El 1ero de enero del 2009 marca en 50 aniversario de la revolución cubana. En este artículo, Jorge Martín, defiende los logros de la revolución y explica los desafíos a los que esta se enfrenta.
El 31 de diciembre de 1958, el dictador cubano Fulgencio Batista se había reunido para celebrar el fin de año con un número reducido de sus allegados en el campamento de Columbia. Allí se representó un teatro acordado de antemano con el dictador en el que el general Eulogio Cantillo, en nombre de las fuerzas armadas, pidió a Batista su renuncia “para restablecer la paz que tanto necesita el país”. El dictador, antes de huir del país, nombró a Cantillo como jefe supremo de las fuerzas armadas. El régimen batistiano, ya en sus estertores de muerte, trataba de cambiar de cara para salvar a Cuba para los EEUU y sus lacayos locales. Pero todo era ya inútil.
El Movimiento 26 de Julio, que había iniciado la lucha de guerrillas contra Batista tres años antes, el 2 de diciembre de 1956, con el desembarco en playa Las Coloradas, en el Oriente cubano, estaba a punto de tomar el poder.
La maniobra de los secuaces de la dictadura y del imperialismo era clara: permitir la salida de Batista e instalar una junta militar comandada por Cantillo, cambiar para que nada cambiara. Por encima de todo, el imperialismo quería defender sus intereses en la isla, y para eso era necesario cambiar de personal. El M26-J respondió con un llamamiento a la huelga general. El mensaje de Fidel Castro por Radio Rebelde, ya en las primeras horas del 1 de enero del año 1959 fue contundente:
“!Revolución sí, golpe militar no! !Escamotearle al pueblo la victoria, no, porque sólo serviría para prolongar la guerra! (...) El pueblo y muy especialmente los trabajadores de toda la República deben estar atentos a Radio Rebelde y prepararse urgentemente en todos los centros de trabajo para la huelga general, para iniciarla, apenas se reciba la orden, si fuese necesario, para contrarrestar cualquier intento de golpe contrarrevolucionario”.
La orden de huelga general revolucionaria se retransmitió minutos después. En La Habana las masas se echaron a la calle a celebrar la huida del odiado dictador y, junto con los revolucionarios presos en el Castillo del Príncipe que se amotinaron, procedieron a tomar control de los puntos clave de la ciudad, edificios oficiales, estaciones de policía, etc. Las fuerzas del Che Guevara y Camilo Cienfuegos todavía se encontraban a una distancia considerable de la capital en Las Villas, pero el aparato de la dictadura se desmoronaba como un castillo de naipes, los sicarios huyendo tan deprisa como podían.
Al final del día Fidel Castro se dirigía a la multitud en Santiago de Cuba, después de la rendición de las tropas allí estacionadas, y se juramentaba un nuevo gobierno presidido por Manuel Urrutia. El 2 de enero el Che y Cienfuegos entraban triunfalmente en la Habana y caía la junta militar de Cantillo. La huelga general se prolongó desde el mismo 1 de enero hasta el día 4, garantizando la victoria revolucionaria y el desmoronamiento final del putrefacto aparato de la dictadura batistiana.
El 8 de enero Fidel Castro llegaba a la capital y se instalaba el nuevo gobierno de Urrutia, con José Miró Cardona como primer ministro. La revolución había triunfado. En menos de tres años el capitalismo habría de ser abolido en la pequeña isla caribeña.
Cincuenta años después de aquellos acontecimientos la maquinaria burguesa del revisionismo histórico trabaja a todo vapor para desvirtuar la importancia de la revolución cubana y sus logros.
La prensa burguesa de toda América Latina y en el estado español publica artículos escritos por contra-revolucionarios cubanos, preferiblemente por aquellos que en un primer momento tuvieron alguna relación con la revolución pero que la abandonaron cuando esta inexorablemente fue empujada a romper con el capitalismo, por ejemplo, en Chile El Mercurio entrevista a Hubert Matos1. El argumento central de toda esta campaña no es que en Cuba en 1959 no era necesaria una revolución, eso sería demasiado burdo. El argumento, más sibilino, es que la revolución fue secuestrada por el comunismo y el autoritarismo y que éste, en 50 años, ha demostrado su incapacidad para desarrollar el país. En Argentina La Nación titula ?gUn sueño de libertad que derivó en una pesadilla de opresión”2. Añaden, además , que ya en 1958 Cuba era un país desarrollado, minimizando así los logros de la revolución.
Aunque este argumento ha sido repetido hasta la saciedad siguiendo al pie de la letra un mismo guión, podemos tomar como muestra el artículo “Medio siglo después, Cuba no tiene mucho que mostrar” de Andrés Oppenheimer que publica el periódico español El País el 2 de enero3. El “prestigioso” periodista del Miami Herald para América Latina se saca una serie de cifras de la manga para llegar a la conclusión de que la revolución cubana no es que no estuviera justificada, sino que “no valió la pena”. “Otros países latinoamericanos, como Costa Rica y Chile, lograron más que Cuba sin sacrificar libertades básicas y a un costo muchísimo menor en sufrimiento humano.” !Cuanto descaro! Así que en Chile no se sacrificaron “las libertades básicas” y hubo un costo bajo “en sufrimiento humano”. Que se lo expliquen a los miles de fusilados por la dictadura de Pinochet. Oppenheimer, que conoce estos hechos pues se especializa en América Latina, se queja del coste humano de la revolución (que el cuantifica en el exilio del 10% de la población), pero no nos dice nada de países como Ecuador, El Salvador, Guatemala, México y muchos otros dónde millones de personas han tenido que emigrar, dejando atrás a sus familias, jugándose la vida para cruzar las fronteras y finalmente sufriendo la más brutal explotación capitalista, el racismo institucional, la violencia policial, etc. En el caso del Ecuador, señor Oppenheimer, los emigrantes representan un cuarto de la población total. !Hablemos de costes humanos!
