La aplastante victoria electoral del PT hace ahora mas de un año, reflejó un profundo giro hacia la izquierda en la sociedad brasileña. La contradicción fundamental que se ha abierto en Brasil es que la dirección del PT no tiene una alternativa que vaya más allá de administrar la crisis del sistema capitalista. Lo que ha caracterizado el primer año de gobierno de Lula, ha sido la rapidez y la dureza con la que ha empezado a aplicar las medidas de ajuste que exigían los capitalistas y el FMI.
La aplastante victoria electoral del PT en noviembre de 2002 y la toma de posesión de Lula como presidente de Brasil el 1 de enero de 2003, hace ahora un año, reflejó un profundo giro hacia la izquierda en la sociedad brasileña. La aplicación durante una década de una política conocida como neoliberal no resolvió los problemas crónicos de la economía del país y en el terreno social ahondó aún más el empeoramiento de las condiciones de trabajo y de vida en general de la mayoría de la sociedad brasileña, históricamente castigada por la pobreza, el hambre y la represión. El voto masivo a Lula fue la expresión, en el terreno electoral, de un profundo deseo de cambio que afectó no sólo a la clase trabajadora de la ciudad y del campo (la base de apoyo tradicional del PT), sino a amplios sectores de las capas medias, también castigadas por la política de los dos gobiernos de Fernando Henrique Cardoso.
El triunfo del PT en Brasil hay que enmarcarlo, como dijimos en su momento, en el proceso de gran agitación social y política que afecta a todo el continente latinoamericano, con situaciones abiertamente revolucionarias. Una peculiaridad de la situación política brasileña en comparación a la mayoría de los demás países latinoamericanos es la existencia de un partido como el PT, fundado en 1979, con una clara orientación clasista, y que ha sido el referente político durante más de dos décadas para la inmensa mayoría de los activistas sindicales, campesinos, comunitarios y estudiantiles a lo largo y ancho del país. Esa realidad, unida a la identificación de Lula como "uno de los nuestros" por las masas oprimidas en Brasil, redundó en que todos los deseos de cambio se expresasen por la vía electoral.
Con el voto al PT la gran mayoría de la sociedad brasileña apostó por un cambio drástico y general, por una opción política que entendía como diametralmente opuesta a la que puso en práctica Cardoso —que contó con el apoyo más o menos visible de todos los partidos burgueses brasileños— iniciando así una nueva etapa en la situación política brasileña.
La política del gobierno de Lula
La contradicción fundamental del nuevo escenario político que se ha abierto en Brasil es que la dirección del PT, al mismo tiempo que está subida en la cresta de esa inmensa y profunda oleada social hacia la izquierda, no tiene una alternativa que vaya más allá de administrar la crisis del sistema capitalista y como consecuencia agravar todas las injusticias sociales y los desequilibrios económicos que, precisamente, están en la base de esa oleada hacia la izquierda.
De hecho, si hay algo que ha caracterizado el primer año de gobierno de Lula, ha sido la rapidez y la dureza con la que ha empezado a aplicar las medidas de ajuste que exigían los capitalistas y el FMI. La situación revolucionaria en Argentina, en Venezuela y otros países latinoamericanos, unido a que el país estaba al borde de un colapso financiero, situó a la dirección del PT en la tesitura de tener que dejar con claridad, con más rapidez de la que quizás habían previsto inicialmente, qué política iba a seguir, especialmente en lo económico. La apuesta ha sido clara: continuidad y profundización de la política de Cardoso.
La decisión del gobierno de Lula, con Pallocci a la cabeza —hombre fuerte y ministro de economía— fue la siguiente: disipar cuanto antes cualquier duda que pudiera albergar el "mercado" y aprovechar la autoridad del PT para tomar medidas de choque, aunque afecten de lleno la base de apoyo social del partido. En realidad, esa situación está poniendo en evidencia que el margen que existe dentro del capitalismo para una política sustancialmente distinta a la llamada neoliberal es prácticamente inexistente.
