La campaña de Corbyn por la dirección del Partido Laborista parece tener predilección por vuelcos de última hora. Corbyn sólo obtuvo los 35 avales necesarios de diputados para presentarse a las primarias dos minutos antes de que venciera el plazo. Y ahora, en las últimas 24 horas antes de que se cierre el período de afiliación, más de 160.000 personas han solicitado la membresía como militantes o simpatizantes para poder votar en las elecciones internas del partido. Nadie duda de a quien apoyará la mayoría de estos nuevos miembros.
[Este artículo fue publicado originariamente en Socialist Appeal el 14 de agosto]
Tras la encuesta de YouGov a principios de la semana que daba a Jeremy Corbyn una ventaja de 32% sobre su rival más cercano, este apogeo en el número de votantes representa un tremendo empuje adicional para la lucha de Corbyn por hacerse con la dirección.
Incluso los candidatos del ala derecha parecen haberse resignado a ser derrotados por Corbyn en el voto final. Sin embargo, a pesar de este pesimismo, los blairistas han estado afilando sus cuchillos. La histeria, desesperación y completo cinismo de la burocracia laborista han quedado al descubierto, con personalidades importantes del partido y diputados poniéndose a la cola para calumniar al candidato de la izquierda más popular, implorando que la gente haga un voto ABC (“cualquiera menos Corbyn”, por sus siglas en inglés) y amenazando abiertamente con un golpe contra Corbyn victorioso después de las primarias. Se han quitado la máscara sonriente de la democracia para revelar el rostro feo, despiadado y maquiavélico de la clase dominante.
El auge de Corbyn
El miércoles por la mañana, unas pocas horas antes de que se acabase el plazo para afiliarse, ya analizamos el increíble apogeo en los apoyos a Corbyn, sobre todo entre la militancia sindical y los simpatizantes. Al mismo tiempo, unos 80.000 sindicalistas y 65.000 simpatizantes se han registrado para votar en las primarias, y las encuestas muestran que toda esta gente apoya abrumadoramente al único candidato anti-austeridad en la pugna (con un 67% de los sindicalistas mostrando a Corbyn como su candidato preferente y un 55% entre los simpatizantes).
A este número se añaden los 79.000 miembros del Partido Laborista que se han afiliado desde las elecciones, y las encuestas muestran que un 63% de estos nuevos militantes apoyarán a Corbyn. El “selectorado” total (el número de militantes, sindicalistas afiliados y simpatizantes registrados con derecho a voto) es de alrededor de 200.000 y representa un aumento enorme desde los 200.000 miembros que el partido decía tener en las elecciones generales de mayo.
No obstante, el auge de última hora en la militancia, empequeñece estas cifras, con 160.000 personas registrándose en las últimas 24 horas antes de que acabase el plazo, haciendo que la web de los laboristas colapsase de tantas visitas, con lo cual tuvieron que prolongar el plazo de inscripciones unas horas más. La militancia del Partido Laborista alcanza hoy los 300.000, con 121.000 simpatizantes registrados adicionales.
Lo más increíble, sin embargo, ha sido que se ha doblado el número de sindicalistas con derecho a voto, y la cifra alcanza ahora casi 190.000. Dado que la mayor parte de sindicatos (con la ausencia notable de la central sindical GMB, que no ha respaldado a ninguno de los candidatos) han apoyado a Corbyn, este impulso de última hora representa un empuje masivo a su campaña.
La totalidad del “selectorado” alcanza un increíble 611.000, más de tres veces el tamaño que tenía el Partido Laborista antes de las generales. Con las encuestas mostrando que la mayoría de militantes y simpatizantes están a favor de Corbyn, parecería que su victoria es segura. La principal tarea de los seguidores de Corbyn es la de echarse a la calle, a los puestos de trabajo, a las escuelas y universidades, para asegurarse que todas las personas que están registradas voten. En concreto, los sindicatos tienen que redoblar su campaña y lanzar todos sus recursos en la batalla de las próximas cuatro semanas para garantizar que los sindicalistas voten antes del plazo del 10 de septiembre para afianzar completamente el triunfo de Corbyn.
No se lo toman a broma
Incapaces de frenar la oleada de apoyo a Corbyn, los blairistas han empezado a patalear como los niños malcriados que son. Los tres candidatos del ala derecha han emitido quejas formales sobre el proceso de las primarias, diciendo que tienen una desventaja injusta porque los sindicatos, que apoyan a Corbyn, podrán hacer campaña entre sus afiliados antes que nadie. En vez de quejarse por el modelo de primarias que ellos impusieron y defendieron ingenuamente (hasta que empezó a ir en su contra), los adversarios de Corbyn podrían preguntarse porqué están tan por detrás en las encuestas y porqué las principales organizaciones de la clase obrera – la gente sobre la que a veces se acuerdan de enaltecer de boquilla – han apoyado a Corbyn con tanto entusiasmo.
