Para enfrentar a Piñera, hay que romper la Concertación y formar un bloque PS-PC con un programa socialista
La elección del derechista Sebastián Piñera como Presidente de Chile supone una ruptura fundamental con los 20 años de gobierno de la Concertación Democrática, la insana coalición del Partido Socialista con la Democracia Cristiana.
Seguramente, muchos trabajadores y jóvenes chilenos se habrán sentido aturdidos con la victoria de Piñera, que está respaldado por los mismos personajes y grupos políticos de derecha reciclados que colaboraron con la dictadura pinochetista. Como no podía ser de otra manera, Piñera contó con el apoyo activo de todas las fuerzas de la reacción: la cúpula del Ejército, la gran patronal con sus medios masivos de comunicación, y la jerarquía eclesiástica.
No menospreciamos la gravedad de la situación, pero nos parece un error grave caer en el pánico como lo han hecho un sector de la izquierda e innumerables politólogos e intelectuales "progresistas" de Chile y América Latina. Particularmente, rechazamos con firmeza que el resultado de estas elecciones presidenciales suponga un giro a la derecha fundamental en la sociedad chilena, y mucho menos en su clase trabajadora, como interesadamente insiste la prensa burguesa en todos los países.
Unas elecciones con un valor muy relativo
Como marxistas, no damos a las elecciones en una democracia burguesa un valor absoluto, sino relativo. En cualquier país, el voto de una parte importante de la población está condicionado por la presión implacable de los grandes medios de comunicación y las campañas millonarias de los políticos burgueses que auspician los grandes empresarios y monopolios, que tratan de explotar a su favor el miedo y la incertidumbre que padecen millones de personas en el sistema capitalista, sobre todo la pequeña burguesía y las capas más pauperizadas y más atrasadas políticamente de la clase trabajadora.
Este condicionamiento es tanto mayor cuanto menores son las diferencias políticas de fondo entre los candidatos en pugna, y cuanto más elevado es el nivel de frustración o desconfianza que estos sectores mantienen hacia alguno de los candidatos o el gobierno de turno.
Pero la experiencia demuestra que estos mismos sectores, pasado un tiempo, se revuelven con furia contra aquellos a quienes eligieron cuando éstos fracasan en satisfacer sus expectativas, y pasan a buscar febrilmente una alternativa en un sentido político opuesto.
Aparte de esta consideración general, hay que decir que Chile, como otros países, mantiene un sistema electoral con serias limitaciones democráticas, una herencia de la dictadura que los cobardes políticos reformistas, principalmente los dirigentes del ala derecha que controla el Partido Socialista, aceptaron sin protestar. Concretamente, el derecho a voto no es automático, como en la mayoría de los países, sino que hay que inscribirse voluntariamente en el padrón electoral.
Después de dos décadas de frustraciones y desidia, particularmente entre la juventud, el número de inscritos en el padrón electoral chileno prácticamente no varió en 20 años. Más aún, en el referéndum de 1988 que inició el proceso para terminar con la dictadura de Pinochet votó más gente, 7.251.930 votantes, que el 17 de enero pasado, con 7.145.485 votantes.
En Chile se estima una población legalmente habilitada para votar de 12,18 millones, pero sólo aparecen inscritos con derecho al voto 8,11 millones, el 66,5% de la población habilitada para votar. De entrada, esto implica una abstención técnica del 33,5%. De manera que, si votaran todos los inscritos, la participación electoral real estaría en el 66,5%, una cifra que sería consideraba baja en cualquier país capitalista. Si a esto le añadimos que en las elecciones del 17 de enero se abstuvo de votar el 12% de los inscritos (970.000 personas), esto colocaría la participación real en sólo el 58,5%; y si a esta cifra le adosamos el número de los votos en blanco y nulos habidos (242.000 ó el 2% de los inscritos), la participación real que decidió la presidencia a favor de Sebastián Piñera fue de sólo el 56,5% de la población habilitada legalmente para votar, una cifra que está muy lejos de ser tomada seriamente como representativa de la voluntad popular. Como Piñera consiguió apenas poco más de la mitad de estos votos el pasado domingo, su apoyo efectivo realmente sólo fue del 28,66% de la población legalmente habilitada para votar.