La lógica de las medidas que se han tomado a lo largo de un año es evidente. "Tranquilizar a los mercados" significa, entre otras cosas, recortar los gastos en el área social y otras que no interesan a los capitalistas para garantizar el pago del servicio de la deuda. Una de las medidas más significativas y simbólicas de la política económica del nuevo gobierno fue la de subir aún más el objetivo de superávit fiscal primario exigido por el FMI, de un 3,9% del PIB, elevándolo al 4,5%.
Otra medida que se tomó, para evitar la huída de los capitales extranjeros, fue el incremento de los tipos de interés, que pasaron de un escandaloso 25% a un 26,5%. A mediados de año el gobierno rebajó el tipo de interés al 16,5%, pero difícilmente se puede presentar esa cifra como buena, puesto que sigue siendo uno de los orígenes de una auténtica sangría de riqueza del sector público al sector financiero nacional e internacional, que se hace de oro comprando deuda del Estado. Los tipos de interés en Brasil siguen siendo altamente atractivos para los especuladores, sobre todo en un contexto en el que estos están a niveles históricamente bajos en EEUU y en Europa. El endeudamiento, tanto interno como externo constituye un auténtico lastre para el desarrollo social y económico del país y es un hecho que el PT históricamente siempre ha denunciado. Una sola cifra ayuda a entender la dimensión de ese auténtico saqueo moderno: el 44% del presupuesto del año 2000 se destinó al pago del servicio de la deuda externa, frente al 5,9% que se destinó a Sanidad. Pensar que con un gobierno del PT los efectos de la misma política económica vayan a ser distintos no tiene ninguna base. La realidad es cruda y concreta. De hecho la deuda pública federal, que incluye la deuda externa, creció un 8,1% en 2003, pasando de 893.300 millones a 965.800 millones de reales (más de 300.000 millones de dólares) lo que conlleva, obviamente, un incremento de la cantidad de dinero público destinada a pagar intereses y a amortizar la deuda.
Efectivamente, el objetivo de déficit primario, necesario para cumplir con los servicios de la deuda, se ha cumplido, pero a costa de un ajuste presupuestario durísimo. El dato que ilustra de forma más clara la línea adoptada por el gobierno ha sido el hecho de que la inversión pública en el año 2003 fue una tercera parte del peor año de los ocho de Cardoso: un 0,27% del PIB, frente al 0,7% en 1999. En 2001 la inversión llegó al 1,21%. Por ejemplo, el Ministerio de Transportes, responsable de las principales obras de infraestructura del país, pudo gastar aproximadamente la mitad del valor invertido el año anterior, que ya era considerado bajo.
Otra medida en la misma línea fue la reforma de las pensiones, atacando de forma especial a los funcionarios. El gobierno ha utilizado toda su autoridad para justificar la reforma e incluso ha acusado a los funcionarios de privilegiados y de cobrar cantidades astronómicas. Eso ocurre con el 4% que cobra más que el propio presidente, pero no con el 70% de los empleados federales jubilados, que recibe una pensión de menos de 1500 reales (unos 500 dólares) al mes. Efectivamente, para la mayoría de los trabajadores brasileños, que trabajan sin contrato, con salarios míseros o incluso en condiciones de esclavitud, una pensión así (aunque claramente insuficiente) sería vista como una conquista impresionante. Sin embargo, el dinero estimado que el Estado ahorrará con esta reforma, 56.000 millones de reales en 30 años, no se destinará a los más pobres sino a los más ricos: en los cinco primeros meses del año 2003 el Estado ya había dilapidado 65.000 millones de reales en concepto de intereses de la deuda.