Sin embargo, los datos no mienten y conviene, en este 50 aniversario, recordarlos una vez más. La esperanza de vida al nacer en Cuba hoy en día (datos del Informe de Desarrollo Humano de las NNUU del 2005) es de77.7 años (62 en 1959), casi a la par que la de EEUU (77.9), muy superior a la de la vecina Haití (un país capitalista y libre, señor Oppenheimer) dónde es de 59.5, y sustancialmente superior a la de Brasil (71.7). La tasa de alfabetización adulta es en Cuba del 99.8%, mientras que en Brasil apenas alcanza el del Brasil 88.6%, siendo también superior a la tasa de alfabetización adulta de Chile (95.7%) y Costa Rica (94.9%). En realidad, según el mismo informe de las Naciones Unidas, Cuba es el cuarto país de América Latina con el mayor Indice de Desarrollo Humano (por delante de Costa Rica, por cierto). Si miramos las cifras de mortalidad infantil (muertes por cada 1000 nacidos vivos), según los datos nada sospechosos de propaganda comunista del World Factbook de la CIA del 2008, la situación en Cuba (5.93 hoy contra 78.8 en 19594), es mucho mejor que en los propios EEUU (6.30), que en Chile (7.90), que en Costa Rica (9.01, !señor Oppenheimer!) y que Brasil (26.67), por no hablar de Haití dónde la tasa es de 62.33 muertos por cada 1000 nacidos vivos. Estos datos no deberían sorprendernos y que, según los datos más recientes del Banco Mundial (otra fuente fuera de toda sospecha), el Cuba es el segundo país del mundo con mayor cantidad de médicos por cada 1,000 habitantes (5.91), mientras que los EEUU tienen solamente 2.3, Brasil 2.06, Chile 1.09, Costa Rica 1.32 y Haití apenas 0.25.
¿Pero entonces, si la revolución “no valió la pena”, cuál es la Cuba que defiende entonces el señor Oppenheimer? En 1958 Cuba era el burdel de los EEUU. Un cuarto de la población era analfabeta y el porcentaje de niños que estudiaban era más bajo que en los años 20. En 1954 el 15% de las casas de la ciudad y sólo el 1% de las del campo tenían baño. Al mismo tiempo, en La Habana circulaban más Cadillac que en cualquier otra ciudad del mundo. Menos de 30.000 propietarios poseían el 70% de los terrenos agrícolas, mientras que el 78,5% de los campesinos ocupaban sólo el 15% del total.5 El 20% de la población activa estaba condenada al paro crónico, mientras que otro 20% de trabajadores agrícolas trabajaban 4 meses al año en la zafra y se morían de hambre en condiciones miserables el resto del año.
La dependencia del imperialismo estadounidense era total. “Cuba compraba en EEUU no sólo los automóviles y las máquinas, los productos químicos, el papel y la ropa, sino también arroz y frijoles, ajos y cebollas, grasas, carne y algodón. Venían helados de Miami, panes de Atlanta y hasta cenas de lujo desde París”, relata Eduardo Galeano, en su clásico Las venas abiertas de América Latina. “Trece ingenios norteamericanos disponían más de 47% del área azucarera total (…). La riqueza del subsuelo –níquel, hierro, cobre, manganeso, cromo, tungsteno- formaba parte de las reservas estratégicas de los EEUU, cuyas empresas apenas explotaban los minerales de acuerdo con las variables urgencias del ejército y la industria del norte. Había en Cuba, en 1958, más prostitutas registradas que obreros mineros”.6
Por muchas mentiras que cuenten el señor Oppenheimer y compañía, de no haber sido por la revolución, Cuba sería hoy un país pobre y atrasado en el que la mayoría de la población viviría en el desempleo, la miseria, el analfabetismo y moriría de enfermedades curables, como los vecinos Haití y la República Dominicana.
Por eso los marxistas revolucionarios celebramos la revolución cubana y defendemos sus conquistas de manera incondicional.
El carácter de la revolución
La revolución que triunfó hace 50 años tenía un programa democrático avanzado, de liberación nacional y reforma agraria, con un alto contenido social, pero que no se planteaba la abolición del capitalismo para llevar adelante esas tareas. Cualquiera que lea los discursos de los dirigentes de la revolución en aquellos primeros meses de euforia, los decretos que se dictaron, las medidas que se tomaron se puede dar cuenta que el socialismo no estaba en la agenda, aunque no es menos cierto que había elementos dentro de la dirección revolucionaria que ya por aquel entonces se consideraban socialistas o comunistas. La composición del primer gobierno después de la caída de Batista es una buena muestra de lo que decimos. El presidente Urrutia, un juez sin ninguna trayectoria revolucionaria, era políticamente un conservador y además un notorio anti-comunista. El primer ministro Miró Cardona, abogado, era un burgués conservador sin ninguna militancia revolucionaria. También burgueses conservadores y sin militancia revolucionaria eran el ministro de hacienda, López Fresquet, y el ministro de estado, Agramonte.
En sus memorias “Gobierno revolucionario Cubano. Primeros pasos”, el que fuera ministro de la presidencia en aquella época, Luís M. Buch, lo describe claramente:
“Con estas características, no es de dudar que en los EEUU y entre los grandes intereses económicos hubiera un clima de relativa confianza, y que los compañeros que habían proclamado la necesidad de una revolución profunda tuvieran ciertas reservas, algunas de las cuales persistirían por meses o años sobre algunos de nosotros.”7.
Sin embargo, en realidad, no era posible aplicar ese programa democrático nacional avanzado sin chocar de frente con los intereses de los EEUU, que controlaban la economía del país y de la alianza estrecha de terratenientes y burgueses que eran sus lacayos locales. El desarrollo de la revolución cubana entre 1959 y 1962 es una confirmación brillante de la teoría de la revolución permanente que Trotsky había formulado sobre la base de la experiencia de la revolución rusa.
En ese texto, que sigue siendo de gran actualidad, Trotsky explica como en la época de la dominación imperialista, la burguesía de los países capitalistas atrasados es incapaz de resolver los problemas de la revolución democrático nacional (la reforma agraria y la liberación respecto al imperialismo). “Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas.”8.