Una votación muy reñida
Hay otro dato que niega este giro a la derecha fundamental en la sociedad chilena. Y es que en la primera vuelta electoral del pasado 13 de diciembre, los candidatos a la izquierda de Piñera, que decían ubicarse todos ellos en la centroizquierda y en la izquierda sacaron cerca del 56% de los votos contra el 44% obtenido por aquél.
La verdad es concreta, aunque finalmente Piñera ganó la elección presidencial en la segunda vuelta esto fue debido a que armó su campaña electoral en torno a un discurso descaradamente demagógico que prometía crear un millón de empleos "con sueldos justos" y ampliar los beneficios sociales de la población en salud, educación, desempleo, etc., mientras ocultaba convenientemente la cara fea de la reacción. Como parte de este discurso demagógico prometió también, al igual que hicieron casi todos sus rivales en la elección presidencial, terminar con la delincuencia "y el narcotráfico", pero se distanció todo lo que pudo de cualquier reivindicación de la dictadura de Pinochet. Es decir, el aumento de votos a su favor, con respecto a la elección presidencial de 2005, cuando perdió con Michelle Bachelet, no provino de su discurso "derechista" y "reaccionario", sino de su discurso demagógico y "centrista".
Su imagen de empresario exitoso convenientemente aireada (es el principal accionista de la Aerolínea LAN y tiene intereses en decenas de empresas y medios de comunicación) fue utilizada por Piñera como un aval para sus promesas demagógicas y así asegurarse el apoyo de la pequeña burguesía y de sectores atrasados de la clase trabajadora.
A Piñera lo ayudó particularmente el pobre carisma personal del candidato de la Concertación y ex-presidente, el democristiano Eduardo Frei, un candidato impuesto sin elecciones primarias dentro de la Concertación, lo que suscitó una repulsa amplia en las bases socialistas. De hecho, fue en protesta por esta designación la excusa que esgrimió el candidato "independiente" y ex-diputado socialista, Marco Enríquez Ominami (denominado ME-O) para candidatearse, y conseguir el 20% de los votos en la primera vuelta.
Y no obstante, Piñera tuvo que sudar hasta el final en una elección muy reñida cuando inesperadamente, en los días previos a la fecha de votación, el voto a Frei en las encuestas comenzó a subir. Esto reflejaba un intento desesperado de amplios sectores de la clase obrera chilena de cerrar filas en torno a Frei, como un mal menor, para impedir la primera victoria de la derecha chilena en décadas. Finalmente, Sebastián Piñera consiguió un agónico 51,62% frente al 48,38% de Frei, apenas 225.000 votos más, una cantidad inferior al número de votos blancos y nulos. Aunque aparentemente parezca sólo un juego de palabras, la realidad es que no fue Piñera quien ganó, sino que fue Frei quien perdió.
Por cierto, la táctica abstencionista propiciada por sectores de la izquierda extraparlamentaria ha demostrado su inutilidad, particularmente en la primera vuelta; y es de suponer que no habrá sido recibida con mucho entusiasmo por la mayoría de los trabajadores chilenos ante la sensibilidad despertada en ellos por el peligro de la victoria de la derecha. Independientemente de que la campaña política de estos sectores tuvo un alcance muy limitado, en cualquier caso no sirvió para frenar a la derecha ni para poner en pie una alternativa revolucionaria a las direcciones reformistas que dirigen el PS y el PC.
Perspectivas políticas
Piñera conoce perfectamente el terreno que pisa y sabe que su victoria carece de una base social amplia para llevar a efecto la política que su clase, la burguesía, y el imperialismo necesitan llevar adelante. Esta política implica, desde el punto de vista económico, consolidar Chile como un país minero-exportador con una clase obrera domesticada; y, desde el punto de vista diplomático, asegurar Chile como una cabeza de puente sólida del imperialismo norteamericano en la región.
Es verdad que el gobierno de la Concertación no plantea una propuesta política muy diferente a la de la derecha, pero en la medida que el Partido Socialista chileno está vinculado históricamente a la clase obrera, necesariamente debe atender, siquiera limitada y muy parcialmente, algunas demandas de aquélla bajo la forma de migajas y concesiones pequeñas. Pero un gobierno completamente burgués carece de esos condicionamientos y sólo atiende los intereses de su clase.