Además de la reforma de las pensiones, el gobierno aprobó la reforma tributaria que, al parecer, incrementará los impuestos indirectos, cuando en Brasil, el 70% de la tributación incide sobre el consumo y no sobre la renta. La agenda del gobierno para el 2004 no da lugar a dudas de que su intención es continuar con la misma política económica. Se prorroga el objetivo de superávit primario para el 2004 y el 2005; se ha anunciado una reforma sindical y otra laboral; se va a aprobar una ley de quiebras; sigue el objetivo de propiciar la independencia del Banco Central, lo que condicionaría aún más la política económica del gobierno a los intereses del gran capital.
Representantes de la burguesía en el gobierno del Lula
Paradójicamente, después de un tremendo varapalo electoral de Cardoso y su neoliberalismo, varios hombres de confianza del capital y defensores de la política del gobierno anterior están en puestos importantes del equipo diseñado por Lula. Por ejemplo, el Ministro de Agricultura —Roberto Rodrígues— es una persona con claros vínculos con los terratenientes; Furlan, Ministro de Hacienda, es un gran empresario; Meireles, el actual presidente del Banco Central, fue ex presidente mundial del Banco de Boston. El mismo Vice-presidente, José Alencar, es el empresario textil más importante del país. En enero el gobierno designó nuevos ministros del PMDB, un partido de derechas proveniente del MDB (la bota "democrática" de la dictadura militar). Claro que también hay ministros del PT en gobierno, ¡faltaría más! Pero la combinación de ministros del PT con ministros burgueses no tiene como resultante una política intermedia, sino una política abiertamente burguesa. En realidad, como un regalo venido del cielo, la burguesía está teniendo un balón de oxígeno, gobernando a través de un partido obrero, cuando todos sus dirigentes y partidos están muy desprestigiados, por no decir en crisis total. En la práctica el consenso social del que Lula hace tanta gala consiste en lo siguiente: él y los ministros de su partido ponen su autoridad y la derecha contribuye con las directrices políticas a seguir. Aunque hay que decir, en honor a la verdad, que ministros como Pallocci, del PT, defienden el capitalismo con tanto ahínco e ilusión que probablemente la burguesía ya le haya otorgado el honor de representarla directamente.
Esa situación no puede durar mucho tiempo y en el fondo revela la enorme debilidad política de la burguesía brasileña. A corto plazo sigue prevaleciendo la gran autoridad de Lula y la paciencia de las masas. Existe un cierto margen de maniobra mientras no haya una entrada en escena generalizada de la clase trabajadora y el campesinado en la lucha o no se produzca una crisis financiera como la de 1999. Pero lo cierto es que ambos factores están implícitos en la situación y es difícil pronosticar con exactitud cuándo y cuál será el factor particular que los desencadenará. Además, tanto la situación económica como el ambiente político están íntimamente relacionados con el contexto internacional.
A pesar de que el gobierno está lanzando las campanas al vuelo sobre la estabilización de la economía y el alejamiento de la crisis financiera, lo cierto es que el año 2003 presentó un cuadro de casi recesión económica, con un pírrico crecimiento del 0,1% del PIB. La producción industrial, aunque ligeramente, fue negativa, un –0,47%. La inversión extrajera directa, que en el 2000 alcanzó 30.000 millones de dólares, se redujo a 9.200 millones en 2003. El aspecto que ha evitado un panorama aún más sombrío ha sido el auge de las exportaciones, sobre todo a China, que por muy poco no ha sustituido a Argentina como segundo destinatario de las exportaciones brasileñas y a la propia recuperación del país vecino, después de un período catastrófico. Dentro de las exportaciones ha adquirido una especial relevancia el llamado agro-negocio, que representa casi el 50% del total. Pero el hecho de que la economía brasileña dependa en más medida de las exportaciones (dentro de las cuales tienen un peso muy grande las materias primas) y siga siendo tan sensible al comportamiento del capital externo indica por si mismo la gran vulnerabilidad a la que está sometida.