El intento de hacer precisamente lo contrario, llevar adelante la reforma agraria y reafirmar la soberanía nacional, sobre la base de una alianza con la burguesía “progresista” (anti-batistiana) y sin romper con el capitalismo, demostró ser totalmente imposible. Progresivamente, en la medida en que la revolución era consecuente, particularmente en relación a la reforma agraria, se iban desgajando los elementos burgueses. Ya el 16 de febrero de 1959 Fidel sustituye a Miró Cardona en el cargo de primer ministro. Pero es precisamente la primera ley de reforma agraria, en mayo de ese año, lo que precipitó la ruptura abierta con los elementos más burgueses. El 11 de junio son sustituidos cuatro ministros (incluido el de Agricultura que se había opuesto a la ley de reforma agraria). El 18 de julio se produce la renuncia del presidente Urrutia. En Octubre, ya en un clima de provocaciones contrarrevolucionarias y ataques armados se produce la traición del comandante Hubert Matos, jefe militar de Camagüey. Al tiempo que los sectores burgueses rompían con la revolución, el apoyo para la misma entre obreros y campesinos aumentaba y se solidificaba. La aplicación de la reforma agraria, la rebaja de alquileres, tarifas eléctricas y telefónicas, eran conquistas palpables que el pueblo estaba dispuesto a defender. Ya a partir de marzo y a iniciativa del Círculo de Trabajadores de San Antonio de los Baños se empiezan a formar milicias de obreros, estudiantes, campesinos, profesionales y amas de casa, que posteriormente se extienden por todo el territorio nacional.
En una sucesión de golpes y contragolpes, provocaciones de la burguesía cubana y principalmente de imperialismo estadounidense a las que el gobierno revolucionario respondía de manera decidida, el carácter de la revolución se fue radicalizando. Durante el año 1960 se decretan progresivamente la nacionalización de las empresas extranjeras, de los bancos extranjeros, hasta que, para cuando Fidel proclama el carácter socialista de la revolución, el 17 de abril de 1961, en la víspera del intento de invasión de Playa Girón, ya el capitalismo había sido, a todos los efectos, abolido en Cuba.
Los acontecimientos y el ritmo vertiginoso de la revolución cubana en aquellos primeros años encierran una lección importante. No se pueden resolver los problemas fundamentales que afectan a las masas de obreros y campesinos en los países capitalistas atrasados, ni se puede lograr una auténtica liberación del yugo del imperialismo sin romper con el régimen de propiedad capitalista. Sólo la expropiación de los intereses y propiedades de los imperialistas, los terratenientes y de la burguesía local puede garantizar las condiciones para empezar a resolver las tareas democrático nacionales pendientes.
La primera década, debates y conflictos
La revolución cubana se produce en el punto álgido de la guerra fría. Al romper con el capitalismo, la dirigencia cubana es empujada inexorablemente en dirección a la URSS, sin embargo ese proceso no estuvo exento de conflictos y de dificultades. La URSS en 1959, estaba muy lejos de ser el país revolucionario que Lenin y Trotsky habían dirigido entre 1917 y 1924. La usurpación del poder por parte de la burocracia estalinista había cambiado profundamente el carácter del régimen. Una dictadura autoritaria había sustituido la democracia soviética de los primeros años. Aunque se mantenía la propiedad estatal de los medios de producción y la planificación de la economía, que habían permitido a la URSS dar pasos delante de gigante, la burocracia tenía un punto vista profundamente conservador y contrarrevolucionario. La política exterior de la burocracia estalinista se basaba en la llamada “coexistencia pacífica” en oposición al internacionalismo revolucionario de la Rusia soviética de Lenin y Trotsky.
En Cuba, el estalinismo había tenido un impacto desastroso en las políticas del partido comunista cubano (más tarde Partido Socialista Popular), llevándole hasta el punto de participar con dos ministros en el gobierno de Batista de 1940-44. Para muchos revolucionarios cubanos en 1959, el PSP no era una organización genuinamente revolucionaria. Los dirigentes del PSP se encontraron en muchas ocasiones a la derecha de Fidel cuando se llevaron a cabo las nacionalizaciones en 1959-61. A pesar de eso la atracción de la URSS como aliado para la pequeña nación que acababa de liberarse del yugo de una gran potencia imperialista a sólo 90 millas de distancia era muy fuerte. Pero no hay que olvidar que los dirigentes de la revolución cubana no provenían del estalinismo y tenían una base de apoyo propio, habían realizado su propia revolución y no dependían completamente de la URSS. Durante los primeros años de la revolución, el acercamiento a la URSS estuvo lleno de conflictos y contradicciones, incluyendo purgas contra los estalinistas dentro de las organizaciones revolucionarias, cómo la purga contra la “micro-fracción” de Escalante.
Quizás fue el Che Guevara el que expresó de manera más aguda esas contradicciones. Para él, la idea de la “coexistencia pacífica” era, correctamente, una idea contrarrevolucionaria. Claramente Fidel y el Che concebían la revolución cubana como parte de la revolución en América Latina y de manera más general como parte de la lucha de los pueblos coloniales contra el imperialismo. Esta concepción chocaba frontalmente con la política exterior de la burocracia soviética y llevó a enfrentamientos en muchos partidos comunistas del continente. La error del Che fue el tratar de tomar los métodos del foco guerrillero que había triunfado en Cuba por un conjunto de circunstancias particulares y generalizarlos para todos los países.
El rechazo al estalinismo era muy fuerte entre una generación de revolucionarios que habían llegado al marxismo a través de su propia experiencia en la revolución cubana. El equipo del Departamento de Filosofía de la Universidad de la Habana rechazó los manuales soviéticos de “marxismo-leninismo” y elaboró su propio currículo, basado directamente en los textos originales de Marx, Engels y Lenin, y de los clásicos de la filosofía, para estudiar el marxismo. El mismo grupo de jóvenes revolucionarios inició la publicación de la revista Pensamiento Crítico en la que se debatían abiertamente y de manera crítica diferentes visiones del marxismo. En el terreno de las artes, la cultura y el cine hubo durísimas polémicas públicas contra el intento de los estalinistas de imponer el “realismo soviético” y la censura de todo lo que de éste se apartara. El Ché Guevara opuso una línea de planificación de la economía y de industrialización a la línea de los estalinistas de utilizar mecanismos de mercado e incentivos materiales en la gestión de la economía.
