La Norteamérica grande, buena y estúpida: El segundo debate Clinton-Trump

Hellary Trump - Photo: Leigh Blackall

El domingo por la noche los candidatos Republicano y Demócrata se reunieron en la Universidad de Washington en St. Louis, Missouri, para enfrentarse en un segundo debate televisivo. En un país asediado por los llamados payasos asesinos, el bufón más odiado por los medios liberales y “Killary” Clinton salieron a la palestra para “debatir” los problemas a los que se enfrentan los EEUU y el mundo. Lo que sucedió después no fue más que un desastre a cámara lenta – un reflejo fidedigno de la clase capitalista un siglo después de su fecha de caducidad.

Nuestro país es grande porque es bueno. – Hillary Rodham Clinton

¿Cómo de estúpido es nuestro país? – Donald J. Trump

Millones observaron atónitos, por lo cómico o por lo trágico, cómo la élite de la política norteamericana se arrastraba a nuevos niveles de perfidia y mediocridad. Tras una semana de vídeos filtrados, textos de discursos a Goldman Sachs, insultos personales y acusaciones cada vez más chabacanas, los contrincantes no se dieron la mano al inicio de la contienda. Los sables estaban desenvainados en la recta final de la batalla por el despacho más poderoso del mundo, a tan sólo un mes de las elecciones.

Como en el primer debate, las simpatías de los moderadores “imparciales” se inclinaron claramente hacia Clinton y en contra de Trump. Tan sólo unos días antes, un vídeo escandaloso fue “misteriosamente” filtrado. En una grabación del 2005, Donald Trump, en aquella época una mera celebridad excéntrica, fue pillado con un micrófono encendido haciendo toda una serie de comentarios denigrantes y misóginos en contra de las mujeres. Por supuesto, la fecha de la filtración no fue ningún accidente, y se ha insinuado que se harán públicas grabaciones incluso más incriminadoras en las próximas semanas.

El aguante de Trump es un misterio para los que no entienden cómo este populismo de derechas grandilocuente ha sido capaz de conectar con la rabia ascendente contra el status quo. En respuesta, el Establishment ha estado afanándose por torpedear su campaña antes de que hunda al partido Republicano  - y posiblemente al Establishment norteamericano en su totalidad. Tras la filtración del vídeo, decenas de seguidores Republicanos de Trump le retiraron su apoyo y se aumentó la presión para que Trump abandonara la carrera presidencial. Estas ratas de la “familia tradicional”, que se subieron al barco del trumpismo cuando éste les quitó la nominación, están ahora saltando por la borda, esperando evitar el iceberg.

“Sólo son palabras”, fue la única excusa de Trump. Sus comentarios repugnantes son claramente indefendibles. Sin embargo, la indignación hipócrita del Establishment ante sus “bromas de machito” es una vergüenza cuando vienen de los defensores de un sistema que se basa en la explotación y opresión de millones. Estos moralistas se hacen los ciegos ante la esclavitud, violación, tortura, humillación y degradación que campan a sus anchas por todo el planeta. La moral de Trump es la moral del capitalismo: rapaz, abusona, racista, sexista y denigrante. Pero a la clase dominante no le conviene que este tipo de actitudes se diseminen públicamente – normalmente están reservadas para los consejos de administración de las grandes empresas, para los gabinetes y despachos del Pentágono, y para las orgías en mansiones privadas.

Los poderes fácticos están indignados ante el comportamiento ultrajante de Trump. Pero de entre toda su crudeza y mentiras descaradas, Donald Trump a veces dice alguna que otra verdad. Es por eso por lo que la clase dominante le odia: es un capitalista que se preocupa sólo de su propio futuro, sin importarle el resto de su clase. Es una bala perdida que amenaza con revelar las vergüenzas del sistema. Su campaña y su actitud están acelerando la destrucción del partido Republicano, uno de los pilares del capitalismo estadounidense desde 1860. Es un contendiente terco y sucio que sigue una política de “o gobierno, o arruino”. Si ha de caer, tirará de la manta – y arrastrará a Clinton y al resto del Establishment político consigo a la sangre y la basura.

