La movilización del 8 de noviembre tuvo una concurrencia masiva en todo el país y contó con una composición heterogénea, abrumadoramente de sectores de clase media, con todos sus matices, y con reclamos contradictorios. En rigor, la convocatoria a esta movilización fue una de las mayores estafas políticas habidas en el país en años. Convocada y financiada desde las sombras por los peores enemigos de la clase trabajadora y del pueblo pobre, fue capaz de aglutinar el malestar de un sector de la sociedad.
Hay que preparar una gran movilización popular
El dato de Clarín que habla de 700.000 personas en la capital y 3 millones en todo el país es completamente fantasioso. La cifra de 250.000 en Capital se ajusta más a la realidad y, siendo generosos, hasta 600.000 personas a nivel nacional; que no obstante son cifras importantes.
En las zonas proletarias del Gran Buenos Aires (zonas sur y oeste sobre todo y partes de la zona norte) la protesta fue pequeña, y más considerable en las zonas de clase media (como Ramos Mejía en zona oeste) y de clase media alta en la zona norte (Olivos, San Isidro). Lo mismo ocurrió en las grandes ciudades como Córdoba y Rosario.
Episodios oscuros fogonearon la protesta el día previo, como el apagón que durante horas afectó a la mayor parte de la Capital y zonas sur y oeste del conurbano, con temperaturas que alcanzaban los 35º y, en menor medida, el paro sorpresivo de la Línea Sarmiento de trenes por un rumor falso de impago de salarios, que también provocó un importante malestar en los usuarios. Nunca sabremos cuántos miles de personas decidieron movilizarse a última hora como consecuencia de estos hechos.
Una manipulación descarada financiada por la derecha
La protesta del 8N fue cuidadosamente diseñada, organizada y convocada durante semanas a través de las “redes sociales” tales como Clarín y sus 300 medios de prensa, radio y TV; diarios reaccionarios como La Nación y Perfil, los aparatos partidarios del PRO, la UCR, la derecha peronista, el FAP de Binner; las patronales agropecuarias Sociedad Rural y Federación Agraria, la burocracia sindical de Barrionuevo y “Momo” Venegas, y algunos usuarios de Facebook a sueldo de todos los anteriores que se prestaron a hacer de “cara pública” de la iniciativa.
Durante semanas la movilización fue convocada en las calles de todo el país por medio de afiches sin firma, pagados y pegados en las paredes por “no se sabe quién”, con spots publicitarios en webs en castellano de Argentina, América Latina, España y EEUU también financiados por “no se sabe quién”. “No se sabe quién” adoctrinaba desde esas redes sociales sobre las consignas a agitar, sobre cómo ir vestidos a la protesta, sobre con qué medios se podía hablar o no en las movilizaciones. Y sobre todo, “no se sabe quién” eligió en cada ciudad el lugar a dónde se debía concurrir para concentrarse y marchar. También el mismo día de la marcha hubo decenas de micros y “combis” privadas llevando gente a Capital pagados por “no se sabe quién”.
Como ya denunciamos en su momento, la protesta fue impulsada por un amplio sector de la burguesía abiertamente enfrentado al gobierno (las grandes patronales, latifundistas y monopolios mediáticos) y la oposición de derecha, que trata de debilitar al gobierno de Cristina con el objetivo, a corto plazo, de que gire a la derecha; y, a mediano plazo, tratar de llevarlo al máximo descrédito para forzarlo a renunciar. El papel que juega en esto la fecha del 7 de diciembre (7D), cuando vence el plazo dado por la Corte Suprema de Justicia para que entre en pleno vigor la Ley de Medios, es claro. No es que Clarín en solitario está organizando todo esto para abortar la aplicación de la Ley de Medios, sino que los sectores dominantes de la burguesía, con Clarín a la cabeza, están utilizando la lucha contra la Ley de Medios como banderín de enganche para desestabilizar al gobierno.
Una composición heterogénea
La progresividad de una protesta no la mide su masividad, incluso aunque haya un componente importante de trabajadores, que no fue el caso. Es necesario tener un punto de vista de clase que nos diga quién está detrás de la movilización, cuáles son los reclamos principales y qué objetivos se persiguen. Independientemente de la masividad de la protesta es claro que fue la oposición de derecha quien la organizó y financió, y que el objetivo era desacreditar el gobierno para instalar una alternativa política a su derecha en la conciencia popular.