Sin embargo ese período llegó a su fin a principios de los años 70. El fracaso del intento de extender la revolución a nivel continental del Che en 1967 marcó el aislamiento internacional de la revolución. El fracaso de la zafra de los 10 millones en 1970, que llevó a la dislocación de la economía del país, marcó la completa dependencia económica de Cuba respecto a la URSS que se selló con la entrada en el COMECON en 1972.
Esta dependencia de la revolución cubana respecto a la URSS estalinista tuvo importantes consecuencias en todos los terrenos: en la discusión de las ideas (se cerraron tanto el Departamento de Filosofía de la UH como la revista Pensamiento Crítico), en las artes y la cultura (el infame “Quinquenio Gris” de represión y censura), en la política exterior, en la política económica, etc.
Cuba resiste la caída de la URSS
Sin embargo, a pesar de este proceso de estalinización, la revolución cubana no estaba muerta y su vitalidad y arraigo entre las masas surgió de nuevo a la superficie a finales de los años 80 con la caída de la URRS. Durante casi dos décadas, la economía de Cuba, sometida al embargo de los EEUU, había quedado completamente vinculada a la de la URSS y los países del Este. Se podría discutir incluso si esa integración no se produjo de una manera distorsionada que frenó el desarrollo de una base industrial propia en Cuba, algo que había defendido el Ché . Lo que sí está claro es que el impacto de la caída del estalinismo fue catastrófico desde un punto de vista económico.
La URSS compraba azúcar cubano a precios mayores que los del mercado mundial9 y le vendía a Cuba productos de todo tipo (desde maquinaria y piezas de recambio a comida y combustible) a precios menores que los del mercado mundial, además de proporcionarle créditos en condiciones muy favorables que luego Cuba podía usar en el mercado mundial. El 63% de las importaciones de alimentos de Cuba provenían de la URSS, así como el 80% de las importaciones de maquinaria. El 80% de los intercambios comerciales de Cuba se producían con la URSS y el bloque del Este.
Todo esto desapareció de la noche a la mañana. Entre 1989 y 1992, la capacidad de importación de la economía cubana cayó en un 70%. No solamente Cuba quedaba sin la posibilidad de un intercambio comercial en términos extremadamente favorables, sino que dejaba de tener acceso a divisas para comprar en el mercado mundial. Esto se reflejó en una caída del Producto Interno Bruto de Cuba de un 2.9% en 1990, un 10% en 1991, un 11.6% en 1992 y un 14.9% en 199310. Entre 1989 y 1993 la caída acumulada del PIB fue de un 35% (comparable al crack del 29 en los EEUU), la caída de las exportaciones del 79%, la caída de las importaciones del 75% y la caída de la inversión bruta del 61%11.
Estas cifras económicas nos dan sólo una idea superficial del enorme coste humano que tuvo el colapso de la economía, problemas de falta de alimentos, de falta de vitaminas, de ausencia casi total de transporte, de falta de combustible para generar electricidad (con los consiguientes apagones), etc. A todo esto se une el impacto político, la arrolladora campaña ideológica de la clase dominante a nivel mundial de que el “socialismo había fracasado”, el derrumbe de todo un sistema que había sido punto de referencia para Cuba durante 20 años, del que no se había hecho crítica ninguna, ... Y a pesar de todo Cuba sobrevivió lo que se vino a llamar el “periodo especial en tiempo de paz”.
En la URSS, la dirección del mal llamado Partido Comunista, dirigió y organizó la restauración del capitalismo con el objetivo de convertirse ellos mismos en capitalistas, mediante el robo y el expolio de la propiedad estatal. En Cuba, la revolución resistió y rechazó la restauración del capitalismo, a pesar de todas las penalidades. Fue una época en la que floreció de nuevo el espíritu de la revolución cubana desde lo más profundo. La voluntad de un pueblo que había conquistado la libertad de no volver a ser esclavo. A pesar de las enormes dificultades y padecimientos la revolución cubana superó ese período y lo hizo por motivos políticos.
La economía cubana en el mercado mundial
Al mismo tiempo, se tomaron una serie de medidas económicas (las primeras desde 1988) que significaban concesiones importantes al capitalismo, a la necesidad de insertarse en la economía mundial, una necesidad insoslayable, pero que al mismo tiempo implica profundos desequilibrios y peligros para la economía planificada en Cuba. Entre ellas se encuentran la apertura a la inversión extranjera, la potenciación del turismo como fuente de divisas (con todas las contradicciones que esto genera), la legalización del dólar, la descentralización del comercio exterior, la apertura de los mercados libres agropecuarios y la creación de las cooperativas campesinas, la legalización (controlada) del trabajo por cuenta propia y algunos pequeños negocios, etc.
Esas medidas, impuestas por la necesidad inmediata de sobrevivir, entrañaban grandes peligros. La inserción de Cuba en el mercado mundial se producía en términos de intercambio totalmente desiguales. La economía cubana se basaba principalmente en materias primas y servicios, y necesitaba importar bienes manufacturados de todo tipo. Las medidas de apertura que se tomaron, incluso si estuviéramos hablando de una economía planificada fuerte, capaz de producir bienes de equipo y maquinaria, con un sector industrial fuerte y capaz de competir en el mercado mundial, significaban la penetración de la economía de mercado en todos los poros de la sociedad cubana.
Los cambios que se estaban impulsando podían acabar creando una dinámica incontrolada e irreversible hacia el capitalismo. A partir del 2003 el gobierno cubano dio un giro hacia la re-centralización de la economía. Se eliminó la circulación del dólar (aunque se mantiene el peso cubano convertible, CUC, que tiene la ventaja sobre el dólar de que está bajo el control del estado), se recentralizó el comercio exterior, se limitaron las concesiones a los cuentapropistas, y se limitó la inversión extranjera y las empresas mixtas.