Ahora bien, ¿de qué forma entonces podría la derecha asegurar la aplicación de su programa político? Pese a su victoria presidencial, la derecha está en minoría en ambas cámaras, Diputados y Senadores, donde la Concertación tiene una mayoría precaria. Esta es la razón de que en su primer discurso después de las elecciones, Sebastián Piñera apelara a la Concertación al "consenso". Pero ha ido más allá, y ha hecho un ofrecimiento a la Democracia Cristiana a que se integre a su gobierno y asegure la gobernabilidad burguesa. En primera instancia, los dirigentes democristianos han rechazado el ofrecimiento. Pero eso obligará a Piñera a tratar de escindir la Democracia Cristiana para asegurarse este objetivo, como ya avisamos en nuestro artículo anterior sobre las elecciones chilenas. De hecho, esta posibilidad fue reconocida por el Jefe de Gabinete del gobierno de la Concertación, el democristiano Pérez Yoma, cuando se le preguntó por esta eventualidad: "No obstante, el jefe de gabinete no descartó que haya un intento de reclutar personas de su partido, como lo adelantó el propio presidente electo [Piñera], a principios de diciembre." (Argenpress, 19 enero)
La burguesía chilena se enfrenta aquí a un gran dilema. Una escisión por derecha de la DC debilitaría todavía más a este partido dentro de la Concertación y le haría perder toda la credibilidad, ya muy mermada tras la derrota de Frei, ante la base y ante un sector importante del aparato del Partido Socialista. La posibilidad de una ruptura de la Concertación entre la DC y el PS se aceleraría en ese caso. Sin embargo, el sostenimiento de la Concertación es esencial para la burguesía chilena, ya que tiene el objetivo principal de impedir un giro a la izquierda en el PS y la reedición un pacto tipo Unidad Popular entre el PS y el PC que volviera a traer los "fantasmas" del 70-73. Por esa razón, lo más probable es que si hubiera una escisión en la DC, su ala "izquierda" permanecería en la Concertación para tratar de frenar cualquier deriva izquierdista en el PS; aunque esta nueva situación quizás sí permitiría la incorporación del PC a la Concertación, que es un viejo anhelo de sus dirigentes.
En este contexto, no está claro qué pasos concretos adelante dará Enríquez Ominami. No está descartado que la Concertación trate de repescarlo y lo coloque a su cabeza para que insufle vida a una coalición moribunda, pese a que ME-O declaró tras la primera vuelta electoral que fundaría una fuerza política propia. Pero esta fuerza, al margen de las organizaciones políticas tradicionales de masas, como son el PS y el PC, que están profundamente enraizadas en la clase obrera chilena, no tendría mucho futuro. El valor político de la experiencia de Enríquez Ominami, más allá de las características personales del personaje, es que demostró que existen condiciones para poner en pie una alternativa de masas a la izquierda de la Concertación. Pese a todos los análisis interesados y superficiales al respecto de los medios burgueses y los realizados por algunos compañeros en la izquierda, lo que quedó en evidencia es que el apoyo fundamental que despertó Ominami provino de las bases socialistas y de la juventud desencantada con la candidatura de Frei.
La clase se moverá
Inevitablemente, en su proceso de radicalización y de toma de conciencia política, la clase obrera chilena deberá pasar por la escuela de un gobierno burgués reaccionario.
En determinado momento, el gobierno de Piñera arrojará su máscara amable y simpática a un lado y mostrará su rostro feo y la arrogancia de su clase. Pero tarde o temprano se llevará una sorpresa, pese a la calma superficial que envuelve a la sociedad chilena un fermento de malestar y rebeldía ha ido acumulándose luego de años de ajustes, de pérdida de derechos laborales y sindicales, de años de superexplotación y extenuación, de salarios que no alcanzan, y de un sistema político e ideológico opresivo, herencia de la dictadura. Esta calma ha sido sacudida varias veces en los últimos años, por la lucha impetuosa de los "pingüinos", los estudiantes secundarios que acorralaron al gobierno de Bachelet en 2006, por las luchas tormentosas de los trabajadores mineros de las subcontratistas de CODELCO por su incorporación a la empresa estatal, en las luchas docentes en demanda de la "deuda histórica", por los trabajadores bancarios, los municipales, por las luchas de las poblaciones por vivienda y condiciones de vida dignas, etc.