El gobierno está dando mucha relevancia a su política exterior y a la gestación de nuevas áreas comerciales, en un tono un tanto desafiante hacia el imperialismo norteamericano (MERCOSUR, G-20, etc.). Sin embargo, será harto complicado que Brasil eluda una realidad: su principal socio comercial es EEUU (16.690 millones de dólares en 2003) que también está lanzando una dura campaña de conquista del mercado mundial, seguido muy por detrás por Argentina (4.650 millones) y China (4.530 millones). Con EEUU las fricciones comerciales son notorias y con el país vecino hay prácticamente un clima de guerra comercial; difícilmente el tirón exterior puede tener la fuerza como para arrastrar al conjunto de la economía. Lula quiere aparecer como un líder internacional contestatario, inventor de un orden comercial más justo, pero lo cierto es que en las cuestiones fundamentales está aceptando las reglas de juego del imperialismo, que además está utilizando políticamente su figura de líder díscolo pero razonable, para contraponerla a la de Chaves y Castro, que pueden suscitar simpatías revolucionarias mucho más peligrosas.
¿Espectáculo de crecimiento?
Muchos economistas matizan el optimismo del gobierno señalando que, de momento, no hay síntomas sólidos de recuperación a la vista porque la tasa de inversión sigue en niveles históricamente bajos. Dicen que la recuperación económica en Brasil será como el vuelo de la gallina: corto y bajo. Lo más importante, en todo caso, es el alcance social que tienen las cifras económicas generales.
Lula se apresuró, a mediados de año, a anunciar que el país ya había entrado en el espectáculo del crecimiento económico, después de un periodo necesario de ajuste. El programa del gobierno el PT estableció objetivos de crear 10 millones de empleos en cuatro años y doblar el valor del salario mínimo en el mismo periodo. Pero para que este objetivo empezara a salir del papel ya en el año 2003, el PIB tendría que haber crecido un 5%. En realidad, un crecimiento económico a tasas superiores al 5%, durante varios años, es el único argumento que esgrime el gobierno para explicar cómo va a satisfacer a los banqueros y a los pobres a la vez. Pero esa perspectiva es una conjetura que no tiene ninguna base. De momento sólo está satisfaciendo a los primeros.
La dura realidad es que el índice de desempleo en el Gran Sao Paulo, el área más industrializada del país, alcanzó la cifra del 19,9%, la más alta de 1985. Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) el rendimiento real medio de los trabajadores cayó un 13% entre noviembre de 2002 y 2003.
En el campo, el gobierno prometió el asentamiento de 60.000 familias a lo largo del año, frente a las 180.000 que exigía el MST, pero las estimaciones son que difícilmente se llegará a los 25.000. En Brasil hay cuatro millones de familias campesinas sin tierra y es el país donde la distribución de la tierra es la más injusta del mundo. El gobierno ya ha anunciado su proyecto de Reforma Agraria, pero tras las tomas de contacto del MST con responsables de la misma, ya se vislumbra una cierta decepción: el plan no toca para nada los latifundios y no concreta ningún respaldo económico que mejore la situación de los asentamientos y promueva otros. A pesar de la moderación del PT en ese terreno —que ni siquiera ha cumplido su promesa de abolir la ley provisional del anterior gobierno que impide que una tierra ocupada ilegalmente por los campesinos sea objeto de reforma agraria— la conflictividad en el campo se ha incrementado notablemente. Se han superado respecto al año 2002 las ocupaciones de tierra por parte de los campesinos y los terratenientes han respondido con más asesinatos en el campo. Como en los años 80, los terratenientes hablan abiertamente de rearmarse contra las ocupaciones y convocan contramanifestaciones para hacer frente a las marchas del MST. Los terratenientes se quejan de que la victoria del PT ha animado a los sin tierra, que ahora creen que uno de los suyos está en el gobierno.
De momento, las tensiones sociales no se han expresado aún de forma generalizada. Hemos asistido a los primeros choques con la huelga de funcionarios contra la reforma de las pensiones. Igual de sintomática es la creciente tensión en el campo.