El factor decisivo es la debilidad de la economía cubana. En la actualidad, ésta se basa principalmente en los ingresos por turismo, por la exportación de servicios (principalmente médicos cubanos en Venezuela y otros países), las remesas que envían los cubanos residentes en el exterior (principalmente en los EEUU), y la exportación de níquel. El papel de la industria en la economía cubana es extremadamente débil y orientado en su mayor parte hacia la industria turística.
Todos estos rubros generan contradicciones y desequilibrios en la sociedad cubana. La dependencia del turismo significa por una parte que una parte importante de la limitada producción agrícola hay que destinarla a ese sector en detrimento de la alimentación de la población cubana en general, además de que todos aquellos que tienen acceso o contacto con el turismo pueden conseguir pesos convertibles (CUC) con los que comprar productos para completar su consumo mensual. Lo que un taxista o el portero de un hotel o el que alquila una habitación puede conseguir en un día equivale al salario mensual de un trabajador de la construcción o de un maestro o de un médico. Esta situación desvaloriza completamente el valor del salario, genera un déficit de maestros y médicos, provoca que una parte importante de la población viva de lucharla, es decir, usando métodos semi-legales o ilegales de conseguir ingresos (el robo en el trabajo, el desvío de recursos públicos, el trabajo por cuenta propia de manera legal o ilegal). Lo más peligroso de éste fenómeno es que fomenta la idea de la solución individual a los problemas en oposición a la solución colectiva.
La exportación de servicios médicos (que según algunas cifras representa ya el 50% del valor total de las exportaciones de bienes y servicios, casi el doble que el turismo), significa que si hay unos 25,000 médicos cubanos en el extranjero eso repercute negativamente en la atención sanitaria en Cuba, uno de los logros más importantes de la revolución.
Las remesas de los cubanos en el extranjero, que alcanzan unos 1,100 millones de dólares12, también son otra fuente de contradicciones, ya que no llegan a todos los segmentos de la población por igual, aumentando la desigualdad social y además contribuyendo a reforzar la desvalorización del salario como fuente de ingreso.
Finalmente las exportaciones de níquel están sujetas a la volatilidad del mercado de metales en la actual crisis capitalista. El precio promedio del níquel en el 2008 ha sido un 41% inferior al del 2007, y 80% menor que el récord que alcanzó en ese año.
Al mismo tiempo, la economía cubana es altamente dependiente de estos ingresos en divisas para poder comprar en el mercado mundial todos los productos que necesita (desde comida hasta autobuses para el transporte público) y que no se producen en la isla. Esta necesidad de divisas se ha visto aumentada por los efectos de los huracanes que azotaron Cuba en el 2008, con un coste económico de unos 10,000 millones de dólares (un 20% del PIB), destruyendo cosechas, viviendas e infraestructuras.
La revolución mundial, única solución a los problemas de la revolución cubana
Todo esto viene a reforzar la idea de que, en última instancia, la única solución real para la economía cubana es ni más ni menos que la extensión de la revolución a otros países. Esta es precisamente la segunda parte de la ecuación de Trotsky en “La Revolución Permanente”:
“El triunfo de la revolución socialista es inconcebible dentro de las fronteras nacionales de un país. Una de las causas fundamentales de la crisis de la sociedad burguesa consiste en que las fuerzas productivas creadas por ella no pueden conciliarse ya con los límites del Estado, nacional.(...). La revolución socialista empieza en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega a su término y remate en la mundial. Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta.(...) La división mundial del trabajo, la subordinación de la industria soviética a la técnica extranjera, la dependencia de las fuerzas productivas de los países avanzados de Europa respecto a las materias primas asiáticas, etc., etc., hacen imposible la edificación de una sociedad socialista independiente en ningún país del mundo.”13
Esto que era cierto en los años 20 cuando el revolucionario ruso ponía por escrito las conclusiones teóricas de la experiencia de la revolución de Octubre, es todavía más cierto hoy en día, cuando la interpenetración de la economía mundial ha alcanzada un grado extremo.
Al mismo tiempo, las condiciones revolucionarias son ahora mucho más avanzadas en toda América Latina y en todo el mundo que en 1989. El desarrollo de la revolución en Venezuela ha proporcionado ya (mediante el intercambio de médicos por petróleo en condiciones ventajosas) un punto de apoyo importante para la revolución cubana, tanto desde un punto de vista económico, como desde un punto de vista político. Esto confirma la necesidad de la extensión de la revolución a nivel internacional como única salida para la revolución cubana. Y eso a pesar de que en Venezuela todavía no se ha producido la abolición del capitalismo (y si no se produce, no solamente la revolución venezolana será derrotada, sino que también se daría un duro golpe a la revolución cubana).
Por este motivo es necesario que la política exterior de la revolución cubana se base firmemente basada en el internacionalismo proletario. Las lecciones de la revolución cubana para Venezuela, Bolivia, Ecuador, etc, son claras: solamente con la expropiación de imperialistas, terratenientes y capitalistas es posible empezar a plantearse la resolución de los problema más acuciantes de las masas de trabajadores y campesinos.
La lucha contra la burocracia y la corrupción
Sin embargo, no todos los problemas a los que se enfrenta la revolución cubana surgen directamente de su aislamiento o son externos a ella. En un importante discurso que Fidel pronunció en la Universidad de la Habana el 17 de Noviembre del 200514, el dirigente cubano ya advirtió de que la revolución corría el peligro de auto-destruirse, y señaló a la burocracia, la corrupción y los nuevos ricos como problemas centrales.