Se utilizó y manipuló el malestar de cada capa y clase social, aun contradictorios unos con otros para perseguir estos fines. Como tal, la movilización tuvo un carácter reaccionario, independientemente de su composición y de la motivación personal que empujó a los manifestantes a acudir a las marchas.
En ese sentido, aquellos sectores que dicen hablar desde el campo popular, como el FAP y Proyecto Sur jugaron un triste papel apoyando la movilización –lo que muestra que desertaron completamente del campo popular– no peor que aquéllos que le dieron un apoyo tácito, como el caso de Moyano y Micheli, que buscan pescar en río revuelto con tal de debilitar al gobierno, jugando en los hechos el papel de furgón de cola de la burguesía.
En rigor, la movilización del 8N era un saco vacío al que podía añadirse cualquier cosa, cualquier pedido era válido –y así se estimulaba desde las “redes sociales” que la convocaron– para tratar de sumar a todo el mundo. Había desde reclamos genuinos contra la inseguridad, la inflación y el transporte, que golpean más a las familias obreras, a reclamos típicos de la clase media reaccionaria movida por su gorilismo y su odio fanático al gobierno, repitiendo como loros los títulos de Clarín: contra la corrupción del gobierno, libertad de expresión, rechazo a la Corte Suprema, no queremos alimentar a vagos, etc.
Fue una maniobra ruin y despreciable de manipulación de masas, por parte de la burguesía y de la derecha, porque si los organizadores hubieran mostrado sus verdaderas credenciales hubiera quedado claramente expuesto su contenido de clase reaccionario, y el alcance de la protesta habría sido mucho menor.
Por supuesto, la oposición de derecha tiene muchísimas menos alternativas que el gobierno actual para luchar contra la inflación, la inseguridad, la corrupción, la violencia de género y la trata de personas, porque son los más firmes defensores de este sistema capitalista podrido y de sus secuelas nefastas, aparte de que su programa económico implica un ajuste brutal contra los trabajadores, como representantes genuinos que son de los intereses empresarios.
La debilidad invita a la agresión
Dicho todo lo anterior, el gobierno también tiene una altísima responsabilidad política en haberle habilitado tal nivel de juego a la derecha. Como ya señalamos en una declaración anterior luego del cacelorazo del 13 de septiembre y de la protestas de prefectos y gendarmes, quedaba claro que la reacción había puesto en pie un gran complot para desestabilizar al gobierno.
En ese momento dijimos que había que ganar la calle y movilizar activamente a las bases populares de apoyo al gobierno, y a los trabajadores en general para enfrentar esta arremetida de la derecha, para crear vacilaciones en sectores de la clase media y ganar a sus sectores más populares. Particularmente, pensamos que inmediatamente después de iniciada la protesta de gendarmes y prefectos se debió convocar a una gran movilización popular en todo el país en defensa de los derechos democráticos y contra los intentos desestabilizadores. Esto hubiera creado un ambiente social vibrante que, igual que sucedió con la victoria de Chávez en Venezuela, habría arrinconado a la reacción; eso debió ser seguido con otra gran movilización popular para conmemorar el 2º aniversario del fallecimiento de Néstor Kirchner, el 27 de octubre, con una movilización masiva a Plaza de Mayo y a las demás plazas del país, que habría tenido un eco tremendo. De hecho, en las bases kirchneristas había un malestar enorme con esta táctica equivocada lanzada desde la Casa Rosada de no movilizar “para no provocar”, había una voluntad ardiente de salir masivamente a la calle para no dejarle espacio a la pequeña burguesía reaccionaria.
Se debió escuchar al sentir de las organizaciones sociales, cuyo contacto directo con las bases garantiza la fuerza para impulsar la profundización. Con ingenuidad, se pensaba que haciendo concesiones a la derecha (Ley de accidentes de trabajo, y pactando vergonzosamente con Macri todo el negocio urbanístico de la Capital) se iba a desactivar parcialmente la protesta del 8N al mostrar a un gobierno “dialogante”, que arregla en las instituciones con la oposición, que promueve el consenso, etc. La realidad es la opuesta: la debilidad siempre invita a la agresión. La oposición ya está movilizada y va por todo. Al contrario, utilizó esos acuerdos para confundir a los trabajadores y desmoralizar a la base social kirchnerista.
Es una ley social que cuando la clase obrera abandona la escena es la pequeña burguesía la que ocupa su lugar. Y ha sido la pequeña burguesía, confusa, inestable y manipulable la que arrastró detrás suyo a una franja limitada de trabajadores este 8N que, a su manera, también quiso expresar sus reclamos.