El PT no es cualquier partido y Lula no es cualquier dirigente. Tienen profundas raíces en las masas, particularmente en las más oprimidas. En la conciencia de la gente humilde hay una gran resistencia a creer que después de un acontecimiento histórico como la llegada de su partido al gobierno, las cosas vayan a seguir como antes. Pero esa situación no durará indefinidamente.
Crisis en la cúpula del PT
Quizás, el anticipo más claro de que tarde o temprano la situación va a estallar es la crisis que se vive en la propia cúpula del PT. Recientemente fueron expulsados tres diputados federales y una senadora del partido por su oposición a la reforma de las pensiones y en general al rumbo que está tomando el gobierno. Pero es evidente que eso es el principio del principio de una crisis mucho más profunda. Es absolutamente inevitable, y más en el contexto económico y político de Brasil, de América Latina y mundial, que las tremendas tensiones entre las clases tengan una expresión en un partido de masas como es el PT.
Es verdad que el giro a la derecha de la mayoría de la dirección del PT no es una novedad. Es un proceso que se viene fraguando desde hace años. Con todo, el giro a la derecha ha sufrido una aceleración brutal en el último año, provocando un verdadero trauma en el partido y abriendo fisuras mucho más claras por arriba. Las críticas más duras contra el gobierno han venido de las filas del propio PT o de movimientos ligados históricamente al PT como es el MST. Hay una parte del grupo parlamentario del PT que se ha organizado como una fracción crítica. Hay ministros que constantemente expresan su amargura e impotencia por la tardanza en las famosas reformas sociales que todos esperaban. Como llegó a decir un ministro, lo peor no es que no se hayan concretado cambios ya, sino que no hay ninguna perspectiva razonable de que los vaya a haber.
¿Acaso no es muy significativo que a sólo un año de gobierno las fricciones, al menos los síntomas de la división, estén tan avanzados? ¿Qué pasará cuando quede más evidente para las masas que la prometida "fase B", de reparto de la riqueza y de prosperidad social, no va a llegar, después de haber pasado por la "fase A" de ajustes sociales brutales?
Por más medidas burocráticas que la actual dirección del PT tome contra la oposición interna en el partido, ésta no hará más que crecer. Por eso, aunque nos posicionamos totalmente en contra de la expulsión de los compañeros diputados y de la senadora, no compartimos la idea de lanzar otro partido. Existen en Brasil las condiciones para un proceso revolucionario triunfante. El problema fundamental de la clase obrera brasileña es la ausencia de un partido de masas con una dirección revolucionaria. Pero la tarea de la construcción de un partido genuinamente revolucionario y socialista en Brasil pasa en gran medida por intenso trabajo de convencimiento y de explicación a los trabajadores que ahora apoyan a Lula.
El PT es una organización de masas, ha sido y es el referente político para millones de activistas y luchadores en la ciudad y en el campo, aunque la mayoría de los cuales ni siquiera estén afiliados o si lo están no participen regularmente en las reuniones orgánicas del partido. Millones de personas gravitan en torno a un partido que no fue producto de una invención de laboratorio sino de la irrupción del sector más organizado de la clase obrera brasileña en la vida política durante la lucha contra la dictadura. Los partidos obreros verdaderamente de masas no se crean con una campaña, son el producto de grandes cambios en la organización y en la conciencia de nuestra clase y en realidad son acontecimientos escasos.
Lenin tenía muy clara la necesidad de construir otros partidos obreros y otra internacional tras analizar la gran traición que supuso el apoyo de los dirigentes reformistas de la II Internacional a los créditos de guerra en 1914. Sin embargo no fue hasta después de la gran experiencia que supuso para las masas la revolución de Octubre de 1917 y después de una paciente lucha por la mayoría dentro de las viejas organizaciones cuando se empezaron a constituir los partidos comunistas.