Es inevitable que en cualquier sociedad dónde haya recursos limitados se desarrolle la burocracia y la corrupción, pero la única manera de combatir estos fenómenos, que son como una gangrena para la economía planificada, es mediante la democracia obrera, mediante el control minucioso por parte de los trabajadores de la economía y la administración del estado. Si los trabajadores, de manera colectiva, no se sienten dueños del país, dueños de los medios de producción, si no se sienten partícipes de la toma de decisiones (particularmente las más difíciles, las que afectan a la distribución de recursos escasos), entonces se siembra la semilla de la desmoralización, del escepticismo. Como muy acertadamente señalaba el comunista cubano Frank Josué Solar Cabrales “La única solución para Cuba es, por un lado, incentivar, profundizar mecanismos de control obrero, que en determinados momentos han sido coyunturales, hacerlos sistemáticos, institucionales en la economía y la política cubanas15
El relevo de Fidel por Raúl abrió en Cuba una gran expectativa de cambio. Se abrió la discusión de los problemas que afectan al país al más amplio nivel. Cientos de miles de cubanos participaron y reafirmaron su apoyo al socialismo y al mismo tiempo señalaron los problemas a los que se enfrenta la revolución y a los que se enfrentan los cubanos día a día.
A raíz de ese debate sin embargo, solamente se aplicaron algunas reformas secundarias (liberalización de la tenencia de teléfonos móviles, de la venta de determinados electrodomésticos, de la posibilidad de hospedarse en hoteles), que en realidad sólo favorecen a aquellos sectores que tienen un acceso más directo a los CUCs, y por lo tanto fomentan las incipientes desigualdades sociales. Además de éstas, se han tomado otras que potencian los “estímulos materiales”, como por ejemplo la eliminación del máximo salarial que se puede recibir en compensación por el aumento de la producción, una medida que también aumenta la desigualdad social.
¿Cuba hacia la “vía china”?
En el debate que se ha abierto en Cuba está claro que hay una fuerte tendencia a primar las soluciones “prácticas”, administrativas, de eficiencia, por encima de las medidas políticas. La prensa burguesa internacional especula mucho sobre si Raúl Castro aboga o no por una “vía china” en Cuba, es decir, la introducción progresiva de medidas de mercado que lleve en última instancia a la restauración del capitalismo. Obviamente esta sería la opción preferida por parte de la burguesía internacional. En medios oficiales cubanos se insiste que Cuba es diferente a China, que las condiciones son diferentes y que no se pueden copiar modelos. Sin embargo, lo que sí es cierto es que hay una fuerte tendencia entre los economistas cubanos a potenciar precisamente ese tipo de medidas de mercado que en China llevaron a la restauración del capitalismo.
Por ejemplo, Omar Everleny, subdirector del influyente Centro de Estudios de la Economía Cubana de la Universidad de la Habana, en una entrevista publicada en el periódico mexicano La Jornada, habla de la necesidad de potenciar la inversión extranjera, la pequeña y mediana empresa privada, la descentralización de la actividad económica y el papel del mercado en la economía. Poniendo como ejemplo el caso de Vietnam, Everleny señala: “En un país y en una economía, así sea socialista, el mercado tiene que ser un componente importante. Habría que discutir en qué proporción, pero creo que una cuota de mercado es vital para el proceso de desarrollo en las condiciones de Cuba. Vietnam ha logrado introducir el mercado y es una economía con altas tasas de crecimiento, con un bienestar creciente, y hoy marca pauta en las primeras exportaciones mundiales de productos básicos.”16
El mismo Omar Everleny repite las mismas ideas en un reciente artículo: “La economía cubana necesita con urgencia una profunda transformación estructural con énfasis en la descentralización. Es necesario incluir, en una estrategia de este tipo, el diseño de formas de propiedad no estatal, no solo en la agricultura sino también en el sector manufacturero y de servicios. El Estado debe reservarse un papel regulador y concentrar su energía en los sectores estratégicos. Los 50 años de socialismo cubano demuestran, con algunas excepciones, que la recentralización y las políticas orientadas a alejar el mercado han provocado recesiones económicas y situaciones adversas. No es este el camino que se debería seguir en el futuro. El Estado debe pasar de un rol de administrador general a uno de regulador general, sin que por ello cambie el proyecto socialista al que han apostado los cubanos. No cabe duda, y el tiempo será testigo, de que esta reforma del sistema económico debe abarcar el papel del mercado, la regulación estatal de las formas de propiedad y la organización empresarial.”17 Parece bastante claro lo que Everleny propone: la extensión de la propiedad privada al sector manufacturero y de servicios, desechar políticas que se alejen del mercado y que el estado, lejos de planificar la economía simplemente “la regule”. Por mucho que Everleny afirme que esto no significa un cambio “en el proyecto socialista”, el socialismo que propone es muy parecido al “socialismo de mercado con características chinas” ?c es decir, el capitalismo. No es por casualidad que su artículo haya sido publicado en la revista Nueva Sociedad de la Fundación F. Ebert de la social democracia alemana, es decir, el brazo amable de la contra-revolución capitalista.
Armando Nova, también del CEEC, insiste en la necesidad de dar plena autonomía a las empresas (cooperativas de varios tipos) del sector agrícola, para que estas “dispongan de la autonomía que necesitan para poder decidir cómo combinar eficientemente los factores productivos, obtención de recursos productivos, disponer y decidir sobre su producto final, beneficios económicos, en fin materializar el sentimiento de dueño”18
En un reciente estudio muy interesante sobre el estado actual de la economía cubana, Jorge Mario Sánchez Egozcue, del Centro de Estudios de Estados Unidos de la UH y Juan Triana Cordoví, del Centro de Estudios de la Economía Cubana, hacen hincapié en las mismas propuestas: la recuperación del sector agropecuario (que según ellos requeriría inversión privada extranjera), el relanzamiento de la pequeña y mediana empresa (en forma privada, ya sea cooperativa o no, con el objetivo de “generar un tejido empresarial que contribuya a elevar la eficiencia del sistema en su conjunto”), y reactivar la inversión extranjera (ampliándola a nuevos sectores y potenciándola con “transformaciones en el ámbito legal”)19
A estas medidas que se proponen, tomadas en su conjunto, se les puede llamar “vía china” o de otra manera, pero en la práctica son las mismas medidas que se tomaron inicialmente en China con el objetivo de desarrollar la economía y que acabaron con la restauración del capitalismo. En el caso cubano, la profundización de este tipo de medidas no solamente tendría el riesgo de llevar a la restauración del capitalismo, sino que además ni siquiera conseguiría los resultados económicos que ha tenido China, precisamente porque las condiciones son diferentes. Entre otros factores, Cuba no cuenta con una reserva masiva de mano de obra barata, ni con la capacidad del estado para crear infraestructuras para industria exportadora y además la recesión económica mundial ha hecho desaparecer los mercados exportadores con los que China contó en un primer momento.
