continente.
Para nosotros es cuestión de vida o muerte la extensión de la revolución socialista por toda América Latina, empezando por el ALBA. La Revolución Cubana debe argumentar a favor de la expropiación de la oligarquía, los capitalistas y el imperialismo, como la única forma de poder avanzar en los países latinoamericanos. Para la Revolución Cubana una política internacionalista no es sólo una cuestión moral o de tradición, sino de sobrevivencia.
El camino que se ha emprendido hoy en Cuba prioriza sobre todo un pragmatismo economicista destinado a obtener mayor productividad, eficiencia y crecimiento, aún cuando en ocasiones implique costos sociales y estratégicos. La filosofía que parece preeminente es aquella expresada por Deng Xiaoping al inicio de las reformas capitalistas en China en la frase de que no importa el color del gato, sino que cace ratones. Por supuesto que necesitamos, casi desesperadamente, mejorar los índices de productividad de nuestra maltrecha economía y terminar de una vez con el despilfarro y la corrupción, pero hay varias maneras de hacerlo, y no nos vale cualquiera. Para nosotros es muy importante que el gato cace ratones, y debe hacerlo cada vez mejor, pero de modo socialista.
No se puede aspirar a una sociedad superior si las riquezas obtenidas se alcanzan a través de relaciones de producción que fomenten la desigualdad, la explotación, la competencia. Frente a una vía de utilización de medidas de corte capitalista, que no tendrá otra puerta de salida que el capitalismo, hay alternativas. Además del cuentapropismo, válido y permisible sólo a una pequeña escala, debíamos estar pensando también en fomentar cooperativas socialistas para determinados servicios, y en la implementación del control obrero en todas las fábricas y empresas, entre otras medidas que promuevan prácticas y valores solidarios. La solución socialista de la encrucijada cubana pasa por la democracia obrera en el partido y las estructuras estatales y de gobierno, la participación democrática de los trabajadores en la planificación de la economía, y una política internacionalista que promueva la extensión de la revolución socialista por América Latina y el mundo.
1. En la resolución número 368 del 2011 del Ministro del Transporte, relativa al “Reglamento de la licencia de operación de transporte para personas naturales”, su artículo 4.1 establece: La licencia se otorga a cualquier persona natural que la solicite propietaria del medio de transporte, para prestar profesionalmente servicios públicos de transportación de carga o de pasajeros, según la oferta y la demanda, válida en todo el territorio nacional. Gaceta Oficial de la República de Cuba, no. 029 Extraordinaria de 7 de septiembre de 2011, p. 323. (El subrayado es mío).