Para enfrentar el malestar real, apoyarse en los trabajadores y girar a la izquierda
Pero el gobierno se equivocaría si pensara que todo el malestar social que afloró este 8N ha sido inducido por Clarín. Hay un malestar real porque hay problemas reales. Es cierto que hay una franja importante de suba de precios atribuible al egoísmo patronal, pero la respuesta debe ser expropiar esos monopolios formadores de precios y establecer comités populares de vigilancia de precios para denunciar subas abusivas. La inseguridad se combate atacando centralmente al narcotráfico que mata a nuestros pibes y que se nutre no solo de la corrupción policial, que hay que depurar hasta sus últimas consecuencias, sino aboliendo el secreto bancario para conocer la identidad de los grandes traficantes que blanquean sus capitales en los bancos. Hay que abolir, de una vez por todas, el impuesto a las ganancias sobre los salarios, comenzando por una suba inmediata razonable del mínimo no imponible. Hay que reestatizar el sistema ferroviario y el subte y nutrirlos de inversiones masivas para tener un sistema de transporte digno y eficiente, completar la estatización hasta el 100% de YPF, y subir los impuestos a los ricos y a los grandes monopolios que evaden impuestos (agroexportadores, mineras, etc.) para compensar los menores ingresos y para sostener y ampliar el gasto social.
Estas y otras medidas tendrían un gran efecto en romper las filas de la clase media, y de los sectores de trabajadores que la siguen, incluso mayor que la desaparición del monopolio de Clarín, que también apoyamos. Este era el sentido, precisamente, de profundizar el modelo, por el cual votaron masivamente al gobierno hace un año millones de trabajadores y sectores medios de la población.
Una gran parte de la gente que se movilizó el día de ayer está en disputa, y hay que ganarla; pero en modo alguno representa la mayoría del pueblo. La gran mayoría de los trabajadores y de la juventud, pese a todo, sigue apoyando a este gobierno y vio con desconfianza la movilización de ayer; entre otras cosas porque no tiene alternativa, y una parte sustancial de los mismos apoyan al gobierno con entusiasmo.
Por una gran movilización popular contra la reacción
De lo que se trata es de dar una señal. ¨Ni un paso atrás¨, debe ser la divisa. Hay que responder al desafío de la oposición de derecha con medidas de gobierno como las que hemos señalado; pero también retomando la movilización popular.
Habría que lanzar de inmediato una gran movilización, bien preparada, para el 7D o para el 10 (Día de los Derechos Humanos y aniversario de la asunción del gobierno). Hacer una convocatoria amplia y masiva que dé una respuesta cabal a las aspiraciones de millones de trabajadores y sectores populares explotados. En defensa del gobierno frente a la arremetida de la derecha, sí, pero también para dar avances decisivos en las condiciones de vida y de trabajo.
En modo alguno se trata de rivalizar en números. Los sectores que se movilizaron ayer, si bien importantes, fueron en una gran parte los sectores más inertes de la sociedad, inconstantes y vacilantes, importantes en número pero que tienen un peso social secundario: clase media heterogénea, personas mayores y jubilados. No son comparables, ni en número ni en peso social, a los trabajadores y sus familias, y carecen de su vitalidad, su voluntad de lucha y su espíritu de sacrificio.
Ciertamente, la reacción está viviendo días de festejo. Pero su felicidad es prematura. Como en el 2008-2009 ya sueñan con repartirse la piel de un oso que aún no han cazado. Es la típica ensoñación pequeñoburguesa que sólo aparenta firmeza cuando va de victoria en victoria, pero ante la primera resistencia seria, se rompe en pedazos y cae en el desánimo.
Por el contrario, el gobierno tiene un apoyo popular más sólido y firme que hace 3 años. Sólo hay que mandar una señal clara, responder con la movilización popular y avanzar en nuestros derechos sociales y democráticos. La movilización popular de diciembre debe ser esa primera señal.
La Corriente Socialista Militante apoya al gobierno frente a esta arremetida de la derecha así como en todas las medidas progresistas llevadas a cabo hasta la fecha, y combate, junto al resto del campo obrero y popular, en la misma trinchera frente a la reacción. Pero del mismo modo pensamos que, dentro de esta trinchera, hay que fortalecer y desarrollar una corriente socialista revolucionaria que defienda de la manera más consecuente una alternativa superadora del capitalismo, una alternativa socialista que barra con todas las lacras de este sistema. Sumate a nuestra lucha.