Las trabas burocráticas y las medidas organizativas no deben ser una excusa para obviar una tarea fundamental para los revolucionarios: contrarrestar la influencia del reformismo sobre los sectores más conscientes y activos de nuestra clase. Probablemente, nunca una expulsión política en el PT suscitó tantos recelos en la propia base del partido. Es más, las expulsiones han creado una audiencia y un interés por el planteamiento de los expulsados mucho mayor que antes. La combinación de una actitud compañera hacia la base y la dirección del PT unido a la firmeza en la defensa de un programa de transformación socialista y una reafirmación inequívoca de que se va a seguir dando la batalla por cambiar la orientación del partido, a pesar de las medidas organizativas, tendría un impacto mucho mayor que la proclamación de otro partido.
Antes de crear otro partido la clase obrera intentará una y otra vez transformar el suyo y no hay ninguna duda de que, venga de donde venga, la chispa que provoque un movimiento de masas en Brasil tendrá una profunda repercusión en el seno del Partido, y no es descartable que llegue a provocar un crisis en el gobierno.
Es posible que las tensiones en la dirección del PT y en el gobierno se expresen en enfrentamientos aún más duros que los ocurridos hasta ahora incluso antes de que se produzca un movimiento de masas. Tal como está el calendario, el ritmo de "reformas" previstas por el gobierno no va a decrecer. Se va a someter al partido a más y más tensiones sin que la apuesta de Pallocci por la ortodoxia neoliberal apunte a una estabilización económica, social y política.
Luchar contra la política de Lula dentro del PT
Según hemos podido leer en la prensa brasileña, la dirección del PT tiene previsto convocar un Encuentro Nacional del partido con el fin de homogeneizar el discurso hacia fuera. Inicialmente la reunión estaba prevista para el 2005, pero hay sectores de la dirección que quieren adelantar la reunión, seguramente quieren "homogeneizar" el partido (es decir, preparar el terreno para más expulsiones) antes de que las discrepancias por arriba acaben teniendo una expresión más organizada por abajo, dificultando así el control del partido. Otra prueba también serán las elecciones municipales de noviembre de 2004. Eso creará más tensiones y contradicciones. Es posible que haya un cierto castigo al PT, que se va a combinar con un distanciamiento cada vez mayor de los aliados burgueses del gobierno, de tal manera que el gobierno recibiría bofetadas por la izquierda y por la derecha.
Sea como fuera, el surgimiento de una corriente de izquierdas y con una base de masas en el PT, probablemente basada en una amplia capa de dirigentes sindicales, comunitarios y del movimiento campesino cada vez más radicalizada —muchos de ellos ahora seguramente apoyan a Lula— tendrá un efecto político mucho más profundo en la sociedad brasileña que cualquier escisión que se produzca prematuramente en el partido.
Una de las lecciones importantes a sacar de la experiencia del primer año de gobierno de Lula es que no hay terceras vías entre el capitalismo y el socialismo. Cuando Lula anunció su intención de hacer una política para todas las clases, para los ricos y para lo pobres, dijimos que era imposible. Su enorme autoridad, por su extracción obrera y larga trayectoria de lucha, ha podido insuflar alguna expectativa en que el destino de millones de personas en un mundo mejor se podría hacer compatible con las reglas de juego del sistema, que era posible el capitalismo con rostro humano. Se ha equivocado completamente. ¡Qué poco ha tardado, el que iba a ser el punto más emblemático de su gestión —el plan Hambre Cero que tantas simpatías suscitaron en el mundo entero—, en acabar en una simple declaración de intenciones!
Las mismas fuerzas, gigantescas y frescas, que han aupado el PT al gobierno, tarde o temprano pasarán al terreno de la acción. Los oprimidos nunca abandonan la lucha, porque su vida misma es una lucha constante por sobrevivir. El cambio político en Brasil presagia un choque tremendo entre las clases en el que una vez más el programa de la transformación socialista de la sociedad se revelará como la única salida al infierno que para la mayoría de la población brasileña significa el capitalismo.
2 de febrero de 2004