Una marea humana inundó Madrid en protesta por el estado de colapso de la sanidad pública madrileña, debido a la política privatizadora y de recortes del gobierno derechista de Ayuso. Un millón de personas participaron, según los convocantes. La policía contó 250.000, unas 50.000 personas más que en la anterior movilización del 13 de noviembre. Protestas masivas tuvieron lugar también en Galicia y Castilla y León, igualmente gobernadas por la derecha.
Como en noviembre, 4 columnas partieron de las zonas Norte, Este, Oeste y Sur de la capital. A la hora y media de comenzar las marchas, y cuando la cola de las manifestaciones apenas habían avanzado unos cientos de metros, ya había manifestantes que caminan de regreso desde Cibeles debido a la inmensa afluencia de gente, sobre todo en la columna Sur que fue la más masiva.
En paralelo, decenas de miles de personas salieron a las calles de Santiago de Compostela, en Galicia –hasta 50.000 personas, según los convocantes– para protestar contra la política sanitaria de la derecha gallega que gobierna la Xunta quien, como su hermana de Madrid, está empeñada de esquilmar el sistema público sanitario. En Burgos, en Castilla y León, gobernada por PP y Vox, también hubo una protesta masiva de 11.000 personas contra los recortes en atención primaria. Protestas similares están convocadas o anunciadas en Navarra, Aragón, o País Valencià, estás últimas gobernadas por el PSOE.
Pero, sin duda, la lucha más intensa y significativa se está dando en la Comunidad de Madrid. Lo importante a reflexionar es ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo puede ser que la preocupación de las familias trabajadoras por la sanidad pública madrileña haya sacado a las calles en solo tres meses a medio millón de personas el 13 de noviembre y a cerca de un millón ayer 12 de febrero?
Ponerse a recopilar datos sobre la sanidad madrileña abruma, véase como ejemplo que la media para obtener cita de atención primaria se haya elevado a nueve días; que Madrid es la comunidad que menos gasto sanitario público por habitante realiza; que de los 78 centros de urgencias extrahospitalarias que tenía la Comunidad antes de la pandemia, solo 24 han abierto en el último mes (y sin trabajadores suficientes); que los sanitarios de la atención primaria tienen que atender hasta a 70 pacientes por jornada (cuando los organismos internacionales recomiendan como mucho 25 personas); que el gasto en conciertos con la privada no para de crecer… y así podríamos seguir. Y en nuestras cabezas permanecen los 7.291 ancianos dejados morir en las residencias madrileñas de la manera más cruel en los primeros meses de la pandemia de Covid19, mientras 7 constructoras (entre ellas, San José, Ferrovial, Dragados) se embolsaban 160 millones por un hospital inútil (el hospital Zendal), mientras el hermano de Ayuso se llevaba 283.000 € por hacer de intermediario en la compra de mascarillas en lo peor de la pandemia, y mientras todo lo que huela a público, del pueblo, se va privatizando según avanzan las legislaturas. Qué menos que estar en lucha contra Ayuso y contra los que cimentaron la base de sus políticas, Cifuentes, Aguirre, Lasquetty, etc.
Pero no se trata de hablar sólo de sanidad ni a adjudicar a un grupo de personas muy malvadas la culpa de los problemas existentes. También es necesario señalar dos puntos fundamentales: 1) que esto no es sólo culpa de políticos incompetentes o corruptos, y mucho menos una cuestión que sólo afecte a Madrid (como bien muestran las movilizaciones que recorren el Estado en torno a la sanidad); esto es puro capitalismo cuando no hay lucha que le vaya parando los pies. Y 2) que en estos últimos meses esa lucha que faltaba ha explotado de la mejor forma, pues ha estado sostenida por la gente, por las asambleas de los barrios obreros, por los trabajadores sanitarios en lucha. Y es este cambio el que ha de llevarnos a la conclusión de que el desprecio que sentimos por Ayuso debe transformarse, si no lo ha hecho ya, en desprecio por el capitalismo. Que simplemente hacer caer a Ayuso no valdría y, por tanto, esta lucha no debe quedarse ahí, contra su figura, y debe crecer no sólo para hacerla caer sino para revertir sus políticas e ir más allá.