También se habla de “infiltración” en un proceso de primarias que se ha convertido en una campaña histérica, con un coro de diputados laboristas de derecha exigiendo que se frenen las primarias, o incluso que se cancelen, como resultado de los “peligros” del “entrismo”. La amenaza de la acción legal después de las elecciones también se ha hecho, con el diputado laborista Graham Stringer afirmando que “si no se paran las primarias sería una vergüenza… habrá gente que probablemente emprenda acciones legales porque las reglas no se han implementado adecuadamente”.
“Por su falta de planificación”, dijo el diputado Simon Danczuk, “los laboristas han dado a sus adversarios la oportunidad de socavar al partido por el precio de un bocadillo” [una referencia a las tres libras que hay que pagar para hacerse simpatizante].
La ironía de la situación no escapa a nadie, porque fueron precisamente estos derechistas del partido los que defendieron el nuevo sistema de primarias, en un intento de diluir la influencia del sindicato en la pugna por la dirección. Completamente alejados de la verdadera indignación que existe en la sociedad, los blairistas supusieron que permitir que cualquiera se registre como simpatizante con derecho al voto trabajaría a su favor. Ahora están maldiciendo su propia complacencia y arrogancia.
La hipocresía de los blairistas no conoce límites. Es asombroso escuchar a aquellos que defendieron la guerra, las privatizaciones y la expulsión de los sindicatos del partido decir que los miles de jóvenes y trabajadores que se están afiliando para votar por un candidato anti-austeridad “no comparten los valores del laborismo”. Como Mark Steel, el humorista socialista y columnista en The Independent, que es uno de esos cuya solicitud de afiliación ha sido denegada, comentó:
“Es fácil entender por qué la actual dirección del laborismo está tan deprimida. Deben sentarse en sus despachos lloriqueando: “se nos quieren afiliar cientos de miles de personas. Es un desastre. Y muchos son jóvenes, llenos de energía y entusiasmo. Oh Dios, ¿por qué va todo tan terriblemente mal?”
Esto resume la retórica falsa de los blairistas, que han mostrado ser los que “no comparten los valores del laborismo” ¿No debería entusiasmarse cualquiera que esté interesado en una victoria del Partido Laborista por este repunte en las afiliaciones? Si estos cientos de miles de nuevos y jóvenes activistas estuviesen organizados y se les diese un programa claro para oponerse a los conservadores, las futuras campañas electorales del laborismo serían imparables. Y a pesar de todo ello el establishment del Partido Laborista parece preferir parafrasear la famosa paradoja de Groucho Marx: ¡no queremos miembros en este club que quieran formar parte del club!
Pero de todas formas ¿para qué sirve la democracia?
El antiguo asesor de Blair, John McTernan (infame por haber llamado a los seguidores de Corbyn “tontos”), vino a preguntarse esto mismo en una entrevista en la BBC, repitiendo el cliché blairista que los laboristas tienen que apelar a los votantes conservadores, no ganarse el apoyo activo de aquéllos que ya votan a los laboristas. Esto ignora el hecho de que muchos de estos nuevos jóvenes militantes y simpatizantes laboristas, que han despertado al activismo político gracias a la campaña de #JezWeCan, no votaron en las anteriores elecciones, y que la gente joven en general ha estado completamente alienada de la política oficial durante años, con sólo un 44% de los jóvenes de entre 18-24 años votando en 2010.
Es difícil entender qué sentido tiene el Partido Laborista (o la democracia en general) para gente como McTernan. Según McTernan y otros políticos del New Labour, el partido sólo puede ganar copiando a los conservadores y a UKIP, sobre todo en cuestiones como la austeridad y la inmigración. Pero si el Partido Laborista ha de convertirse en un clon de los conservadores, ¿cuál es su razón de ser? ¿Por qué no empujar las cosas a su conclusión lógica y formar un solo partido en el Reino Unido, el partido del capital? Efectivamente, eso es lo que la clase dirigente espera del parlamento, y de la democracia burguesa en general: que sean una fachada ventajosa para enmascarar el gobierno indiscutible del capital, en el que los banqueros y patronos toman todas las decisiones importantes en la sociedad.
Asimismo, ¿por qué molestarse en tener democracia de partido? Claramente, uno no se puede fiar de que los “tontos” seguidores del laborismo se comporten como adultos y voten por un candidato “responsable” como Burnham, Cooper o Kendall.