Algunas de estas medidas ya se han empezado a aplicar, particularmente en relación al campo, la descentralización de las decisiones y el vínculo entre el salario y la productividad en el trabajo.
¿Autogestión?
Como parte de este debate sobre la renovación del socialismo cubano algunos han avanzado la idea de la autogestión como vía de salida. Pedro Campos y otros han firmado un documento en el que plantean 13 medidas programáticas como parte del debate hacia el VI Congreso del partido a realizarse en este año20. Sin duda, el documento plantea una serie de propuestas interesantes, incluyendo la formación de “consejos de trabajadores en todos los centros laborales”. Está claro que Pedro Campos está profundamente preocupado por los problemas a los que se enfrenta la economía cubana y trata de buscar una solución que pase por la participación plena de los trabajadores en la gestión de la economía y la toma de decisiones a todos los niveles. En eso estamos de acuerdo.
Sin embargo, la idea central que plantea el documento nos parece no solamente errónea, sino además muy peligrosa. Básicamente propone que en las pequeñas y medianas empresas “la propiedad sobre los medios de producción se otorgaría directamente a los trabajadores en forma plena, por medio de venta, al contado o a crédito, o la cesión por parte del Estado”, y que las “las empresas de interés nacional o estratégico”sean “cogestionadas entre el estado y el Colectivo de Trabajadores, donde toda la propiedad y la administración podrían ser o no compartidas por el nivel estatal correspondiente entregada parcial o totalmente en usufructo o arriendo a los trabajadores”. En todas estas empresas, se cambiaría “la forma de pago de salario por la repartición equitativa de parte de las utilidades”.
Es decir, se entregarían las empresas en propiedad a los trabajadores que en ellas trabajan y estos, en lugar de recibir salarios se repartirían los beneficios entre ellos. Este sistema es muy parecido a la “autogestión socialista” que se aplicó en Yugoslavia y que llevó al desastre económico en ese país y su posterior desmembramiento21. El tipo de mentalidad que este tipo de forma de propiedad y de reparto de beneficios inevitablemente genera no es colectiva sino individual de cada grupo de trabajadores en cada empresa. Si hubiera por ejemplo dos empresas del transporte en la misma ciudad, los trabajadores de cada una de ellas se verían empujados a competir con los de la otra empresa para sacar mayores beneficios que repartir entre ellos mismos (eso es exactamente lo que sucedió en Yugoslavia).
Además, este sistema de incentivos materiales individuales en cada empresa deja de lado el problema de cómo gestionar los servicios públicos, es decir empresas que no necesariamente generan beneficios sino que proporcionan un servicio a la sociedad. Por ejemplo el transporte público, o la salud, o la educación. ¿Qué utilidades tendrían empresas de este sector para que sus trabajadores se las pudieran repartir? La autogestión provocaría desigualdades extremas entre trabajadores de diferentes sectores. Por ejemplo si los precios del níquel en el mercado mundial caen dramáticamente, los trabajadores de ese sector tendrían muy pocas utilidades que repartir, mientras que los del sector de la biotecnología se repartirían jugosas utilidades. El reparto de los beneficios en este ejemplo no dependería para nada de la calidad del trabajo de ese grupo de trabajadores sino de factores externos a ellos. Eso generaría un éxodo de trabajadores de los sectores menos rentables o deficitarios (salud, educación, transporte público, níquel, por ejemplo) a los sectores más rentables (turismo, biotecnología), recreando los mismos problemas que se pretende resolver.
El que el salario de los trabajadores dependiera de los beneficios llevaría a reproducir todos los problemas que enfrenta el modelo cooperativista en una economía capitalista. Los trabajadores se vería obligados a explotarse más para sacar beneficios para poder repartir, o para sacar más beneficios que los trabajadores de la empresa de la competencia, mediante jornadas laborales más largas, más intensas, dejando de lado aspectos de seguridad e higiene, etc. Entendemos que en el sistema propuesto por Campos habrá competencia ya que habla de que “los controles estatales monopólicos al mercado interno que existen en la actualidad, deberán desaparecer y dar paso a la actividad mercantil”.
En definitiva la autogestión con mercado lleva inevitablemente al capitalismo, y no se diferencia tanto de las propuestas de aquellos que abogan por medidas de mercado, incentivos materiales y la privatización de pequeñas y medianas empresas que ya hemos analizado anteriormente. Lejos de liberar a los trabajadores este programa los convertiría en capitalistas.
Camila Piñeiro Harnecker ha criticado tanto a los que abogan por mecanismos de mercado para incentivar la producción como a los que como Pedro Campos proponen que los trabajadores sean propietarios directos de las empresas en las que trabajan. En un interesante artículo publicado en la revista Temas, Camila Piñeiro argumenta que “la participación de los trabajadores en la administración de las empresas no solo contribuiría a su desarrollo pleno, sino que también sería una fuente de motivación bien importante”22.
En su brillante análisis de la degeneración estalinista de la URSS, León Trotsky insistió en la misma idea cuando dijo que “la economía planificada necesita de la democracia obrera de la misma manera que el cuerpo humano necesita el oxígeno”. Los trabajadores deben ser y sentirse realmente dueños de los medios de producción y del estado y participar directa y eficazmente en la gestión de la economía y la administración de los asuntos públicos. Pero el programa que recoge más fielmente esas necesidades es el programa de la democracia obrera y la planificación democrática de los medios de producción, el programa de Lenin y Trotsky.