Y es fabuloso que ese desprecio siga inspirando cánticos de manifestación, pero mucho más lo es que estemos en un punto en que cientos de miles de familias trabajadoras veamos que un personaje como Ayuso no es más que la cara parlamentaria de un sistema que sólo crea horror sin fin.
Estas manifestaciones no son más que la expresión de que el vaso está más que colmado con tantas gotas de capitalismo. Y la consecuencia ha sido esta lucha emprendida por las asambleas de barrio (93 al menos), los trabajadores de sanidad (muchos de los cuales, como médicos de familia y pediatras, han llevado a cabo huelgas desde noviembre) y las familias trabajadoras, expresando su sentir en multitudinarias manifestaciones el 23 de noviembre y ayer 12 de febrero, de nuevo.
Hay que continuar con la movilización. De hecho, al término de la manifestación de ayer se anunciaron próximas acciones, entre ellas una probable nueva manifestación el domingo 26 de marzo.
Hagamos caer a Ayuso en la calle, tenemos la estructura necesaria, las familias trabajadoras están hartas y organizadas; podemos hacerlo. Sigamos en lucha hasta que se revierta cada medida privatizadora, que los hospitales de gestión privada se expropien, que el dinero que iba para bolsillos privados se invierta en nuevos puestos de auxiliares, enfermería, medicina, etc., con salarios y condiciones dignas.
Lo más extraordinario es la enorme correlación de fuerzas que existe a favor de la clase trabajadora, de la izquierda y por un cambio social radical, frente a las ridículas fuerzas de la reacción, cuando ambas confrontan en la calle. Baste comparar los cientos y cientos de miles que salimos ayer en Madrid –y solo gente de la Comunidad de Madrid– frente a los 30.000 o 40.000 que agrupó la derecha de PP-Vox-Ciudadanos el pasado 22 de enero en la Plaza de Colón, en una movilización preparada durante dos meses y con gente procedente ¡de toda España!
Pero esta abrumadora correlación de fuerzas a favor nuestra, no es sólo una cuestión de números, con ser tan fundamental, sino que tiene que ver también con la composición social. De un lado, tenemos todo lo vivo, vibrante y productivo de la sociedad: la clase trabajadora de la que depende vitalmente el funcionamiento cotidiano de la sociedad, y que crea casi toda la riqueza; la juventud sana y entusiasta, y las fuerzas del progreso de la cultura y de la ciencia. Del otro lado, están chupópteros, parásitos y rentistas, propietarios grandes, medianos o pequeños, que viven del trabajo ajeno, los cuervos de la Iglesia, represores con porra y toga, y las fuerzas oscuras del atraso y de la ignorancia.
La lucha por la sanidad pública debe convertirse en el estandarte que ponga en pie a toda la clase trabajadora, para echar a la derecha en primer lugar, pero también para mostrar los límites del capitalismo para resolver los problemas de fondo. Una sanidad pública digna y de calidad, plenamente dotada, es incompatible con seguir pagando 31.000 millones de euros a los bancos y fondos buitre que se lucran con la deuda pública, como hace el gobierno central, o con el 48% que ha aumentado el gasto militar desde que Sánchez llegó a la Moncloa, o con los bajísimos impuestos que pagan bancos y grandes empresas para sostener el gasto social.
Hoy luchamos en Madrid por una sanidad pública digna y de calidad, y porque se vayan Ayuso y la derecha del gobierno de la Comunidad de Madrid. Pero hay un problema más de fondo: la sociedad capitalista está montada para que grandes empresarios y banqueros se lucren con el trabajo de la clase obrera y les paguemos hasta por respirar. Debemos echarlos a todos.