Efectivamente, los blairistas dicen estas cosas abiertamente, con el propio patriarca del New Labour haciendo se oír de nuevo en el debate para implorar de manera condescendiente a los votantes de las primarias, pidiendo que “incluso si me odiáis” no “echéis al Partido Laborista por el precipicio”, advirtiendo de la “aniquilación” del laborismo si gana Corbyn. Por lo menos Blair, por una vez, se muestra consciente de que es uno de los personajes más odiados de la política británica.
En otra muestra más de sus credenciales democráticas, la derecha ha aumentado sus amenazas de lanzar un potencial golpe contra Corbyn, con el diputado Simon Danczuk afirmando que el posible dirigente de izquierdas podría ser derrocado por una revuelta del ala derecha del grupo parlamentario laborista “el primer día después de su victoria”, “si no antes. Tan pronto como salga el resultado”.
“¿Voy a aguantar yo la política izquierdista loca que propone y deambular en las elecciones pidiendo que le voten? Eso no ocurrirá, ¿verdad?”
Tales afirmaciones por parte de Blair, Danczuk, McTernan y compañía demuestran la condescendencia que estas damas y caballeros sienten hacia la militancia laborista, y hacia el proceso democrático de las primarias en su totalidad. A sus ojos, los blairistas tienen un derecho divino e incuestionable para controlar el partido. No se debe de ver ni oír a los militantes, que no son más que carne de cañón para impulsar sus propias trayectorias profesionales.
Los blairistas pierden el control
Sin embargo, el ala derecha no puede hacer gran cosa. Se muestran impotentes frente al enorme impulso que ha adquirido la campaña de Corbyn. Un movimiento político de masas se ha formado en torno a él, que avanza hacia una victoria que parece imparable.
Abrumados por el número de gente que se quiere dar de alta, la dirección laborista ha afirmado que “retirarán a los infiltrados” después de que éstos hayan votado. Tales declaraciones han dado bases para sospechar seriamente que se amañen los resultados electorales a favor del triunvirato de Burnham, Cooper y Kendall.
Pero con más de 600.000 electores en las primarias, y Corbyn aumentando sus apoyos cada día, las tramas de la burocracia laborista para hacer un pucherazo son inútiles. Incluso teniendo todo el aparato partidista en sus manos, es improbable que el ala derecha pueda rechazar a suficientes votantes como para volcar los resultados a favor de sus candidatos (al menos no sin crear un escándalo que ponga los resultados en duda); hasta ahora sólo se han detectado 1.200 “infiltrados”.
¡Votemos a Corbyn! ¡Luchemos por el socialismo!
Ahora bien, Corbyn y sus seguidores deben de prepararse para una guerra civil inmediata tras el 12 de septiembre, cuando se anuncien los resultados. Los blairistas tendrán el apoyo total de la prensa burguesa, y se lanzarán al cuello de Corbyn. El sabotaje y las escisiones estarán a la orden del día.
No podemos hacernos ilusiones sobre las intenciones del ala derecha. Viendo el efecto desastroso que están teniendo las calumnias contra Corbyn, Burnham ha tomado un tono más amistoso y conciliador, alabando a Corbyn por “estimular el debate” y afirmando que estaría dispuesto a participar en un gabinete encabezado por Corbyn. Pero aquellos que hoy se muestran sonrientes estarán más que dispuestos a dar una puñalada trapera más tarde.
Recaerá una gran responsabilidad sobre los hombros de los dirigentes sindicales, que tendrán que volcarse en la lucha contra cualquier golpe lanzado desde el grupo parlamentario laborista, poniendo todo su peso detrás de la dirección de Corbyn.
Pero el poder potencial del movimiento de Corbyn es inmenso, y no se puede subestimar. Los centenares de miles de personas que se han afiliado para votar a Corbyn (por no mencionar aquellos miles que han asistido a sus mítines por todo el país) recuerdan al auge de la militancia del Partido Nacionalista Escocés (que tiene más de 100.000 miembros) tras la campaña enérgica y entusiasta por la independencia escocesa. Hay también paralelismos con el apogeo de Podemos y Syriza en España y Grecia. Es un movimiento verdaderamente de masas, nunca antes visto en Gran Bretaña desde los días de Tony Benn, que ha incorporado a toda una nueva generación de activistas jóvenes y radicalizados, con reivindicaciones más politizadas que durante los movimientos contra la guerra de Irak en 2003 o durante la campaña contra la Poll Tax de Thatcher.
Si estos centenares de miles se organizan entorno a un programa socialista audaz, que se lleve a cada lugar de trabajo, a cada escuela y a cada barrio, el movimiento social sería imparable. Esa es la tarea que tenemos hoy: educar, agitar, organizar; el argumentar a favor de una alternativa genuina a los conservadores y a la austeridad; el luchar para acabar con el sistema capitalista en crisis y por la transformación socialista de la sociedad.