Varias veces durante el debate, Trump le dijo a Clinton que debería avergonzarse por sus acciones – y que debería ser procesada y metida en la cárcel. Pero esta gente no tiene vergüenza. Bill y Hillary Clinton son defensores orgullosos del capitalismo y del imperialismo, y usarán cualquier medio para mejorar su posición contra sus adversarios. Como los Underwoods en la serie “House of Cards” de Netflix, el encanto artificial de los Clinton es sólo una hoja de parra para cubrir su arribismo despiadado.

No es casualidad que Trump repitiera varias veces los avisos de Bernie Sanders sobre la deshonestidad de Clinton. “Me sorprendió mucho cuando le vi [a Bernie Sanders] firmar un pacto con el diablo [Clinton]”. La campaña de Sanders generó un verdadero entusiasmo en medio de un periodo electoral aburrido y deprimente. Como hemos explicado en decenas de artículos, Sanders encauzó el descontento de millones de personas que se inclinan hacia la izquierda y están buscando una salida a la crisis.

Tras haber “perdido” ante Clinton, debido al fraude descarado del bando de Clinton (como ha mostrado un estudio reciente), la rabia contra el actual estado de cosas ha tomado las formas más confusas y distorsionadas. A Gary Johnson, del partido derechista Libertario (con un 6,5% en las encuestas) y Jill Stein de los Verdes (2,4%), no se les permitió participar en los debates, y no son vistos por los votantes como candidatos viables. Pero Sanders es otro asunto. Derrochó su extraordinaria autoridad moral y política cuando capituló ante Clinton y la Convención Nacional Demócrata. Aquellos que dicen que exagerábamos cuando decíamos que Bernie Sanders podría haber ganado con una campaña independiente deberían fijarse sólo en la farsa del debate electoral para ver que en las condiciones actuales su victoria era una posibilidad real.

Pero sin un partido de masas o un candidato capaz de encauzar las aspiraciones de la clase trabajadora, y dada la sumisión de los dirigentes sindicales al “mal menor”, la confusión ha ido en aumento. En este vacío, tras casi una década de crisis económica, las afirmaciones de Trump de que “vamos a crear una América grande de nuevo, vamos a conseguir una América segura y grande. Y vamos a hacer que vuelva a ser próspera”, atraen la simpatía de muchos norteamericanos. Por su parte, Clinton repite que “América ya es grande”. Pero no se trata de una cuestión de voluntad subjetiva o de políticas, sino de la crisis orgánica e inexorable del capitalismo. Trump no es la causa de la inestabilidad del capitalismo estadounidense, él no es más que su reflejo. Pero la clase dominante teme que podría agitar aún más las cosas si llegara a la Casa Blanca.

Una semana es una eternidad en la política – sobre todo cuando el reino de más de siglo y medio de los Demócratas y Republicanos está explotando. Trump parece estar de capa caída, pero nunca debemos subestimar la capacidad de la historia de contorsionarse. Si el Brexit pudo suceder, Donald Trump puede llegar a la presidencia de los EEUU. Hillary Clinton debería de haber gozado de una marcha triunfal al despacho oval, pero en vez de eso se ha encontrado con un camino tortuoso y brutal. Incluso si consigue ganar, llegará agotada y entumecida y su luna de miel con el electorado será sin duda alguna muy corto – sobre todo si el próximo crash económico sucede más temprano que tarde.

El orden capitalista de la posguerra se está deshilachando. Una tras otra, sus instituciones sucumben ante la fuerza gravitacional de la crisis capitalista. Como dijo Trump, “esto es como el Medievo”. El capitalismo es incapaz de llevarnos hacia delante. La barbarie amenaza a amplias regiones del planeta.

La falta de una dirección capitalista competente es un reflejo de la senilidad del sistema. La clase capitalista ya no tiene misión histórica o propósito alguno. Este es el significado del pantano de cinismo, pesimismo e ineptitud en el que nos vemos. Su impotencia política es un aspecto de su incapacidad estructural de lidiar con la crisis.

Trump y Clinton son lo mejor que la clase dominante estadounidense ha sido capaz de encontrar. Ya desparecieron los Lincolns, los Rooselvelts y los Kennedys. ¿Quién puede ver este choque de trenes sin estar de acuerdo con que los trabajadores pueden gestionar mucho mejor la sociedad democráticamente bajo el socialismo? Por esto luchamos en la Corriente Marxista Internacional, ¡únete a nuestra lucha!