Este aprendizaje ya se inició, incluso antes de la toma formal de posesión del nuevo gobierno, a principios de marzo. Así, no pasó mucho tiempo después de las elecciones para que Piñera mostrara su verdadera faz de burgués reaccionario y codicioso. Con la notoriedad adquirida luego de ser elegido presidente, el valor de las acciones de sus empresas en la Bolsa ha subido como la espuma, particularmente las de la aerolínea LAN que dos días después de las elecciones subió un 36%. Precisamente, Piñera había asumido el compromiso público de desprenderse de sus acciones en LAN y otras empresas antes de ser elegido Presidente, lo que claramente no hizo. Y ahora espera ingresar no menos de 11 millones de dólares por la venta o traspaso de estas acciones.
Piñera también anunció su disposición a privatizar hasta el 30% de la estatal CODELCO, la principal empresa minera de cobre del mundo que aporta al fisco 25.000 millones de dólares anuales.
En este sentido, es interesante señalar que el año 2010 se inició en Chile con la huelga de los mineros de CODELCO en Chuquicamata, la primera en 13 años, por aumentos salariales y otras demandas. Pese a que los mineros fueron demonizados por la derecha y la Concertación, y la prensa a su sueldo, obtuvieron una victoria resonante con sólo dos días de huelga. También en octubre los mineros de la otra gran mina propiedad de CODELCO, El Teniente, estuvieron 25 días en huelga también por pedidos salariales.
Las tareas
No cabe duda de que sectores muy importantes de la clase obrera chilena están reflexionando seriamente sobre las perspectivas que traerá el gobierno de Sebastián Piñera y las causas que explican la derrota de la Concertación. En sus conclusiones claramente quedarán en evidencia que fue la política falsa, cobarde, timorata, limitada y "pragmática" del gobierno concertacionista, su condescendencia hacia los intereses de los ricos y el imperialismo, la que llevó a la desidia a amplios sectores de las masas explotadas y abonó el triunfo final de la derecha en las elecciones presidenciales, que sólo traerá más ataques y penalidades a la clase trabajadora y la juventud.
La alternativa para enfrentar a la derecha y preparar la llegada de un gobierno de los trabajadores y del pueblo explotado pasa por romper esa camisa de fuerza que se llama Concertación, obligar a los dirigentes del PS a romper con la burguesa y traidora Democracia Cristiana y a formar un bloque de los dos partidos obreros de masas de Chile, el PS y el PC. Un frente PS-PC con un programa verdaderamente socialista que parta de demandas básicas sobre empleo, salario, vivienda, salud, educación, y derechos democráticos y sindicales plenos, vinculado a la expropiación de la minería del cobre, de la banca, los latifundios y de los principales monopolios que sangran el país, sin indemnización (salvo a pequeños accionistas o ahorristas sin otros medios de vida) y bajo control obrero. Este programa puesto en discusión en asambleas de masas en los barrios, pueblos, lugares de trabajo, escuelas y facultades, encontraría una audiencia de millones, galvanizaría la conciencia de millones de trabajadores y jóvenes combativos, y ayudaría a redescubrir y retomar las grandes tradiciones revolucionarias de la clase obrera chilena. Eso es lo que temen los enemigos de los trabajadores chilenos, de ahí su empecinamiento en mantener viva la Concertación.
Probablemente no es de esperar que las actuales direcciones del PS y del PC tomen iniciativa alguna en este sentido, por eso sería necesario propiciar la formación de corrientes de izquierda en el seno de ambos partidos, que deberían alcanzar el mayor grado de masividad posible, para aunar esfuerzos conjuntos en pos de este objetivo y para oponer una alternativa de dirección. No hay tiempo que perder. El enemigo trabaja a favor de sus intereses. En nuestra opinión, los activistas obreros y juveniles avanzados de Chile también deben extraer las lecciones de su experiencia y actuar en consecuencia.