Rearmar ideológicamente la revolución cubana
También en Cuba hay una corriente que trata de buscar una solución a los problemas a los que se enfrenta la revolución hacia la izquierda. En la Feria del Libro de la Habana del 2008, un espacio que viene siendo de debate y discusión, el escritor cubano Desiderio Navarro lo expresó de la siguiente forma: ''La historia más reciente ha demostrado que un socialismo sin crítica y sin participación colectiva está condenado a terminar como uno de los peores capitalismos'', y añadía que rechazaba tanto los “experimentos perestroikos como de las sombras chinescas”.
La experiencia del llamado Taller Bolchevique23, una serie de reuniones y debates sobre la historia de la URSS y de Cuba desde un punto de vista “crítico socialista” y que culminó con una reunión de 500 jóvenes en conmemoración de la revolución de Octubre en el 200724 es una muestra del fermento de discusión e ideas que existe. Esa reunión, convocada de manera militante y que reivindicaba abiertamente el carácter revolucionario del marxismo y la herencia silenciada de la revolución rusa (incluyendo la de Trotsky) fue una demostración también de que es posible interesar a la juventud en la defensa de la revolución desde un punto de vista claramente anti-capitalista. Este debate, por ahora, se concentra en los medios intelectuales y entre los jóvenes universitarios y no está exento de dificultades. Dentro del aparato del estado hay sectores estalinistas, pro-capitalistas o que simplemente se sienten amenazados por el debate de ideas y que le ponen trabas.
La discusión de ideas es necesaria, el rearme ideológico de la revolución cubana es indispensable para su fortalecimiento. Pero no todas las ideas son iguales. En el mar revuelto de la discusión hay aquellos que defienden ideas reformistas, que plantean que es posible un “socialismo” pero con mercado, que hace falta mayor “democracia” (cuando lo que quieren decir es “democracia burguesa”). Los marxistas revolucionarios en este debate defendemos dos ideas centrales: para nosotros la defensa de la revolución cubana pasa por el socialismo internacional y la auténtica democracia obrera.
Sin duda la revolución cubana, a sus 50 años, se encuentra en una encrucijada. Enfrentada a dificultades económicas y políticas, sometida al bloqueo del imperialismo, a los ataques más insidiosos de aquellos sectores de la burguesía que quieren una “apertura” para restaurar el capitalismo, a aquellos que dentro de la isla también defienden una vía china que en realidad lleva al capitalismo y a los que defienden el status quo de la burocracia que al final también lleva al colapso de la revolución.
El contexto internacional es favorable a la revolución, desde el punto de vista de la lucha de clases. La revolución se extiende por América Latina. La crisis del capitalismo (que va a llevar también a la crisis al “modelo chino”) desacredita al sistema ante los ojos de millones de trabajadores de todo el mundo y también ante aquellos que en la propia Cuba pudieran tener ilusiones en él.
En esta situación, las reservas sociales y políticas de apoyo a la revolución, si se vinculan a la defensa del internacionalismo proletario y la democracia obrera, se pueden convertir en un poderoso y decisivo factor en la lucha por preservar y ampliar las conquistas alcanzadas por la economía planificada y abrir definitivamente un futuro socialista para Cuba y toda América Latina.
Ahora más que nunca:
Viva la revolución cubana!
Viva la revolución socialista mundial!
1 El Mercurio, 28 diciembre, 2008. Hubert Matos fue uno de los primeros que conspiraron contra la revolución desde dentro, una especie de general Baduel de la revolución cubana.
4 Aunque los datos oficiales cubanos para el 2008, acabados de publicar, sitúan la mortalidad infantil en un 4,7 por 1.000 nacidos vivos, la más baja de la historia.
5 Citado en “La Revolución Cubana. Pasado Presente y Futuro”. Fundación Federico Engels. Madrid 2004.
6 Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina. SXXI Editores. México 1971.
7 Luís M. Buch. Gobierno Revolucionario. Primeros Pasos. Ciencias Sociales, La Habana 2004. P.196
8 León Trotsky, La revolución Permanente, Tesis fundamentales
9 La URSS pagó como promedio 36.4 centavos por libra de azúcar crudo en el período 1975-1989 cuando el precio en el mercado mundial para el mismo período era de 11.49 (J.L. Rodríguez, El desarrollo económico y social de Cuba, 1990, p. 292).
10 Citado en Richard Gott, Cuba. A new history. Yale University Press, 2004
11 Anicia García, CEEC Universidad de La Habana, 2007
12 Según estimaciones coincidentes de la CEPAL y la Oficina Nacional de Estadística de Cuba para el año 2004.
13 León Trotsky, La revolución Permanente, Tesis fundamentales.
14 Versión taquigráfica oficial revisada por el autor: cuba.cu
15 La revolución cubana en la encrucijada – Cuba y el debate del socialismo del siglo XXI. In Defence of Marxism. 22 de enero, 2008.
16 Cuba requiere “soltar todas las fuerzas productivas”. La Jornada, 16 de marzo, 2008.
17 Omar Everleny. La economía en Cuba: un balance necesario y algunas propuestas de cambio. NUEVA SOCIEDAD No 216, julio-agosto de 2008.
18 Armando Nova. "La necesidad de un modelo agrícola eficiente", en Cuba Siglo XXI, La Habana, Agosto 2008.
19 Jorge Mario Sánchez Egozcue y Juan Triana Cordoví, Un panorama actual de la Economía Cubana, las transformaciones en curso y sus retos perspectivos. DT Nº 31/2008 - 26/06/2008. Real Instituto Elcano.
20 Pedro Campos y varios compañeros. Cuba necesita un socialismo participativo y democrático. Propuestas programáticas. 17 agosto, 2008.
21 Para una crítica detallada de la autogestión yugoslava ver Michael Lebowitz "Siete preguntas difíciles: Problemas de la autogestión yugoslava" (2005) y "Lecciones de la autogestión yugoslava" (2004).
22 Camila Piñeiro Harnecker. El socialismo requiere la solidaridad, y ésta no se construye apelando al egoísmo. Revista Temas #52 (octubre-diciembre 2007).
24 Ariel Dacal Díaz. Cuba, Octubre, jóvenes y futuro. In Defence of Marxism. 14 noviembre, 2007.